"HEMOS SIDO CREADOS PARA LA ALEGRÍA"
Entrevista realizada por el poeta Alejandro Sebastiani Verlezza
al escritor y poeta venezolano Armando Rojas Guardia
“Hemos
sido creados para la alegría”
El pasado 26 de noviembre llegó de Ecuador Armando
Rojas Guardia. En las maletas se trajo El
esplendor y la espera, un tomo que recoge su poesía escrita y publicada
entre el año 1979 y el 2017. La edición corre por cuenta de la Alcaldía de
Cuenca y su Dirección General de Cultura, en la colección Mundus, bajo los cuidados del poeta Cristóbal Zapata y la editora
Silvia Ortiz Guerra. Ambos han tenido la gentileza de poner en la portada a
otro Armando –¡Reverón!– con uno de sus “Cocoteros” que bien hacen volver a la
memoria la luminosidad sonora de Macuto y esos trazos que atraviesan el paisaje
y se cuelan dentro de estas páginas.
El
esplendor y la espera tuvo una
primera presentación en Cuenca, el 13 de noviembre, en la Biblioteca Municipal
Daniel Córdova Toral. En esa ocasión Rojas Guardia conversó con el propio
Zapata –editor, director de la Bienal de arte y literatura de la misma ciudad–
y el poeta, traductor y crítico Alfredo Galo Torres. Y ahora, casi un mes
después, se hará lo propio en Caracas, esta vez en la librería El Buscón, el
próximo jueves, 20 de diciembre, a las 5 y 30 de la tarde.
Alejandro
Sebastiani Verlezza
ASV: Armando, tienes ya en tus manos una edición que recoge toda tu poesía escrita hasta los momentos. ¿Cuál es la primera sensación? ¿Percibes ahora una línea fundamental que traspase todo tu trabajo como poeta?
ARG: La primera sensación que
me acomete ante mi poesía reunida en un solo volumen es la de estar frente a un
organismo vivo, palpitante. Son 360 páginas que recogen y compendian cuarenta
años de actividad poética ininterrumpida. Descubro, por supuesto, varias líneas
fundamentales en ese trabajo prolongado en el tiempo: la experiencia religiosa,
las diversas facetas de la vivencia erótica, la meditación lírica sobre la
poesía misma, ciertos ángulos temáticos recurrentes (lo urbano, lo cotidiano,
lo histórico), la locura como grado cero de la conciencia y umbral de lo
sagrado…Pero por debajo de estos enfoques y asuntos, latiendo en la densidad
interior de todos ellos, creo que se puede palpar el intento siempre
recomenzado de vivir poéticamente, un vivir desde la atención orgánica,
visceral frente a la realidad: mi poesía pretende ser el testimonio de ese
intento, su huella escritural, su rastro estético.
ASV: Emmanuel
Levinas es un autor del que te has nutrido. En El Dios de la intemperie se
siente su presencia. ¿Crees que hay algo de Levinas que haya podido moverse
hacia tu poesía? ¿Por qué siempre el tono apelativo, el tú?
ARG: Me parece que sí. Empecé a
aproximarme a la obra filosófica de Levinas a mediados de los años setenta.
Desde entonces ha sido un constante compañero de ruta; en muchos sentidos, un
guía espiritual, un maestro. A él le debo la conciencia del Tú, de la alteridad
personal, del Otro como interpelación sagrada. Ya lo decía Antonio Machado
(coloqué estas palabras como epígrafe de mi primer libro): “No es el yo / lo
que busca el poeta, / sino el tú esencial”. Resulta lógico que también en mi
poesía se pueda reconocer la atmósfera levinasiana, su clima espiritual: su
signo obvio es lo que llamas el tono apelativo, la presencia casi continua del
tú.
ASV: Una
parte de tu poesía está dentro de lo que en su momento propuso el grupo Tráfico
en el "Sí, manifiesto", pero al mismo tiempo, en otros momentos,
pareciera tomar distancia progresiva. ¿Cómo ves hoy el influjo de Tráfico en tu
poesía, en cuyo manifiesto además sabemos que colaboraste de manera
determinante en su redacción?
