viernes, diciembre 21, 2018

La Poesía debe partir su pan





La Poesía debe partir su pan

Palabras de la médico y poeta Ana María Hurtado en la presentación de la Obra Poética de 
Armando Rojas Guardia 
(1979-2017) 
"El Esplendor y la Espera"

Estamos reunidos en torno a un libro, ya esto de por si constituye una ceremonia sagrada. Este tomo que nos reúne recoge toda la poesía de Armando Rojas Guardia, impecable y  bellamente,  bajo la luz de Reverón, otro Armando “la terquedad de la luz, su reincidencia”.  Y celebramos también en ágape poético al hombre que es el libro, pues el alma del poeta le otorga vida a cada página, y cada página nos habla con la misma suntuosa incandescencia de su voz- mordiendo la pulpa suavísima del aire.


Quiero partir de una imagen de Armando: él propone que Marx y Rimbaud se encuentren en un café de Londres, o que Hegel visite a Hölderlin en el manicomio. Para la ocasión elijo traer a este recinto a tres autores entrañables para Armando.  Tratándose de que estamos en una librería tan prodigiosa como ésta, llega el primero, Jorge Luis Borges -por supuesto-  y hojea un ejemplar de esta poesía reunida, puede ver con los dedos de su alma el rostro de Armando, mientras recuerda aquel hombre que se propuso la tarea de dibujar el mundo y a lo largo de los años puebla un espacio con multitud de imágenes disímiles y objetos, para al final descubrir en aquel laberinto que ha trazado la imagen de su rostro. Borges siente que en la multiforme dimensión que dibuja este libro puede ver (Gracias a la ironía divina) el rostro del poeta, y a su vez escuchar su respiración entrecortada, sus pausas y circunvoluciones; allí está el Armando que de niño ya sabe su destino y Georgie -el de Palermo- lo mira (de nuevo la ironía) en la distancia de una casa caraqueña diciéndole a la tía Albertina que ya se sabe poeta. Borges se asombra de la precocidad y lo siente afín, él a los 6 ya lo sabía; cualquier destino, por largo y complicado que sea,  consta en realidad de un solo momento -piensa- el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.  Y el hombre que hoy está dibujado en este libro,  encontró su destino a los 4 años y tuvo la certeza, no como aspiración o anhelo, sino  la convicción ontológica de quien se entrega al fatum, lo asume y se ofrenda en cuerpo y alma.  Borges  escucha su voz porque todo libro es la voz del autor, la voz que lo sobrepasa y lo conforma, la voz que lo sobrevive. Y dejamos a Georgie en esta librería que es su cuota de paraíso y - a su pesar-  de inmortalidad, sabiendo que la poesía es ocasión para la belleza, y Armando, que lo sabe, agrega ¡estamos hechos para la alegría! Y la poesía es gozo, Poesía: dolor y gozo imposibles. Se percibe un leve soplo como el que sintió el profeta  Elías en el desierto: es la pequeña y frágil Simone Weil. Un gozo que, a fuerza de ser puro y sin mezcla, duele - se dice para sí mientras mira el esplendor del libro. Agrega  y recuerda  a los griegos: Un dolor que, a fuerza de ser puro y sin mezcla, sosiega; ella lo siente porque recibe el rumor de los poemas, el dolor, la pasión y el sosiego que arden del mismo amor en esas páginas.


Ella se acerca con la reverencia que impone lo sagrado. En todo aquello que nos provoca una auténtica y pura sensación de lo bello, existe realmente la presencia de Dios - expresar con susurrante convicción. Tan testimonial es un canto gregoriano como la muerte de un mártir, piensa desde su levedad que este libro es el testimonio de la belleza en todos sus registros desde lo más vulgar a lo sublime, lo profano, lo sagrado, los espacios del cuerpo, el abismo carnal de la materia, la desnuda locura, la patria, la geografía del  fracaso, de los duelos… y nos invita con ese ánimo de lo sagrado a celebrar el nacimiento, Sol Invictus, ese de Reverón o del poeta.


