¿Golpe de Estado o revolución?
Domingo Alberto Rangel
Domingo Alberto Rangel
Lunes 03 de Octubre de 2011 09:48
La utilidad/pertinencia del gobierno bolivariano para los intereses norteamericanos y criollos que dominan nuestra economía es tan evidente que solo falta gravarla en las rocas de las montañas para que oriente el juicio de la posteridad. En 1992, cuando irrumpió Chávez a la cabeza de un puñado de golpistas, la crisis reinante en la economía nacional empezaba a abrir perspectivas revolucionarias en los confines más remotos del firmamento político. El país se dirigía hacia gravísimos choques entre el orden, encarnado por un Carlos Andrés Pérez que estaba como el tango fané y descangañado" y los estratos oprimidos de la sociedad venezolana. Si el año 1992 transcurre desenvolviendo sólo la agitación callejera, con un programa de agitación social resuelto hacia el cual se dirigían los destacamentos de un movimiento popular recobrado o que empezaba a recobrarse, el país habría visto en las postrimerías de 1992 una verdadera revolución popular.
El golpe de Chávez, al crear entusiasmos en los militares golpistas, ninguno de los cuales era revolucionario y por el contrario tenían muchos fascistas, lo pervirtió todo. Empezamos a marchar tras el espectro del golpismo que fue, es y seguirá siendo un fraude histórico. Basta abrir el "dossier" del golpismo, desde el 18 de octubre de 1945, hasta hoy para convencerse, con un poco de raciocinio y mucho de honestidad que el golpismo o sea la coyunda entre civiles y militares para abortar, desviar o soslayar un choque frontal entre los barrios de la periferia de Caracas y otras ciudades y las camarillas reaccionarias de los cuerpos armados de la nación. El golpe era como un referee que suspende un match de boxeo cuando empieza a hacerse evidente que uno de los contendores caerá o perderá por nocaut. La suspensión de la pelea se haría para evitarles una situación tenebrosa al que ya sea candidato a oír, tendido en el piso del ring la cuenta fatídica.
No es la primera vez que se hace abortar o se desbarata un gran movimiento popular, hecho con girones calentados en la agitación popular mediante el recurso espurreo del golpe de Estado. El 18 de octubre de 1945 hizo abortar un movimiento sordo como el trueno lejano de los anocheceres que a medianoche ya es borrasca adueñada de todos los cielos. Un año más de agitación popular habría bastado para que una auténtica insurrección, conducida con tino y con firmeza por manos curtidas de experiencia, hubiera sido la culminación de la ruda lucha que para el 18 de octubre apenas estaba en los inicios de su ascenso. Lo mismo pasó en 1992 cuando los militares golpistas encabezados por Hugo Chávez sirvieron de conejillos de Indias a un programa de escamoteo del gran conflicto que apenas empezaba a esbozarse y no había cobrado por consiguiente toda su fuerza devastadora.
El 18 de octubre de 1945 y el 4 de febrero de 1992 tienen en común el hecho de haber sido maneras de sabotear, con gran agudeza lo que dejado en libertad para que creciera más, habría terminado enterrando a la vieja sociedad. Al insurgir el 4 de febrero o el 18 de octubre, el golpe cuartelero liquidaba la segura insurrección popular.
La insurrección podía haber triunfado o sufrido una derrota meses más tarde, de haberse consumado los golpes de aquellas fechas, pero aún así el golpe resultaba contraproducente por usurpador. Al abreviar la lucha insertando un episodio tan ajeno a los métodos del movimiento revolucionario, impidieron que cuajara la salida revolucionaria. La desviación que asoma el 18 de octubre y se repite el 4 de febrero es un escamoteo perfecto.
La tendencia al golpe de Estado se entroniza en la política venezolana con una fuerza aplastante y sin apelación. No hay político que no se convierta en un devoto del golpe. Y no hay para que la fórmula cuaje sin retardos ni dificultades, militar joven que no anhele la participación de ese "kino" de una perversa desviación. Desde el COPEI en la derecha hasta el partido Comunista en la izquierda se convierten en émulos de los adecos, buscando candidatos para una eventual alianza con gente de los cuarteles de la república. El 18 de octubre inaugura una modalidad en la política venezolana que no ha cesado ni ha perdido fuerza hasta ahora, es la obsesión del golpe de Estado. Cada jefe político en la calle sueña con esa lotería que significa la amistad o siquiera el intercambio con algún cabecilla militar. No tener amigos militares es una grave desgracia en la carrera de un cuadro político.
Los militares se han ido transformando en árbitros de la suerte de los jefes políticos. Hay dirigentes de partido cuya carrera se ha hecho por la circunstancia de su vínculo de consanguinidad con un alto jefe militar y no estamos aludiendo a Adán Chávez. Lo más grave, tratando de contabilizar como en un libro mercantil de partida doble, los activos y los pasivos que deja esta situación, en el plano más alto de la política, tenemos que la política venezolana es hoy una de las más conservadoras de todo el continente americano. Aunque ello no es obra de la sola influencia militar, pero ella resulta evidente entre las causas de esta tendencia mayúscula hacia la derecha.