ARG:
La influencia de los postulados de Tráfico se hace
notoria en mi poesía a partir, sobre todo, de Yo que supe de la vieja herida. Es la gravitación temática y
procedimental que imponen lo urbano, lo histórico y lo cotidiano, tal como se
hacen presentes en el orbe de la lírica norteamericana, básicamente en la obra
de Pound, de Eliot, de William Carlos Williams, de la generación beat, con Ginsberg a la cabeza. Pero el
tiempo ha afinado mi propia percepción del giro copernicano que representa en
mi trabajo poético Yo que supe…: creo
que ese poemario significa para mí una “vuelta a las cosas”, a la concreción y
la tangibilidad del mundo, a los objetos reales que poblaban y pueblan mi
paisaje existencial, el horizonte específico de mi vida. Sin Tráfico ese
retorno a las cosas concretísimas no hubiera podido producirse.
ASV: Un
tema que ya hemos comentado y aparece en La
otra locura: la presencia de tu padre, en tu vida y en tu obra, hasta el
punto de tú asumir su segundo apellido. Cuéntame, más allá de lo que dices en
el ensayo "Tu papá está escribiendo", cómo fue tu relación con Pablo
Rojas Guardia, el intercambio humano y poético, qué tan determinante fue su
presencia para ti.
ARG: Mi padre es una presencia
poderosa en todo el decurso de mi existencia. Su ejemplo fue para mí
paradigmático: mi vocación literaria solo es explicable a partir de él. Mi tía
Albertina contaba que, teniendo yo cuatro años de edad, un día me preguntó:
“Armando, cuando seas grande, ¿vas a ser poeta?”. Y yo le respondí: “No es que
lo voy a ser. Ya lo soy”. Esta anécdota encuentra su única explicación en el
ejemplo de mi padre, internalizado por mí y convertido a una edad muy temprana
en mi carne psíquica.
ASV: Y
dentro de las presencias importantes para ti y tu poesía, cuéntame sobre
Ernesto Cardenal y Juan Liscano. Al primer poeta lo fuiste a ver a Solentiname
y con el segundo tuviste una amistad de muchos años.
ARG: A Cardenal empecé a leerlo
cuando yo tenía trece años de edad. Siempre me entusiasmó en él la confluencia
existencial de tres vectores radicalmente asumidos: lo religioso, lo estético y
lo político. Pienso que Ernesto, el que conocí y amé en Solentiname, es un
hombre cercano a la santidad. Constituye el más importante místico cristiano de
América Latina en toda su historia.
ASV: ¿Y Liscano?
ARG: Juan Liscano proyectó su
sombra benéfica, protectora y paternal en buena parte de mi trayectoria
biográfica. Fue para mí un interlocutor importante. Su prólogo a El Dios de la intemperie, escrito por su
propia iniciativa y no porque yo se lo pidiera, es un documento importante como
testimonio espiritual de su peso específico en mi vida.
ASV: Me parece
que la soledad es un tema importante en tu vida, pero es la soledad y el júbilo
compartido, con los otros, para volver al asunto levinasiano; has estado, pues,
oscilando en esos dos polos de la experiencia.
ARG: La soledad es la otra cara de la comunión
con los otros. Bien entendida, se abre, en su ápice, a la fraternidad; siempre
que no se viva como aislamiento espiritual o misantropía; y es que la
cotidianidad está repleta de regalos, de obsequios, de dones inesperados, basta
permanecer atentos para percatarse de ellos y agradecerlos. Dicen, por cierto,
unos versos de Cardenal: “Todo gozo es unión. /Dolor, estar sin los
otros”.
ASV: Y esos
regalos algo tienen que ver con la atención, con esa experiencia plena,
consciente de la atención, a veces sorpresiva, y bajo ciertas circunstancias,
por qué no, muy relacionada con la poesía.
ARG: Tú sabes que es de Simone Weil
la frase: “¿Qué es la cultura? La formación de la atención”. Y también sabes
que una expresión recurrente en mis ensayos es la del “nomadismo mental”. Yo
creo que el movimiento es el signo por excelencia de la expansión de la
conciencia.
ASV: Y el
movimiento, claro, nos sitúa de nuevo en la experiencia del viaje,
particularmente en aquello del homo viator, tan cercano a ti.
ARG: Siempre he pensado que la
manera privilegiada de viajar es hacerlo a pie. Los escritores del 98, sobre
todo Machado, Ortega y Azorín, cuando quisieron redescubrir la España profunda,
se dedicaron a recorrerla caminando: iban de pueblo en pueblo, de paisaje en
paisaje, andando parsimoniosamente, con los cinco sentidos atentos frente a
todo lo que se desplegaba delante de ellos. En Mérida, una vez, recuerdo que me
topé en el restaurante del hotel con una mujer bellísima y dulcísima, ella me
contó que hace unos años había hecho, ¡a pie!, el camino de Santiago, caminando
desde la catedral de Burgos hasta la catedral de Santiago de Compostela: ¡unos
600 kilómetros!