 Así como la ruindad espiritual y el carácter rastrero pueden hacer un uso vil de las palabras más hermosas, y el genio de un grandísimo poeta puede en ocasiones -aunque muy raramente- llevar a la plenitud de la belleza una palabra comúnmente horrible colocándola en su lugar exacto -recuerda precisa sus palabras, la cristiana judía de París, mientras se detiene  y piensa en el color del daiquirí, y el burdel de rojos verdes azules amarillos, y yo solo creía en ti zarpa florida,  el olor de los baños, la espalda obscura del amor, los urinarios… y que solo las palabras más sucias  harían justicia al mito que nos une. Las mismas palabras pueden ser vulgares o extraordinarias según la manera de pronunciarlas. O de quién las escucha, digo yo.  Recuerda que ella alguna vez escribió en su cuaderno: Y esa manera depende de la profundidad que tenga la región del ser de la que proceden. Merced a una maravillosa sintonía, esas palabras van a llegar, en quien las escucha, a la misma región. Simone aprecia que las palabras del poeta le llegan a esas  últimas regiones de los cuerpos, donde copulan dioses y animales, al lugar donde hay un amor morado y genuflexo, y se estremece desde lo virginal ante el asombro pagano del deseo.  Sólo quien es ruin u obsceno escucha lo ruin en la belleza.


Unas hojas más y aparece el silencio y aquel me seco de palabras



-Cuando tu vienes tu el vacío, el nada el ya



- El poeta compone el poema pensando el silencio



Si yo fuera capaz de entrar por fin

En esa pulcritud del aire inmóvil

Que he llamado silencio en el poema

Si yo fuera capaz de nombrar árbol

Como esta tarde el árbol se mostraba



-Un poema sale del silencio y vuelve al silencio… La poesía: ir con las palabras al silencio, a la ausencia de nombre. Y cavila Simone, la pequeña mística  del asfalto, la misma  que ama a dios pensando que no existe


Y un poco más allá la nada vigilante.

Un poema ha de querer decir al mismo tiempo algo y nada — pero no cualquier nada, sino la nada de arriba. Sigue cavilando Simone, en tanto se columpia entre la gravedad y la gracia, desde su estremecida carne agujereada.



Al final, llega Merton, un poco retrasado, sin moverse tan bien entre la gente se topa con Armando y su miedo irreprimible al desamparo, y le señala con sonrisa de campos de Kentucky: Aquí estamos los poetas. Estamos unidos para denunciar la vergüenza y el fraude de todas las mentiras colectivas


Aquí estamos en nuestra cofradía de inocencias, en nuestra solidaridad de certidumbres-



Armando, que se siente monje mendicante o mínimo juglar le responde con cierto jesuítico fervor: La poesía debe partir su pan



Y Thomas :

Sintámonos orgullosos de las palabras que nos han sido dadas sin razón aparente, sin la intención de aleccionar a nadie, ni confundir a nadie, ni probar el absurdo de nadie, sino sólo el señalar más allá de los objetos, hacia el silencio donde nada puede ser dicho.

Y Armando que espera atento  la llegada  y Merton que le dice:



Aguarda.

Escucha las piedras del muro.

Permanece en silencio, ellas tratan

de decir tu nombre.



-O el nombre de Mahalia o el de Armstrong-



Y Cuando tú vienes

 tengo prisa por decir

por llamar de algún modo

por nombrarme a mí también





¿Quién eres?

¿Quién

eres tú? ¿El silencio

de quién eres?



Y todo es tan vacío tan gota

Inaprensible

Tan exactamente nada

Tan silencio



Quién (permanece callado)

eres tú (así como estas piedras

permanecen calladas).



-Y Armando que quiere ser silencio mineral-

Y Thomas que le dice



El mundo entero está

secretamente en llamas.