Frente a esta evolución que a lo largo de más de sesenta años ha convertido al golpe de Estado en el único medio de cambiar el cuadro político del país, hay que ventilar, con desenfado si se quiere para que concite intereses, las diversas vías que pueden, en lo teórico, conducir al cambio de la situación popular. Desarrollar el análisis de los diversos instrumentos existentes para cambiar la situación y ligar cada uno de ellos a un equivalente interés de clase. Historiando el proceso venezolano desde 1945, ubicar a los políticos de la derecha y sus posiciones y por último examinar toda la política internacional y los diversos cambios registrados en la América Latina del último medio siglo ilustraría y enseñaría mucho (El Carabobeño, 02/10/2011, Lectura Dominical).-
El golpe de Chávez, al crear entusiasmos en los militares golpistas, ninguno de los cuales era revolucionario y por el contrario tenían muchos fascistas, lo pervirtió todo. Empezamos a marchar tras el espectro del golpismo que fue, es y seguirá siendo un fraude histórico. Basta abrir el "dossier" del golpismo, desde el 18 de octubre de 1945, hasta hoy para convencerse, con un poco de raciocinio y mucho de honestidad que el golpismo o sea la coyunda entre civiles y militares para abortar, desviar o soslayar un choque frontal entre los barrios de la periferia de Caracas y otras ciudades y las camarillas reaccionarias de los cuerpos armados de la nación. El golpe era como un referee que suspende un match de boxeo cuando empieza a hacerse evidente que uno de los contendores caerá o perderá por nocaut. La suspensión de la pelea se haría para evitarles una situación tenebrosa al que ya sea candidato a oír, tendido en el piso del ring la cuenta fatídica.
No es la primera vez que se hace abortar o se desbarata un gran movimiento popular, hecho con girones calentados en la agitación popular mediante el recurso espurreo del golpe de Estado. El 18 de octubre de 1945 hizo abortar un movimiento sordo como el trueno lejano de los anocheceres que a medianoche ya es borrasca adueñada de todos los cielos. Un año más de agitación popular habría bastado para que una auténtica insurrección, conducida con tino y con firmeza por manos curtidas de experiencia, hubiera sido la culminación de la ruda lucha que para el 18 de octubre apenas estaba en los inicios de su ascenso. Lo mismo pasó en 1992 cuando los militares golpistas encabezados por Hugo Chávez sirvieron de conejillos de Indias a un programa de escamoteo del gran conflicto que apenas empezaba a esbozarse y no había cobrado por consiguiente toda su fuerza devastadora.
El 18 de octubre de 1945 y el 4 de febrero de 1992 tienen en común el hecho de haber sido maneras de sabotear, con gran agudeza lo que dejado en libertad para que creciera más, habría terminado enterrando a la vieja sociedad. Al insurgir el 4 de febrero o el 18 de octubre, el golpe cuartelero liquidaba la segura insurrección popular.
La insurrección podía haber triunfado o sufrido una derrota meses más tarde, de haberse consumado los golpes de aquellas fechas, pero aún así el golpe resultaba contraproducente por usurpador. Al abreviar la lucha insertando un episodio tan ajeno a los métodos del movimiento revolucionario, impidieron que cuajara la salida revolucionaria. La desviación que asoma el 18 de octubre y se repite el 4 de febrero es un escamoteo perfecto.
La tendencia al golpe de Estado se entroniza en la política venezolana con una fuerza aplastante y sin apelación. No hay político que no se convierta en un devoto del golpe. Y no hay para que la fórmula cuaje sin retardos ni dificultades, militar joven que no anhele la participación de ese "kino" de una perversa desviación. Desde el COPEI en la derecha hasta el partido Comunista en la izquierda se convierten en émulos de los adecos, buscando candidatos para una eventual alianza con gente de los cuarteles de la república. El 18 de octubre inaugura una modalidad en la política venezolana que no ha cesado ni ha perdido fuerza hasta ahora, es la obsesión del golpe de Estado. Cada jefe político en la calle sueña con esa lotería que significa la amistad o siquiera el intercambio con algún cabecilla militar. No tener amigos militares es una grave desgracia en la carrera de un cuadro político.
Los militares se han ido transformando en árbitros de la suerte de los jefes políticos. Hay dirigentes de partido cuya carrera se ha hecho por la circunstancia de su vínculo de consanguinidad con un alto jefe militar y no estamos aludiendo a Adán Chávez. Lo más grave, tratando de contabilizar como en un libro mercantil de partida doble, los activos y los pasivos que deja esta situación, en el plano más alto de la política, tenemos que la política venezolana es hoy una de las más conservadoras de todo el continente americano. Aunque ello no es obra de la sola influencia militar, pero ella resulta evidente entre las causas de esta tendencia mayúscula hacia la derecha.
Frente a esta evolución que a lo largo de más de sesenta años ha convertido al golpe de Estado en el único medio de cambiar el cuadro político del país, hay que ventilar, con desenfado si se quiere para que concite intereses, las diversas vías que pueden, en lo teórico, conducir al cambio de la situación popular. Desarrollar el análisis de los diversos instrumentos existentes para cambiar la situación y ligar cada uno de ellos a un equivalente interés de clase. Historiando el proceso venezolano desde 1945, ubicar a los políticos de la derecha y sus posiciones y por último examinar toda la política internacional y los diversos cambios registrados en la América Latina del último medio siglo ilustraría y enseñaría mucho (El Carabobeño, 02/10/2011, Lectura Dominical).-
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