ASV: Bien, en
todo lo que me cuentas está implícito, de nuevo, el movimiento, la posibilidad
del movimiento, y no dejo de pensar en los ejercicios de los situacionistas, la
práctica de la deriva, ni tampoco puedo dejar de recordar al Thoreau de Caminando,
pero es claro que mucho de lo anterior ocurre dentro de unos márgenes de
libertad que ahora, ahora mismo, aquí, en Venezuela, no tenemos, pues están
cada vez más limitados por las “circunstancias actuales” (vamos a llamarlas
así, para no entrar en demasiados detalles ahora), todo un abismo y un
entramado que se teje perversamente alrededor de palabras vaciadas de todo
sentido y empleadas a la mala conveniencia. Se me ocurre una: “patria”.
ARG: La patria, para el nacionalismo cerrero que
nos gobierna, es una idea, que se antepone a todo, a la misma vida. Albert
Camus decía: “Amo más a mi madre que a la justicia”, para significar que
importan más las personas y los objetos tangibles que los conceptos,
sobre todo cuando a éstos se sacrifican los primeros. Recuerdo también el
diálogo de una película que te regalé hace tiempo, en el cual un alto dirigente
judío, amigo íntimo de Hannah Arendt, increpa a esta preguntándole: “¿Es que no
amas a tu pueblo (refiriéndose, claro, al pueblo judío)?” Y Hannah le responde:
“Yo no puedo amar a algo tan abstracto como un pueblo. Amo a mi marido, amo a
mis amigos, te amo a ti”.
ASV: Y está Roque Dalton.
ARG: Sí, Roque Dalton, el lector avisado recuerda
enseguida que este poeta fue fusilado por sus camaradas en la guerrilla: otro
ejemplo de lo que representa el hecho monstruoso de sacrificar una vida humana
concretísima –la vida, en ese caso, de un poeta– en el altar de una ideología
(una ideo-logía: un conjunto de ideas). ¿Te acuerdas de aquel poema de José
Emilio Pacheco? Dice: “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. /
Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos, / cierta
gente...”.
ASV: Sí, lo
recuerdo, de algún modo se relaciona con algo que me suele rondar y quiero
comentarte, porque se mueve en tu poesía: la gracia; para ti, dime, ¿será dada,
o más bien “ganada”?
ARG: La gracia se otorga porque sí, misericordiosa y gratuitamente: no la
compran ningún mérito y ninguna virtud de nuestra parte. La explicación es muy
sencilla: Alguien nos ama tácita y secretamente a todos.
ASV: Y la
relación, o el ansia de presentir “algo” de ese Alguien puede
también –en algunos casos, no siempre, claro, tiene que ser así– volverse
tortuosa. Ahora que lo recuerdo, me hablaste de alguien que te preguntó sobre
esta relación “tormentosa” en Francisco de Asís y Teresa de Jesús…
ARG: La vergüenza, la pena que
experimentaron Francisco de Asís y Teresa como consecuencia de la levitación y
los estigmas se debió, no solamente al hecho de que se consideraron indignos de
una gracia tan especial y extraordinaria, sino sobre todo a que no querían
aparecer ante los demás como investidos de una aureola de santidad, es decir,
seres humanos superiores. Teresa dice en su autobiografía que en plena
levitación, si esta era pública y notoria, quedaba “corridísima”, o sea,
apenada, avergonzada: no quería que los otros la consideraran una mujer
excepcionalísima. Lo mismo, pero varios siglos antes, le pasó a Francisco con
los estigmas: estos podían representar para él un motivo de soberbia, dando pie
al acrecentamiento de las ínfulas egóticas. Podían ser ocasión de un orgullo
desmesurado.
ASV: Aprovecho aquí para que me
hables del trayecto místico.
ARG: El trayecto místico supone un proceso de
paulatina purificación interior. En ese proceso el místico experimenta “noches
oscuras”, es decir, instantes de dificultad, momentos de dolor: debe vencer su
propia sombra psíquica, toda la negatividad existencial encerrada en él, la
inercia de sus malas inclinaciones, la propensión a la pereza espiritual y a la
falta de humildad... Son momentos de sufrimiento: como la nave espacial que
despega de la tierra tiene que ascender en contra de la gravedad que la empuja
hacia abajo, en dirección exactamente contraria a la subida. El místico se
enfrenta a la gravitación de la pesadez. Pero todo este dolor puede y debe ser
aceptado, asumido y transfigurado desde el júbilo y la alegría, como hizo Cristo
cuando la dinámica de la realidad le impuso el sufrimiento: lo aceptó, lo
asumió y lo transfiguró en afirmación del amor, es decir, de la vida.
