La Poesía
debe partir su pan
Palabras de la médico y poeta Ana María Hurtado en la presentación de la Obra Poética de
Armando Rojas Guardia
Armando Rojas Guardia
(1979-2017)
"El Esplendor y la Espera"
Estamos reunidos en torno a un libro,
ya esto de por si constituye una ceremonia sagrada. Este tomo que nos reúne
recoge toda la poesía de Armando Rojas Guardia, impecable y bellamente, bajo la luz de Reverón, otro Armando “la terquedad de la luz, su reincidencia”. Y celebramos también en ágape poético al
hombre que es el libro, pues el alma del poeta le otorga vida a cada página, y
cada página nos habla con la misma suntuosa incandescencia de su voz- mordiendo la pulpa suavísima del aire.
Quiero partir de una imagen de
Armando: él propone que Marx y Rimbaud se encuentren en un café de Londres, o
que Hegel visite a Hölderlin en el manicomio. Para la ocasión elijo traer a
este recinto a tres autores entrañables para Armando. Tratándose de que estamos en una librería tan
prodigiosa como ésta, llega el primero, Jorge Luis Borges -por supuesto- y hojea un ejemplar de esta poesía reunida, puede
ver con los dedos de su alma el rostro de Armando, mientras recuerda aquel
hombre que se propuso la tarea de dibujar el mundo y a lo largo de los años
puebla un espacio con multitud de imágenes disímiles y objetos, para al final
descubrir en aquel laberinto que ha trazado la imagen de su rostro. Borges
siente que en la multiforme dimensión que dibuja este libro puede ver (Gracias
a la ironía divina) el rostro del poeta, y a su vez escuchar su respiración
entrecortada, sus pausas y circunvoluciones; allí está el Armando que de niño
ya sabe su destino y Georgie -el de Palermo- lo mira (de nuevo la ironía) en la
distancia de una casa caraqueña diciéndole a la tía Albertina que ya se sabe
poeta. Borges se asombra de la precocidad y lo siente afín, él a los 6 ya lo
sabía; cualquier destino, por largo y
complicado que sea, consta en realidad de
un solo momento -piensa- el momento
en que el hombre sabe para siempre quién es. Y el hombre que hoy está dibujado en este
libro, encontró su destino a los 4 años
y tuvo la certeza, no como aspiración o anhelo, sino la convicción ontológica de quien se entrega
al fatum, lo asume y se ofrenda en cuerpo y alma. Borges escucha su voz porque todo libro es la voz del
autor, la voz que lo sobrepasa y lo conforma, la voz que lo sobrevive. Y
dejamos a Georgie en esta librería que es su cuota de paraíso y - a su pesar- de inmortalidad, sabiendo que la poesía es
ocasión para la belleza, y Armando, que lo sabe, agrega ¡estamos hechos para la alegría! Y la poesía es gozo, Poesía: dolor y gozo imposibles. Se percibe un leve soplo como el que sintió el profeta Elías en el desierto: es la pequeña y frágil
Simone Weil. Un gozo que, a fuerza de ser puro y sin mezcla, duele - se dice
para sí mientras mira el esplendor del libro. Agrega y recuerda
a los griegos: Un dolor que, a fuerza de ser puro y sin
mezcla, sosiega; ella lo siente porque recibe el rumor de los poemas,
el dolor, la pasión y el sosiego que arden
del mismo amor en esas páginas.
Ella se acerca con la reverencia que impone
lo sagrado. En todo aquello que nos provoca una
auténtica y pura sensación de lo bello, existe realmente la presencia de Dios - expresar con susurrante convicción. Tan
testimonial es un canto gregoriano como la muerte de un mártir, piensa
desde su levedad que este libro es el testimonio de la belleza en todos sus
registros desde lo más vulgar a lo sublime, lo profano, lo sagrado, los
espacios del cuerpo, el abismo carnal de la materia, la desnuda locura, la
patria, la geografía del fracaso, de los
duelos… y nos invita con ese ánimo de lo sagrado a celebrar el nacimiento, Sol
Invictus, ese de Reverón o del poeta.