Las piedras queman,

aún las piedras queman.



… y calla Merton para hundirse en el mundo y pasar a la clandestinidad del universo.

 De vuelta al esplendor y considerando que los libros son objetos sagrados, comunión eucarística, como diría  Simone,  son el rostro de un hombre, como lo pensó Borges, y  son de todos, aun en el silencio, como lo intuyó Merton,  y que sus palabras se filtran y nos leen, y no sabemos dónde está el poeta y dónde nuestros ojos, con el alma en los dedos.


Concluyo, mi muy querido Armando, diciéndote:


Puedes sentirte satisfecho porque el universo de tu poesía te dibuja diáfano, con la intemperie acuestas, tus piedras queman y dicen tu nombre, y en esta eucaristía de amores y poetas te decimos  alguien te ama hoy y no secretamente.



Ana María Hurtado

Caracas, 20-12-2018

Con motivo de la presentación del Libro El esplendor y la espera. Edición Cristóbal Zapata. Colección Mundus, Alcadía de Cuenca. 2018.



PS: las cursivas sencillas corresponden a fragmentos de textos de Armando Rojas Guardia.

martes, diciembre 18, 2018

Hemos sido creados para la alegría



"HEMOS SIDO CREADOS PARA LA ALEGRÍA"
Entrevista realizada por el poeta Alejandro Sebastiani Verlezza 
al escritor y poeta venezolano Armando Rojas Guardia



“Hemos sido creados para la alegría”



El pasado 26 de noviembre llegó de Ecuador Armando Rojas Guardia. En las maletas se trajo El esplendor y la espera, un tomo que recoge su poesía escrita y publicada entre el año 1979 y el 2017. La edición corre por cuenta de la Alcaldía de Cuenca y su Dirección General de Cultura, en la colección Mundus, bajo los cuidados del poeta Cristóbal Zapata y la editora Silvia Ortiz Guerra. Ambos han tenido la gentileza de poner en la portada a otro Armando –¡Reverón!– con uno de sus “Cocoteros” que bien hacen volver a la memoria la luminosidad sonora de Macuto y esos trazos que atraviesan el paisaje y se cuelan dentro de estas páginas.



El esplendor y la espera tuvo una primera presentación en Cuenca, el 13 de noviembre, en la Biblioteca Municipal Daniel Córdova Toral. En esa ocasión Rojas Guardia conversó con el propio Zapata –editor, director de la Bienal de arte y literatura de la misma ciudad– y el poeta, traductor y crítico Alfredo Galo Torres. Y ahora, casi un mes después, se hará lo propio en Caracas, esta vez en la librería El Buscón, el próximo jueves, 20 de diciembre, a las 5 y 30 de la tarde.



Alejandro Sebastiani Verlezza 

Principio del formulario


ASV: Armando, tienes ya en tus manos una edición que recoge toda tu poesía escrita hasta los momentos. ¿Cuál es la primera sensación? ¿Percibes ahora una línea fundamental que traspase todo tu trabajo como poeta? 

ARG: La primera sensación que me acomete ante mi poesía reunida en un solo volumen es la de estar frente a un organismo vivo, palpitante. Son 360 páginas que recogen y compendian cuarenta años de actividad poética ininterrumpida. Descubro, por supuesto, varias líneas fundamentales en ese trabajo prolongado en el tiempo: la experiencia religiosa, las diversas facetas de la vivencia erótica, la meditación lírica sobre la poesía misma, ciertos ángulos temáticos recurrentes (lo urbano, lo cotidiano, lo histórico), la locura como grado cero de la conciencia y umbral de lo sagrado…Pero por debajo de estos enfoques y asuntos, latiendo en la densidad interior de todos ellos, creo que se puede palpar el intento siempre recomenzado de vivir poéticamente, un vivir desde la atención orgánica, visceral frente a la realidad: mi poesía pretende ser el testimonio de ese intento, su huella escritural, su rastro estético.