ASV: ¿Cuál
es, para ti, la dirección fundamental de este trayecto?
ARG: La aguja de la brújula interna del místico siempre
apunta a un norte claro: el gozo. Hemos sido creados para la alegría, esta es
ontológicamente anterior al dolor y superior a él. Pero el camino de la
alegría, en virtud de que somos finitos (y por lo tanto imperfectos, o mejor,
procesualmente perfectibles), implica momentos de dolor. Las “depresiones”
eventuales del místico forman parte de ese dolor, que es un dolor de
crecimiento y que está siempre subordinado al júbilo y en función de él.
ASV: Si entonces aparece el
júbilo es necesario hablar del cuerpo, sí, la materialidad de las cosas, las
sensaciones que otorgan, todo el cúmulo de experiencias que en gran medida
pueden conducir a otro camino, el de la expresión poética, en este caso la
tuya.
ARG: Mientras tengamos la brújula infalible del
cuerpo, no nos desorientaremos existencialmente, es la relación orgánica de la
conciencia con la materialidad del mundo, una relación que se realiza y expresa
solo a través del cuerpo. He recordado, al conversar contigo, la taxativa
afirmación de Spinoza: “Todo lo que aumenta el poder de acción de mi cuerpo
implica automáticamente el aumento del poder de acción de mi conciencia”. Siguiendo
a Spinoza: creo que lo bueno es aquello que aumenta mi potencia vital, al estar
de acuerdo con mi íntima naturaleza: su signo psíquico, corpóreo y espiritual
es la alegría, porque esta subraya y rubrica mi adhesión entusiasmada al mundo
y a lo real.
ASV: ¿Y la
tristeza?
ARG: La tristeza, por el contrario, merma mi
potencia de ser y cifra el odio explícito o tácito hacia la vida, proyectándose
hacia afuera y hacia adentro en forma de remordimiento, de vergüenza y de
auto-odio.
ASV: La
música, presente en tu poesía –si pensamos en el jazz y los spirituals que
sueles evocar– puede ser considerada una fuente de alegría, te lo digo porque
en otras oportunidades hemos hablado sobre el tema y hace poco me hiciste
recordar aquella discusión sobre Bob Dylan: a mí no me ha molestado que le
hayan dado el Nobel (los premios, en general, son para mí una lotería y un
empujón económico, si la Fortuna concede esa gracia, pues); en todo caso, lo
que me interesa aquí es detenerme en la relación entre la poesía y la música,
la experiencia del poeta como el rapsoda que va por los caminos, con su lira y
su voz; hay toda una tradición al respecto, antes de que las aguas se partieran
con mayor nitidez y los poetas agarraran por su lado y los músicos por el otro.
ARG: El primer
capítulo de un libro extraordinario, Lenguaje y poesía, de Jorge
Guillén, está destinado a examinar la importancia estética de la poesía de
Gonzalo de Berceo, máximo exponente en nuestro idioma del “mester de
juglaría”. A estas alturas de la historia de la literatura está fuera de toda
duda la relevancia artística de la poesía juglaresca. Para no hablar del hecho
oxigenante de que ese Premio pone sobre el tapete público esa antiquísima,
ancestral relación de la lírica con la música mencionada por ti, que de alguna
manera nos brinda una constelación sapiencial de la experiencia, de la que solo
alcanza a dar cuenta la poesía y también los relatos, los proverbios y las
parábolas; sin lo anterior, todo lo que llamamos civilización y progreso serían
meras quimeras.
ASV: La música, Dylan, ¿un aire en tiempos
oscuros?
ARG: Claro, por
supuesto que vivimos “tiempos oscuros”, pero no precisamente por el Nobel a Bob
Dylan (el mayor elogio que puedo hacerle es que su obra durante décadas me ha
ayudado a vivir, a soportar la inescapable negatividad de lo real), sino por la
presencia entre nosotros de poderes tiránicos, plutocráticos, deletéreos (y en
nuestro país definitivamente dictatoriales) vinculados a los personajes
históricos que les sirven de vehículo.
ASV: Hablemos entonces de
Antígona, hablemos del derecho que tiene una persona y un pueblo a la rebelión,
cuando el poder pierde la investidura que le ha sido otorgada y un país se
encuentra en el nada fácil trance de intentar restablecer algo parecido a la
justicia.
