miércoles, agosto 08, 2007

Tres textos de José Antonio Ramos Sucre


José Antonio Ramos Sucre
(Cumaná, Venezuela. 1890- Ginebra, Suiza. 1830)
Se inicia desde niño en los estudios del latín, se traslada a Caracas para iniciar en la Universidad Central sus estudios de Derecho y Literatura y continuar aprendiendo idiomas (griego antiguo y moderno, sánscrito). En el segundo año de su carrera de leyes, clausurada la Universidad, comienza Ramos Sucre a estudiar danés, idioma que domina en sólo cuatro meses; estudia también inglés, francés, alemán e italiano y las asignaturas correspondientes a los diversos años de la carrera, y es así como, en 1916, al establecerse los estudios libres, rinde en sólo tres meses los exámenes correspondientes a los cuatro años de derecho, alcanzando en 1917 el título de Doctor de Ciencias Políticas. Ya graduado, continúa con el estudio del sueco y del holandés ("estudiar para mi es un morbo", diría en una ocasión a la madre) y trabaja como traductor e intérprete en la Cancillería, en la cual permanece hasta finales de 1929 cuando viaja a Europa, como Cónsul en Ginebra, donde muere en 1930.
EL MUNDO DE LOS MUERTOS

LEJOS DE TI, soy como un sepultado; no me halagan las auras primaverales;
ni el canto de la alondra ni la luz del sol me resucita.
Cuando los vivos se entregan a dormir y los muertos se levantan de sus
sepulcros, yo voy como en un sueño sobre los abismos y sobre las cumbres
que tanto me alejan de ti.
Y atravieso el jardín prohibido y fuerzo las puertas herméticas, y llego al
santuario de tu hermosura.
Si te espanta mi hálito de difunto, tierna flor, piensa que mi amor te protege.
Pero ya desaparezco… los gallos rompen a cantar.



EL RAMO DE LA SIBILA


El canto de la salud vuela sobre el mar jocundo, sube al cielo de ópalo. Sir-
ve para distinguir los momentos de la maniobra. No se requiere el portavoz ni
el mandamiento lacónico.
He desprendido los vestigios de una visión infeliz al incorporarme del rega-
zo de la noche. Una voz inmortal había insinuado en mis oídos el verso canoro
de Virgilio, parar describirme el naufragio de un timonel vencido por el sueño.
Yo reconstituí los pormenores del episodio al despertar y volver en mi
acuerdo. Reconocí inmediatamente el litoral donde fue sacrificado el náufra-
go después de salir a salvo.
Tenía a mi alcance un ramo de olivo, el árbol místico y virtuoso. Lo su-
mergí en las aguas lívidas y lo agité sobre mis compañeros indiferentes.

LA VIDA DEL MALDITO

Yo adolezco de una degeneración ilustre; amo el dolor, la belleza y la crueldad, sobre
todo esta última, que sirve para destruir un mundo abandonado al mal. Imagino
constantemente la sensación del padecimiento físico, de la lesión orgánica.
Conservo recuerdos pronunciados de mi infancia, rememoro la faz marchita de mis
abuelos, que murieron en esta misma vivienda espaciosa, heridos por dolencias
prolongadas. Reconstituyo la escena de sus exequias, que presencié asombrado e
inocente.
Mi alma es desde entonces crítica y blasfema; vive en pie de guerra contra los poderes
humanos y divinos, alentada por la manía de la investigación; y esta curiosidad
infatigable declara el motivo de mis triunfos escolares y de mi vida atolondrada y
maleante al dejar las aulas. Detesto íntimamente a mis semejantes, quienes sólo me
inspiran epigramas inhumanos; y confieso que, en los días vacantes de mi juventud, mi
índole destemplada y huraña me envolvía sin tregua en reyertas vehementes y
despertaba las observaciones irónicas de las mujeres licenciosas que acuden a los sitios
de diversión y peligro. No me seducen los placeres mundanos y volví espontáneamente
a la soledad, mucho antes del término de mi juventud, retirándome a esta mi ciudad
nativa, lejana del progreso, asentada en una comarca apática y neutral. Desde entonces
no he dejado esta mansión de colgaduras y de sombras. A sus espaldas fluye un delgado
río de tinta, sustraído de la luz por la espesura de árboles crecidos, en pie sobre las
márgenes, azotados sin descanso por un viento furioso, nacido de los montes áridos. La
calle delantera, siempre desierta, suena a veces con el paso de un carro de bueyes, que reproduce la escena de una campiña etrusca. La curiosidad me indujo a nupcias
desventuradas, y casé improvisamente con una joven caracterizada por los rasgos de mi
persona física, pero mejorados por una distinción original. La trataba con un desdén
superior, dedicándole el mismo aprecio que a una muñeca desmontable por piezas.
Pronto me aburrí de aquel ser infantil, ocasionalmente molesto, y decidí suprimirlo para enriquecimiento de mi experiencia. La conduje con cierto pretexto delante de una
excavación abierta adrede en el patio de esta misma casa. Yo portaba una pieza de
hierro y con ella le coloqué encima de la oreja un firme porrazo. La infeliz cayó de
rodillas dentro de la fosa, emitiendo débiles alaridos como de boba. La cubrí de tierra, y
esa tarde me senté solo a la mesa, celebrando su ausencia.
La misma noche y otras siguientes, a hora avanzada, un brusco resplandor iluminaba
mi dormitorio y me ahuyentaba el sueño sin remedio. Enmagrecí y me torné pálido,
perdiendo sensiblemente las fuerzas. Para distraerme, contraje la costumbre de cabalgar
desde mi vivienda hasta fuera de la ciudad, por las campiñas libres y llanas, y paraba el
trote de la cabalgadura debajo de un mismo árbol envejecido, adecuado para una cita
diabólica. Escuchaba en tal paraje murmullos dispersos y confusos, que no llegaban a
voces. Viví así innumerables días hasta que, después de una crisis nerviosa que me
ofuscó la razón, desperté clavado por la parálisis en esta silla rodante, bajo el cuidado de
un fiel servidor que defendió los días de mi infancia.
Paso el tiempo en una meditación inquieta, cubierto, la mitad del cuerpo hasta los
pies, por un felpa anchurosa. Quiero morir y busco las sugestiones lúgubres, y a mi lado
arde constantemente este tenebrario, antes escondido en un desván de la casa.



José Antonio Ramos Sucre

2 comentarios:

Ophir Alviárez dijo...

Has leído el Ofir de Ramos Sucre? Es instenso como todo lo de él...

Pretenciosa!

;)

OA

Leonardo Melero dijo...

Aún no he leído ese texto, déjame buscarlo que tengo su Obras Completas de Ayacucho. Y por supuesto debe ser fenomenal!
;)
Un beso.