ASV: Emmanuel Levinas es un autor del que te has nutrido. En El Dios de la intemperie se siente su presencia. ¿Crees que hay algo de Levinas que haya podido moverse hacia tu poesía? ¿Por qué siempre el tono apelativo, el ?

ARG: Me parece que sí. Empecé a aproximarme a la obra filosófica de Levinas a mediados de los años setenta. Desde entonces ha sido un constante compañero de ruta; en muchos sentidos, un guía espiritual, un maestro. A él le debo la conciencia del Tú, de la alteridad personal, del Otro como interpelación sagrada. Ya lo decía Antonio Machado (coloqué estas palabras como epígrafe de mi primer libro): “No es el yo / lo que busca el poeta, / sino el tú esencial”. Resulta lógico que también en mi poesía se pueda reconocer la atmósfera levinasiana, su clima espiritual: su signo obvio es lo que llamas el tono apelativo, la presencia casi continua del tú.

ASV: Una parte de tu poesía está dentro de lo que en su momento propuso el grupo Tráfico en el "Sí, manifiesto", pero al mismo tiempo, en otros momentos, pareciera tomar distancia progresiva. ¿Cómo ves hoy el influjo de Tráfico en tu poesía, en cuyo manifiesto además sabemos que colaboraste de manera determinante en su redacción?

ARG: La influencia de los postulados de Tráfico se hace notoria en mi poesía a partir, sobre todo, de Yo que supe de la vieja herida. Es la gravitación temática y procedimental que imponen lo urbano, lo histórico y lo cotidiano, tal como se hacen presentes en el orbe de la lírica norteamericana, básicamente en la obra de Pound, de Eliot, de William Carlos Williams, de la generación beat, con Ginsberg a la cabeza. Pero el tiempo ha afinado mi propia percepción del giro copernicano que representa en mi trabajo poético Yo que supe…: creo que ese poemario significa para mí una “vuelta a las cosas”, a la concreción y la tangibilidad del mundo, a los objetos reales que poblaban y pueblan mi paisaje existencial, el horizonte específico de mi vida. Sin Tráfico ese retorno a las cosas concretísimas no hubiera podido producirse.

ASV: Un tema que ya hemos comentado y aparece en La otra locura: la presencia de tu padre, en tu vida y en tu obra, hasta el punto de tú asumir su segundo apellido. Cuéntame, más allá de lo que dices en el ensayo "Tu papá está escribiendo", cómo fue tu relación con Pablo Rojas Guardia, el intercambio humano y poético, qué tan determinante fue su presencia para ti.

ARG: Mi padre es una presencia poderosa en todo el decurso de mi existencia. Su ejemplo fue para mí paradigmático: mi vocación literaria solo es explicable a partir de él. Mi tía Albertina contaba que, teniendo yo cuatro años de edad, un día me preguntó: “Armando, cuando seas grande, ¿vas a ser poeta?”. Y yo le respondí: “No es que lo voy a ser. Ya lo soy”. Esta anécdota encuentra su única explicación en el ejemplo de mi padre, internalizado por mí y convertido a una edad muy temprana en mi carne psíquica.

ASV: Y dentro de las presencias importantes para ti y tu poesía, cuéntame sobre Ernesto Cardenal y Juan Liscano. Al primer poeta lo fuiste a ver a Solentiname y con el segundo tuviste una amistad de muchos años. 

ARG: A Cardenal empecé a leerlo cuando yo tenía trece años de edad. Siempre me entusiasmó en él la confluencia existencial de tres vectores radicalmente asumidos: lo religioso, lo estético y lo político. Pienso que Ernesto, el que conocí y amé en Solentiname, es un hombre cercano a la santidad. Constituye el más importante místico cristiano de América Latina en toda su historia. 

ASV: ¿Y Liscano?