ARG: Antígona, Alejandro, es una
tragedia de contenido eminentemente político, hay que decir que todas las tragedias,
tanto de Esquilo, como de Sófocles, como de Eurípides, de una u otra
forma tienen que ver con la política, porque la política es como el trasfondo
de todos los dramas que la tragedia retrate, la política entendida como el
acaecer, el suceder de la polis. Pero
en el caso de Antígona esto es mucho más evidente y tangible: los atenienses se
enamoraron perdidamente de Antígona cuando fue representada en el escenario,
fue la tragedia más popular de Sófocles y le valió al mismo Sófocles el
enormísimo prestigio y la celebridad entre el público ateniense.
ASV: ¿Y
Edipo Rey?
ARG: Edipo Rey es una tragedia modélica desde el
punto de vista dramatúrgico, cualquier escritor que se inicie en el
ámbito del drama y la actividad teatral encuentra en Edipo Rey un punto de
referencia clave para su aprendizaje.
ASV:
Bien, volvamos a Antígona, si te parece.
ARG: Antígona es una pieza teatral, no solamente
modélica dentro del punto de vista dramático, sino que en ella palpita una
reflexión absolutamente vigente, es decir, pudo haber sido escrita ayer. Su
planteamiento trágico tiene una contemporaneidad verdaderamente clamorosa.
Antígona se inicia al día siguiente de la derrota del ejército Argivo a manos
del ejército Tebano, el ejército de Tebas. Los Argivos pretendieron invadir
conquistar y ocupar Tebas y el ejército Tebano lo enfrentó y los rechazó, a los
Argivos. ¿Y qué pasa este día posterior a la derrota de los
argivos? Se comprueba que dos de los grandes capitanes del ejército Tebano –Eteocles
y Polinices– han muerto en la batalla. Creonte, el rey de Tebas, ordena que a
Eteocles se le rindan honores fúnebres, pero no así a Polinices, porque hay
presunción de una conducta impropia que Creonte juzga inmoral en Polinices.
Creonte decreta que Polinices sea deshonrado pública y póstumamente, pero
decreta que no se lo sepulte, y que nadie lo llore. Que un cadáver quede sin
sepultura es lo peor que un griego podía concebir de alguien.
ASV: Me
interesa que sigas con esa lectura que haces de Antígona, enmarcada dentro de
todo lo que ya mismo nos toca colectivamente.
ARG: Pues Antígona razona en el fondo de su
conciencia individual que ella debe desobedecer la orden del gobernante y el
gobernante razona y argumenta que él tiene motivos para decretar lo que él
decreta. Hay una tensión prácticamente irresoluble entre esos dos polos. Claro,
nuestras simpatías se movilizan casi íntegramente en favor de Antígona, pero no
captaríamos el verdadero trasfondo de la tragedia si no asumiéramos que el otro
polo existe y el otro polo, simbolizado por Creonte, también tiene su
argumentación racional. Tú sabes que los griegos tenían una máxima ética moral
que resume buena parte del espíritu helénico: “nada en demasía”. Para los
griegos el exceso era inmoral, ellos exaltaban algo que denominaban
“sofrosine”, es decir, la conducta equilibrada, la conducta que respeta y asume
el ordenamiento cósmico y humano. Un ordenamiento que se expresa en la
condición humana a través del equilibrio y de la mesura.
ASV: Me parece
que podemos volver a Thoreau, Armando.
ARG: Por estos días alguien trajo a colación en
las redes sociales uno de sus tratados, Desobediencia civil, en el
que Thoreau argumenta acerca de la necesidad de la desobediencia frente a un
gobierno que viola los derechos humanos y quebranta el espíritu de la verdadera
moralidad. Mahatma Gandhi y Martin Luther King, por cierto, fueron lectores de
esa obra. Entonces la desobediencia civil, la desobediencia de una conciencia
individual frente a la razón estatal, es una cosa muy contemporánea y que está
muy vigente entre nosotros. Hasta Santo Tomás en la Suma Teológica lo
dice taxativamente: el hombre solo debe obedecer a su conciencia, incluso si la
decisión es equivocada; el hombre no se equivoca para obedecer al exponer su
conciencia, por el solo hecho de obedecer a su fuero más íntimo.
Caracas (entre enero
del 2017 y diciembre del 2018): en agradecimiento a María Auxiliadora
Balladares y Andrés Villalba, ambos poetas, confabulados con los organizadores
del Festival de la Lira (Cuenca), el Ministerio de Cultura,
y demás amigos en Ecuador, por su generosidad fraterna.
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