18 de octubre 1948 Los adecos al bate del poder (SIC)*
El 16 de octubre de 1945 se realizó la última y decisiva reunión en la cual se acordó tomar la iniciativa insurreccional. A dicha reunión asistieron el mayor Delgado Chalbaud, los capitanes Mario Vargas y Horacio López Conde, los tenientes Edito Ramírez y Francisco Gutiérrez, quienes concluyeron que “estábamos descubiertos”. López Conde fue en busca de Rómulo Betancourt, con quien volvió a la reunión: “Rómulo se había opuesto desde un principio a la idea de ‘revolución’, pues tenía la creencia de que ‘los golpes de Estado despiertan rencillas y futuras sublevaciones’. Pero aquella noche estábamos decididos a todo y la urgencia de un cambio se imponía de cualquiera manera. Ante la peligrosa noticia que se tremolaba como bandera de nuestro Congresillo, nos dijo: ‘no queda más remedio sino dar el golpe en esta misma semana’ ”. (La Verdad Inédita.)
En la noche del 17 de octubre, Acción Democrática convocó una reunión pública en el Nuevo Circo de Caracas, dentro de un ambiente caldeado. Rómulo Gallegos, enérgico, reafirmó consignas democráticas y clausuró Betancourt con un discurso de una hora, claro y sentencioso: “Se plantea que nuestra proposición significa un golpe de Estado pacífico. Nosotros admitimos que aspiramos a un golpe de Estado pacífico, es decir, que procuramos encontrarle una salida evolutiva a la compleja situación política del país. Pero esta aspiración evolutiva se frustrará si quienes gobiernan continúan en su actitud de insólito desdén a la opinión”.
Los tiros comenzaron al promediar la mañana del 18 de octubre. El Presidente Medina, conocedor de nombres y detalles del plan conspirativo por una delación de última hora, había ordenado en la madrugada medidas de emergencia, detenciones de oficiales, acuartelamiento general, preparación de tropas para combatir. Pero ya era tarde. Fusiles y ametralladoras sonaban en el Cuartel San Carlos. Se peleaba.
AD suministraba grupos militantes del Partido a los cuarteles contribuyendo a echar por tierra a un régimen anacrónico que negaba al pueblo la libertad del sufragio y manejaba a la nación como pertenencia privada de una camarilla personalista. La sangre de más de 400 militares y civiles se vertió en la fulminante contienda. 36 horas después de iniciada, ya se organizaba en Miraflores la Junta Revolucionaria de Gobierno. Dijo Betancourt: “El Gobierno de facto nació de un golpe de Estado típico y no de una bravía insurgencia popular. Lo que tenía de negativo tal circunstancia no necesita ser subrayado”.
Había la indeclinable decisión de que el Gobierno provisional le diera al país un viraje revolucionario. Se instaló en la noche del 19 de octubre en el Palacio Presidencial, con balas de francotiradores cayendo sobre el feo caserón crespero.
Se firmó el acta constitutiva de la Junta, presidida por Betanocurt e integrada por Raúl Leoni, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Gonzalo Barrios, los militares Carlos Delgado Chalbaud y Mario Vargas, y Edmundo Fernández. Los militares del golpe cedieron los puestos de mando a los civiles, quienes gobernaron dejando la impronta del ideario profesado por Acción Democrática, resultado de la fe en el pueblo organizado, de la decisión para nuclear al sector de oficiales del Ejército de mentalidad democrática y de la confianza en que Venezuela sí podía ser gobernada por hombres sin uniforme, dispuestos a respetar la magistratura civil.
En la primera declaración oficial de los objetivos de la Revolución se afirmó que el Gobierno provisional tendría como “misión inmediata la de convocar al país a elecciones generales, para que mediante el sistema de sufragio directo, universal y secreto” pudieran “los venezolanos elegir sus representantes, darse la Constitución que anhelaban y escoger el futuro Presidente de la República”.
Se anunciaba que los ex Presidentes López Contreras y Medina Angarita, detenidos junto con algunos de sus más destacados colaboradores políticos y militares, “no sufrían ni sufrirían vejamen en sus personas ni atropellos de ninguna naturaleza”. Y se anunciaba que de inmediato se adoptarían medidas encaminadas a moralizar la administración pública, “a abaratar el costo de la vida y a elevar las condiciones económicas y sociales en que vive el pueblo”. Ahí se dijo: “En esta hora, la nueva Venezuela afirma su voluntad de hacer historia”.
