lunes, agosto 29, 2011

La marcha de los sustantivos: La toalla





Emerson lo llamó “el lenguaje hablado de las cosas”.
La capacidad del mundo material para enseñarnos a trascenderlo, según Billy Collins.

La toalla es un trozo de tela rectangular para secarse después del baño o la ducha. Languidece colgada del tubo de la cortina, la puerta o el toallero. Su fin es aplacar la humedad del recién bañado. Cae sobre el cuerpo como para apagar el fuego en la trinchera. Es necesitada de súbito. Está lista para emergencias. Un tirón brusco la despierta y entra en competencia con el agua sin resistirse. Resignada roza, lame de forma contraria, absorbe. La toalla es un animal sediento con millones de bocas. No es un paño ni trapo para objetos, no es una toallita de manos. La toalla tiene como andamios las piernas, los brazos, el abdomen, la espalda. Esa comunidad de hilos superpuestos se pasea entre glúteos y sobre narices sin distinción ni exclusividades. Ella es la verdadera todoterreno. Es la mejor contorsionista. Se enrolla para ser guindada al cuello durante la afeitada, también se puede envolver a la cabellera con un leve giro. La toalla lo puede todo. Siéntate y mírala mientras haces tus demás asuntos. Mírala con atención que de tanto vas a conocerla. La toalla está quieta ahí, también mirándote y en semejanza a todos: en espera por la humedad. La toalla se fertiliza con el agua y le debe su vida a la luz, pues si no es secada propiamente se pudre. Hay algo en ella propio de la naturaleza. La toalla es diana de opiniones, pero difiere de un amante porque no se queja si no le dices qué suave está o qué rico huele. Lleva tu rostro a ella, húndelo y olfatéala. Probablemente te halles escondido entre los nudos mínimos que la componen. Seguro aún queda una gota que migró de tu seno esta mañana. Apuesto a que resides ahí, que te renuevas en ella y que en esta reposa lo que dejaste de ser. Es un poco áspera para rebautizarte y limar lo que tus poros conjugan en pretérito. La toalla lo tiene todo fríamente calculado. Cuando la veas y te veas empezarás a dudar de los espejos. Sécate, deja caer en ti el abrazo de la mantarraya.

Natasha Tiniacos

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