ARG: Juan Liscano proyectó su sombra benéfica, protectora y paternal en buena parte de mi trayectoria biográfica. Fue para mí un interlocutor importante. Su prólogo a El Dios de la intemperie, escrito por su propia iniciativa y no porque yo se lo pidiera, es un documento importante como testimonio espiritual de su peso específico en mi vida.

ASV: Me parece que la soledad es un tema importante en tu vida, pero es la soledad y el júbilo compartido, con los otros, para volver al asunto levinasiano; has estado, pues, oscilando en esos dos polos de la experiencia.

ARG: La  soledad es la otra cara de la comunión con los otros. Bien entendida, se abre, en su ápice, a la fraternidad; siempre que no se viva como aislamiento espiritual o misantropía; y es que la cotidianidad está repleta de regalos, de obsequios, de dones inesperados, basta permanecer atentos para percatarse de ellos y agradecerlos. Dicen, por cierto, unos versos de Cardenal: “Todo gozo es unión. /Dolor, estar sin los otros”. 



ASV: Y esos regalos algo tienen que ver con la atención, con esa experiencia plena, consciente de la atención, a veces sorpresiva, y bajo ciertas circunstancias, por qué no, muy relacionada con la poesía.

ARG: Tú sabes que es de Simone Weil la frase: “¿Qué es la cultura? La formación de la atención”. Y también sabes que una expresión recurrente en mis ensayos es la del “nomadismo mental”. Yo creo que el movimiento es el signo por excelencia de la expansión de la conciencia. 



ASV: Y el movimiento, claro, nos sitúa de nuevo en la experiencia del viaje, particularmente en aquello del homo viator, tan cercano a ti. 

ARG: Siempre he pensado que la manera privilegiada de viajar es hacerlo a pie. Los escritores del 98, sobre todo Machado, Ortega y Azorín, cuando quisieron redescubrir la España profunda, se dedicaron a recorrerla caminando: iban de pueblo en pueblo, de paisaje en paisaje, andando parsimoniosamente, con los cinco sentidos atentos frente a todo lo que se desplegaba delante de ellos. En Mérida, una vez, recuerdo que me topé en el restaurante del hotel con una mujer bellísima y dulcísima, ella me contó que hace unos años había hecho, ¡a pie!, el camino de Santiago, caminando desde la catedral de Burgos hasta la catedral de Santiago de Compostela: ¡unos 600 kilómetros!



ASV: Bien, en todo lo que me cuentas está implícito, de nuevo, el movimiento, la posibilidad del movimiento, y no dejo de pensar en los ejercicios de los situacionistas, la práctica de la deriva, ni tampoco puedo dejar de recordar al Thoreau de Caminando, pero es claro que mucho de lo anterior ocurre dentro de unos márgenes de libertad que ahora, ahora mismo, aquí, en Venezuela, no tenemos, pues están cada vez más limitados por las “circunstancias actuales” (vamos a llamarlas así, para no entrar en demasiados detalles ahora), todo un abismo y un entramado que se teje perversamente alrededor de palabras vaciadas de todo sentido y empleadas a la mala conveniencia. Se me ocurre una: “patria”.

ARG: La patria, para el nacionalismo cerrero que nos gobierna, es una idea, que se antepone a todo, a la misma vida. Albert Camus decía: “Amo más a mi madre que a la justicia”, para significar que importan más las personas y los  objetos tangibles que los conceptos, sobre todo cuando a éstos se sacrifican los primeros. Recuerdo también el diálogo de una película que te regalé hace tiempo, en el cual un alto dirigente judío, amigo íntimo de Hannah Arendt, increpa a esta preguntándole: “¿Es que no amas a tu pueblo (refiriéndose, claro, al pueblo judío)?” Y Hannah le responde: “Yo no puedo amar a algo tan abstracto como un pueblo. Amo a mi marido, amo a mis amigos, te amo a ti”. 

