sábado, marzo 10, 2012








Tiempo y poesía

Ludovico Silva


El Fin de Año es indefinible.
Los astros han querido, obedeciendo a una poética infinita, que el tiempo terrestre, el tiempo humano, se divida en horas, meses, años. Los hombres han recogido ese requerimiento celeste y así le dan categoría mágica, ritual, al fin de mes, al fin de año. Aparte del interés, digámoslo así, crematístico que tienen esos rituales humanos, hay el interés no menos definido de la Fiesta, latente en todo terrícola. Dionisíacas, Fastos, Nefastos, Idus, Navidad, Año Nuevo, Carnavales, etc., son fiestas dedicadas a la exaltación del tiempo. Del Tiempo en sí mismo, como ingrediente básico de las células. En suma, todo aquello que en una parte de la historia se ha llamado religión y que quizás es preferible llamar la condición política de la materia. Pues por más apegados a la práctica que estemos, dentro de nuestra misteriosa materia hierve el afán de lo desconocido, el tortísimo deseo de crear, la condición poética que nos dispara hacia todo lo mago, ritual, fantástico y milagroso. Ya oigo a una multitud de fanáticos diciendo: "¡El milagro no existe! ¡El milagro no existe!"; pero esos fanáticos me recuerdan la anécdota según la cual Baudelaire, como un amigo le preguntase por qué razón se había ido airado de cierta discusión de café, respondió lo siguiente: "¡Claro que me voy! ¿Cómo se puede discutir con una persona que no cree en los milagros?". Esto es: cómo se puede considerar plenamente humano a un individuo en cuya materia no exista apenas un átomo de fuerza poética, un átomo de absurdo, una porción de magia?
La poesía ha sido el quebradero de cabeza de muchos filósofos. Desde Platón hasta Heidegger, los filósofos han intentado llegar a una definición de la poesía. Pero a pesar de sus geniales especulaciones (geniales, la mayoría de las veces, en la misma medida en que son genuinamente poéticas) casi siempre han incurrido en una contradicción: Tratar de dar una definición intemporal -¡definitiva!- de algo que es temporal. Se podrá argüir que, por más diferencias fundamentales que existan entre la poesía homérica, por ejemplo, y la de la era espacial, siempre se tratará de una esencia intemporal: la poesía. El argumento es de rancia estirpe socrática; pero Sócrates, como bien lo decía Nietzsche en su Origen de la Tragedia, a pesar de haberle rendido grandes servicios a la humanidad, había insuflado en ésta sus peores vicios intelectuales. La poesía, como el hombre mismo, es tiempo, pero además es palabra en el tiempo (A. Machado); y al ser palabra en el tiempo, es imposible definírsela por otra vía que no sea la palabra poética misma. Pero no palabras ad usum poetarum (esta expresión es del profesor García Bacca) ni tampoco palabras para uso de técnico en filosofía, sino palabras: poesía.
Con esto quería decir que la condición poética de la materia humana es indefinible, o mejor, su única definición son los hombres mismos, definiciones de carne y hueso, y que por tanto resulta inútil o imposible tratar de definir celebraciones como el fin de año, porque pertenecen a los movimientos poéticos-temporales de la vida humana.
La poesía es algo perpetuamente perfectible; su meta es siempre eso: más allá de la poesía misma. A un poema siempre lo podemos imaginar mejor, más perfecto. Por eso no se lo puede detener en una definición, sin riesgo de asesinato. Como tampoco se puede detener el tiempo.


"Tiempo y poesía", s.f. Copia al carbón en arhivos del autor. (N. de la C.)

De Teoría poética. Caracas: Editorial Equinoccio, 2008. Complación, prólogo y cronología Edda Armas.

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