La mayoría de los venezolanos, de todos los estratos sociales, saludó jubilosamente el advenimiento de octubre. Estudiantes, maestros, profesionales, campesinos, representantes de los organismos económicos, sindicatos, campesinos y obreros festejaron la victoria. Hombres civiles –muchos de los cuales no eran adecos pero tenían la confianza pública- fueron a todos lo cargos administrativos, exceptuando Defensa (Delgado Chalbaud) y Comunicaciones (Mario Vargas). La prensa liberal y democrática del mundo saludó con alborozo el establecimiento de un Gobierno de raíz popular. Todo el universo comunista, nacional e internacional, fue hostil a la Revolución, con un resentimiento sectario frente al Partido que los había derrotado constantemente en la conciencia del pueblo.
La reacción regimentada de los comunistas frente a la insurgencia popular venezolana no era producto de la miopía política. La consigna venía desde la propia Meca y fue impartida a los fieles creyentes con rigor dogmático, reflejando el pensamiento del areópago stalinista: “Todo lo sucedido en Venezuela huele a petróleo”, y mentía descaradamente: “Desde 1943 el Gobierno de Medina intentó obligar a las empresas extranjeras a modificar los términos de las concesiones y de los contratos, que eran indudablemente desfavorables para Venezuela”.
Sin decirlo expresamente, los soviéticos establecían una evidente conexión entre el estallido del 18 de octubre y la política petrolera del Gobierno derrocado. Resultaban así los adecos poco menos que instrumentos de los rencores del cártel de los petróleos y, por supuesto, jamás podrían “representar una tendencia más democrática que el Gobierno anterior”.
La posición asumida por las Cancillerías fue expectante. En Washington y Londres, capitales económicas de la Venezuela petrolera, la inesperada noticia de le Revolución arrebató reposados sueños burocráticos, pero doce días después del 18 de octubre, ya la mayor parte de los gobiernos habían restablecido relaciones con Venezuela, declarando muchos que lo hacían por considerar que la opinión pública nacional respaldaba al nuevo régimen.
La historia ha venido demostrando que la Revolución venezolana del 18 de octubre de 1945 fue culminación de un proceso histórico indetenible. Y que sin la audaz actitud adeca de conducirla y canalizarla, siempre hubiese estallado, pero con las solas características del motín cuartelario. La conducta de los hombres de Acción Democrática que actuaron en la gestación del 18 de octubre, responde a diversas interrogantes formuladas a través del tiempo.
Dijo Rómulo Batancourt: “Pero falta por decir que si el origen mismo de ese golpe de Estado es materia controvertible, tal debate resultaría escarceo académico, y hasta teológico, ante el hecho cumplido de la democratización institucional, del saneamiento inexorable de las prácticas administrativas y de la política petrolera enérgicamente nacionalista, realizados por el Gobierno que de aquél nació”. (Venezuela, Política y Petróleo.)
La historia tiene comprobado que las conmociones sociales de auténtica raíz revolucionaria, sea cual fuere su signo ideológico, se comportan siempre en sus inicios con extrema tolerancia hacia los vencidos. Así sucedió en 1945. Aunque los ex Presidentes López y Medina, y una veintena de sus colaboradores más destacados, fueron extrañados del país, el resto de sus copartícipes disfrutó de absoluta libertad dentro del país y lanzaron una ofensiva enconada e implacable contra un estilo de Gobierno lesivo a sus muy personales intereses.
Periódicos amamantados en la ubre gomecista, corresponsales de un pasado siempre vivo en la memoria de quienes los hacían, atados por intereses económicos y políticos a los sectores desplazados del poder, disfrutaron de plena libertad para emprender una campaña sin cuartel contra el nuevo orden de cosas. Eran “los que se humillan en las cadenas y se insolentan en los motines”.
El pueblo, que no entiende muchos de gestos caballerescos, arrugaba el ceño. Su descontento se hizo ostensible cuando se anunció que los jerarcas de los regímenes posgomecistas habían salido del país, sin ser juzgados previamente por su conducta como gobernantes en estrados judiciales.
El Ministro de Relaciones Interiores, Valmore Rodríguez, debió entonces acudir ante los micrófonos de la Radioemisora Nacional a explicar a la opinión pública, en nombre del Gobierno, que no era por debilidad del régimen revolucionario que así se procedía, sino por confianza en su estabilidad.
Otra factor condicionaba también la conducta adeca. Querían limpiar la obra en trance de iniciarse de toda traza de retaliación personal. Habían llegado al poder con un bagaje de ideas concretas de política y administración, macerado a través de años de meditación y estudio, y estaban deseosos de echarlas a andar. Por eso fue que se pusieron a la faena creadora desde el momento mismo de entrar a Miraflores. Y esas son las raíces que seguiremos extrayendo…
http://www.noticierodigital.com/2011/10/18-de-octubre-1948-los-adecos-al-bate-del-poder/
*Nota: No entendemos por qué razón aparece en el título la fecha cambiada, asumimos que es un error de los técnicos encargados por noticiero digital al transcribir en html.