ASV: Y está Roque Dalton.

ARG: Sí, Roque Dalton, el lector avisado recuerda enseguida que este poeta fue fusilado por sus camaradas en la guerrilla: otro ejemplo de lo que representa el hecho monstruoso de sacrificar una vida humana concretísima –la vida, en ese caso, de un poeta– en el altar de una ideología (una ideo-logía: un conjunto de ideas). ¿Te acuerdas de aquel poema de José Emilio Pacheco? Dice: “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos, / cierta gente...”.



ASV: Sí, lo recuerdo, de algún modo se relaciona con algo que me suele rondar y quiero comentarte, porque se mueve en tu poesía: la gracia; para ti, dime, ¿será dada, o más bien “ganada”? 

ARG: La gracia se otorga porque sí, misericordiosa y gratuitamente: no la compran ningún mérito y ninguna virtud de nuestra parte. La explicación es muy sencilla: Alguien nos ama tácita y secretamente a todos.



ASV: Y la relación, o el ansia de presentir “algo” de ese Alguien puede también –en algunos casos, no siempre, claro, tiene que ser así– volverse tortuosa. Ahora que lo recuerdo, me hablaste de alguien que te preguntó sobre esta relación “tormentosa” en Francisco de Asís y Teresa de Jesús…

ARG: La vergüenza, la pena que experimentaron Francisco de Asís y Teresa como consecuencia de la levitación y los estigmas se debió, no solamente al hecho de que se consideraron indignos de una gracia tan especial y extraordinaria, sino sobre todo a que no querían aparecer ante los demás como investidos de una aureola de santidad, es decir, seres humanos superiores. Teresa dice en su autobiografía que en plena levitación, si esta era pública y notoria, quedaba “corridísima”, o sea, apenada, avergonzada: no quería que los otros la consideraran una mujer excepcionalísima. Lo mismo, pero varios siglos antes, le pasó a Francisco con los estigmas: estos podían representar para él un motivo de soberbia, dando pie al acrecentamiento de las ínfulas egóticas. Podían ser ocasión de un orgullo desmesurado.



ASV: Aprovecho aquí para que me hables del trayecto místico.

ARG: El trayecto místico supone un proceso de paulatina purificación interior. En ese proceso el místico experimenta “noches oscuras”, es decir, instantes de dificultad, momentos de dolor: debe vencer su propia sombra psíquica, toda la negatividad existencial encerrada en él, la inercia de sus malas inclinaciones, la propensión a la pereza espiritual y a la falta de humildad... Son momentos de sufrimiento: como la nave espacial que despega de la tierra tiene que ascender en contra de la gravedad que la empuja hacia abajo, en dirección exactamente contraria a la subida. El místico se enfrenta a la gravitación de la pesadez. Pero todo este dolor puede y debe ser aceptado, asumido y transfigurado desde el júbilo y la alegría, como hizo Cristo cuando la dinámica de la realidad le impuso el sufrimiento: lo aceptó, lo asumió y lo transfiguró en afirmación del amor, es decir, de la vida.



ASV: ¿Cuál es, para ti, la dirección fundamental de este trayecto?

ARG: La aguja de la brújula interna del místico siempre apunta a un norte claro: el gozo. Hemos sido creados para la alegría, esta es ontológicamente anterior al dolor y superior a él. Pero el camino de la alegría, en virtud de que somos finitos (y por lo tanto imperfectos, o mejor, procesualmente perfectibles), implica momentos de dolor. Las “depresiones” eventuales del místico forman parte de ese dolor, que es un dolor de crecimiento y que está siempre subordinado al júbilo y en función de él.



ASV: Si entonces aparece el júbilo es necesario hablar del cuerpo, sí, la materialidad de las cosas, las sensaciones que otorgan, todo el cúmulo de experiencias que en gran medida pueden conducir a otro camino, el de la expresión poética, en este caso la tuya.