Así como la ruindad espiritual y el carácter
rastrero pueden hacer un uso vil de las palabras más hermosas, y el genio de un
grandísimo poeta puede en ocasiones -aunque muy raramente- llevar a la
plenitud de la belleza una palabra comúnmente horrible colocándola en su lugar
exacto -recuerda precisa sus palabras, la
cristiana judía de París, mientras se detiene
y piensa en el color del daiquirí,
y el burdel de rojos verdes azules amarillos, y yo solo creía en ti zarpa
florida, el olor de los baños, la espalda
obscura del amor, los urinarios… y que solo las palabras más sucias harían justicia al mito que nos une. Las mismas palabras pueden ser vulgares o extraordinarias según la
manera de pronunciarlas. O de quién las escucha, digo
yo. Recuerda que ella alguna vez
escribió en su cuaderno: Y esa manera depende de la profundidad que
tenga la región del ser de la que proceden. Merced a una maravillosa sintonía,
esas palabras van a llegar, en quien las escucha, a la misma región. Simone
aprecia que las palabras del poeta le llegan a esas últimas regiones de los cuerpos, donde copulan dioses y animales, al lugar donde hay un amor morado y
genuflexo, y se estremece desde lo virginal ante el asombro pagano del deseo. Sólo
quien es ruin u obsceno escucha lo ruin en la belleza.
Unas hojas más y aparece el silencio y aquel me seco de palabras
-Cuando tu vienes tu el vacío,
el nada el ya
- El poeta compone el poema
pensando el silencio
Si
yo fuera capaz de entrar por fin
En
esa pulcritud del aire inmóvil
Que
he llamado silencio en el poema
Si
yo fuera capaz de nombrar árbol
Como
esta tarde el árbol se mostraba
-Un poema sale del silencio y vuelve al silencio… La poesía: ir con las palabras al
silencio, a la ausencia de nombre. Y cavila
Simone, la pequeña mística del asfalto, la
misma que ama a dios pensando que no existe
Y un poco más allá la nada vigilante.
Un poema ha de querer decir al mismo tiempo algo
y nada — pero no cualquier nada, sino la nada de arriba.
Sigue cavilando Simone, en tanto se columpia entre la gravedad y la gracia,
desde su estremecida carne agujereada.
Al final, llega Merton, un poco retrasado, sin moverse tan bien
entre la gente se topa con Armando y su
miedo irreprimible al desamparo, y le señala con sonrisa de campos de
Kentucky: Aquí estamos los poetas. Estamos unidos para denunciar la vergüenza y el fraude de
todas las mentiras colectivas.
Aquí estamos en nuestra cofradía de inocencias, en nuestra
solidaridad de certidumbres-
Armando, que se siente monje
mendicante o mínimo juglar le responde con cierto jesuítico fervor: La poesía debe partir su pan
Y Thomas :
Sintámonos
orgullosos de las palabras que nos han sido dadas sin razón aparente, sin la
intención de aleccionar a nadie, ni confundir a nadie, ni probar el absurdo de
nadie, sino sólo el señalar más allá de los objetos, hacia el silencio donde
nada puede ser dicho.
Y Armando que espera atento la
llegada y Merton que le dice:
Aguarda.
Escucha las piedras
del muro.
Permanece en
silencio, ellas tratan
de decir tu nombre.
-O el nombre de Mahalia o el de
Armstrong-
Y Cuando tú vienes
tengo prisa por decir
por llamar de algún
modo
por nombrarme a mí también
¿Quién eres?
¿Quién
eres tú? ¿El
silencio
de quién eres?
Y todo es tan vacío
tan gota
Inaprensible
Tan exactamente
nada
Tan silencio
Quién (permanece
callado)
eres tú (así como
estas piedras
permanecen
calladas).
-Y Armando que quiere ser silencio mineral-
Y Thomas que le dice
El mundo entero
está
secretamente en
llamas.
Las piedras queman,
aún las piedras
queman.
… y calla Merton para hundirse en
el mundo y pasar a la clandestinidad del universo.
De vuelta al
esplendor y considerando que los libros son objetos sagrados, comunión
eucarística, como diría Simone, son el rostro de un hombre, como lo pensó
Borges, y son de todos, aun en el
silencio, como lo intuyó Merton, y que sus
palabras se filtran y nos leen, y no sabemos dónde está el poeta y dónde
nuestros ojos, con el alma en los dedos.
Concluyo, mi muy querido
Armando, diciéndote:
Puedes
sentirte satisfecho porque el universo de tu poesía te dibuja diáfano, con la
intemperie acuestas, tus piedras queman y dicen tu nombre, y en esta eucaristía
de amores y poetas te decimos alguien te ama hoy y no secretamente.
Ana
María Hurtado
Caracas,
20-12-2018
Con
motivo de la presentación del Libro El esplendor y la espera. Edición Cristóbal
Zapata. Colección Mundus, Alcadía de Cuenca. 2018.
PS:
las cursivas sencillas corresponden a
fragmentos de textos de Armando Rojas Guardia.
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