ARG: Mientras tengamos la brújula infalible del cuerpo, no nos desorientaremos existencialmente, es la relación orgánica de la conciencia con la materialidad del mundo, una relación que se realiza y expresa solo a través del cuerpo. He recordado, al conversar contigo, la taxativa afirmación de Spinoza: “Todo lo que aumenta el poder de acción de mi cuerpo implica automáticamente el aumento del poder de acción de mi conciencia”. Siguiendo a Spinoza: creo que lo bueno es aquello que aumenta mi potencia vital, al estar de acuerdo con mi íntima naturaleza: su signo psíquico, corpóreo y espiritual es la alegría, porque esta subraya y rubrica mi adhesión entusiasmada al mundo y a lo real.



ASV: ¿Y la tristeza?
 

ARG: La tristeza, por el contrario, merma mi potencia de ser y cifra el odio explícito o tácito hacia la vida, proyectándose hacia afuera y hacia adentro en forma de remordimiento, de vergüenza y de auto-odio.



ASV: La música, presente en tu poesía –si pensamos en el jazz y los spirituals que sueles evocar– puede ser considerada una fuente de alegría, te lo digo porque en otras oportunidades hemos hablado sobre el tema y hace poco me hiciste recordar aquella discusión sobre Bob Dylan: a mí no me ha molestado que le hayan dado el Nobel (los premios, en general, son para mí una lotería y un empujón económico, si la Fortuna concede esa gracia, pues); en todo caso, lo que me interesa aquí es detenerme en la relación entre la poesía y la música, la experiencia del poeta como el rapsoda que va por los caminos, con su lira y su voz; hay toda una tradición al respecto, antes de que las aguas se partieran con mayor nitidez y los poetas agarraran por su lado y los músicos por el otro.

ARG: El primer capítulo de un libro extraordinario, Lenguaje y poesía, de Jorge Guillén, está destinado a examinar la importancia estética de la poesía de Gonzalo de Berceo, máximo exponente en nuestro idioma del “mester de juglaría”. A estas alturas de la historia de la literatura está fuera de toda duda la relevancia artística de la poesía juglaresca. Para no hablar del hecho oxigenante de que ese Premio pone sobre el tapete público esa antiquísima, ancestral relación de la lírica con la música mencionada por ti, que de alguna manera nos brinda una constelación sapiencial de la experiencia, de la que solo alcanza a dar cuenta la poesía y también los relatos, los proverbios y las parábolas; sin lo anterior, todo lo que llamamos civilización y progreso serían meras quimeras.



ASV: La música, Dylan, ¿un aire en tiempos oscuros?

ARG: Claro, por supuesto que vivimos “tiempos oscuros”, pero no precisamente por el Nobel a Bob Dylan (el mayor elogio que puedo hacerle es que su obra durante décadas me ha ayudado a vivir, a soportar la inescapable negatividad de lo real), sino por la presencia entre nosotros de poderes tiránicos, plutocráticos, deletéreos (y en nuestro país definitivamente dictatoriales) vinculados a los personajes históricos que les sirven de vehículo.



ASV: Hablemos entonces de Antígona, hablemos del derecho que tiene una persona y un pueblo a la rebelión, cuando el poder pierde la investidura que le ha sido otorgada y un país se encuentra en el nada fácil trance de intentar restablecer algo parecido a la justicia.

ARG: Antígona, Alejandro, es una tragedia de contenido eminentemente político, hay que decir que todas las tragedias, tanto de Esquilo,  como de Sófocles, como de Eurípides, de una u otra forma tienen que ver con la política, porque la política es como el trasfondo de todos los dramas que la tragedia retrate, la política entendida como el acaecer, el suceder de la polis. Pero en el caso de Antígona esto es mucho más evidente y tangible: los atenienses se enamoraron perdidamente de Antígona cuando fue representada en el escenario, fue la tragedia más popular de Sófocles y le valió al mismo Sófocles el enormísimo prestigio y la celebridad entre el público ateniense. 

ASV: ¿Y Edipo Rey?

ARG: Edipo Rey es una tragedia modélica desde el punto de vista  dramatúrgico, cualquier escritor que se inicie en el ámbito del drama y la actividad teatral encuentra en Edipo Rey un punto de referencia clave para su aprendizaje.

ASV: Bien, volvamos a Antígona, si te parece.

ARG: Antígona es una pieza teatral, no solamente modélica dentro del punto de vista dramático, sino que en ella palpita una reflexión absolutamente vigente, es decir, pudo haber sido escrita ayer. Su planteamiento trágico tiene una contemporaneidad verdaderamente clamorosa. Antígona se inicia al día siguiente de la derrota del ejército Argivo a manos del ejército Tebano, el ejército de Tebas. Los Argivos pretendieron invadir conquistar y ocupar Tebas y el ejército Tebano lo enfrentó y los rechazó, a los Argivos. ¿Y qué pasa este día posterior a la derrota de los argivos? Se comprueba que dos de los grandes capitanes del ejército Tebano –Eteocles y Polinices– han muerto en la batalla. Creonte, el rey de Tebas, ordena que a Eteocles se le rindan honores fúnebres, pero no así a Polinices, porque hay presunción de una conducta impropia que Creonte juzga inmoral en Polinices. Creonte decreta que Polinices sea deshonrado pública y póstumamente, pero decreta que no se lo sepulte, y que nadie lo llore. Que un cadáver quede sin sepultura es lo peor que un griego podía concebir de alguien.



ASV: Me interesa que sigas con esa lectura que haces de Antígona, enmarcada dentro de todo lo que ya mismo nos toca colectivamente.

ARG: Pues Antígona razona en el fondo de su conciencia individual que ella debe desobedecer la orden del gobernante y el gobernante razona y argumenta que él tiene motivos para decretar lo que él decreta. Hay una tensión prácticamente irresoluble entre esos dos polos. Claro, nuestras simpatías se movilizan casi íntegramente en favor de Antígona, pero no captaríamos el verdadero trasfondo de la tragedia si no asumiéramos que el otro polo existe y el otro polo, simbolizado por Creonte, también tiene su argumentación racional. Tú sabes que los griegos tenían una máxima ética moral que resume buena parte del espíritu helénico: “nada en demasía”. Para los griegos el exceso era inmoral, ellos exaltaban algo que denominaban “sofrosine”, es decir, la conducta equilibrada, la conducta que respeta y asume el ordenamiento cósmico y humano. Un ordenamiento que se expresa en la condición humana a través del equilibrio y de la mesura.



ASV: Me parece que podemos volver a Thoreau, Armando.

ARG: Por estos días alguien trajo a colación en las redes sociales uno de sus tratados, Desobediencia civil, en el que Thoreau argumenta acerca de la necesidad de la desobediencia frente a un gobierno que viola los derechos humanos y quebranta el espíritu de la verdadera moralidad. Mahatma Gandhi y Martin Luther King, por cierto, fueron lectores de esa obra. Entonces la desobediencia civil, la desobediencia de una conciencia individual frente a la razón estatal, es una cosa muy contemporánea y que está muy vigente entre nosotros. Hasta Santo Tomás en la Suma Teológica lo dice taxativamente: el hombre solo debe obedecer a su conciencia, incluso si la decisión es equivocada; el hombre no se equivoca para obedecer al exponer su conciencia, por el solo hecho de obedecer a su fuero más íntimo.



Caracas (entre enero del 2017 y diciembre del 2018): en agradecimiento a María Auxiliadora Balladares y Andrés Villalba, ambos poetas, confabulados con los organizadores del Festival de la Lira (Cuenca), el Ministerio de Cultura, y demás amigos en Ecuador, por su generosidad fraterna.