El pensamiento constituyente del 5 de julio de 1811
JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ | EL UNIVERSAL
martes 5 de julio de 2011 12:38 PM
La Sociedad Patriótica llamada por Bolívar: "centro de luces y de todos los intereses revolucionarios", reclamaba con impaciencia a los diputados del Congreso Constituyente de 1811 una resolución definitiva a favor de la Independencia. Muñoz Tebar expresaba que: "Termina un año perdido en sueños... que principie ya el año primero de la independencia y de la libertad"; por su parte Coto Paúl manifestaba que se debía reanimar: "el mar muerto del Congreso".
La demora se justificaba en virtud de trascendentes definiciones políticas: el resultado de la guerra en la Península contra Napoleón; las posturas de Inglaterra entonces aliada de España con respecto a la independencia del mundo americano; el aspirado reconocimiento de Venezuela por parte de Estados Unidos; la inexistencia de un ejército y de armas republicanas; el no pronunciamiento a favor de la causa patriota por parte de Maracaibo, Coro y Guayana, entre otras.
Se necesitaba convencer y explanar las argumentaciones que justificasen la causa de Venezuela y el rompimiento con España. Fernando Peñalver apreciaba que se había producido entonces: "la disolución de los pactos entre el Pueblo Español y el Monarca", como consecuencia de la renuncia de Fernando VII y en virtud de ello, nada ya ataba a América. De la misma manera Miranda sostenía que: "los pueblos de América debieron haber entrado en posesión de los derechos" y además que: "Nada tiene que ver el desorden de España con la necesidad de nuestra reforma".
Juan Antonio Rodríguez Domínguez, presidente del Congreso, el 3 de julio, indicó que ya era: "el momento de tratar sobre la Independencia absoluta". José Luis Cabrera, representante de Guanarito, expresó que de hecho ya éramos libres, lo que fue respaldado por Mariano de la Cova, diputado por Cumaná, quien, sin embargo, recomendó la necesidad de divulgar nuestras razones y solicitar el reconocimiento diplomático de Inglaterra y de Estados Unidos a nuestro país.
Igualmente, Martín Tovar Ponte afirmó que cuantas veces el asunto había sido considerado la resolución por la independencia era general, precisando que se había comisionado a uno de los diputados para elaborar: "el proyecto de una Constitución democrática", señalamiento extraordinario que evidencia el sentido que desde entonces debía alcanzar nuestra vida política y la actuación futura de nuestros gobernantes.
Al mismo tiempo, Francisco Hernández, diputado por San Carlos, advirtió los efectos de la ignorancia de quienes pensaban: "que los reyes vienen de Dios", pero destacó la necesidad de desvanecer esa creencia señalando que: "Ilústrese a los pueblos en sus derechos".
José María Ramírez, en representación de Aragua de Barcelona, invitó a dar el significativo paso, y José Angel Álamo, por Barquisimeto, aportó el valioso concepto de que constituidos como representantes de los pueblos estaban autorizados: "para todo lo favorable a nuestros constituyentes" y que: "Nada puede serlo tanto como la Independencia".
Miranda, en nombre de El Pao, exigió con ardor la declaración inmediata, a lo que negativamente respondió el presbítero Juan Vicente Maya, por La Grita, excitando las protestas de los constituyentes y de las barras, entre ellas los miembros de la Sociedad Patriótica, dirigidos por Bolívar, Vicente Salias y otros. Las respuestas de Miranda, de Roscio y demás diputados que rechazaron la postura de Maya fue, sin embargo, el reconocimiento del derecho a la libertad parlamentaria, ejemplo admirable de virtud republicana, lección afirmativa para nuestra historia.
Ante la propuesta de que se resolviese previamente la formación o no de una Confederación, Francisco Javier Yanes, a nombre de Araure, intervino de manera destacada expresando que aquella determinación: "debe preceder a la declaratoria de Independencia... cuando son éstas (la libertad, la soberanía y la independencia) las primeras cualidades de que deben estar adornadas las partes..." e igualmente que ningún tratado con algún otro país: "jamás puede obstar a nuestra deliberación". Celebraron sus afortunadas expresiones Francisco Policarpo Ortiz, representante por Barcelona y José Gabriel de Alcalá, por Cumaná.
Juan Germán Roscio, diputado por Calabozo, manifestó su aprobación pero evidenció sus dudas por la no presencia de las otras tres provincias venezolanas que entonces estaban en manos de los realistas. Yanes y Miranda desvanecieron tales inquietudes.
El día 4, Juan José Maya por San Felipe, pidió un diferimiento de las discusiones sobre la Independencia, a lo cual le respondió Cabrera que: "empezada ya la controversia, no debe interrumpirse".
La Sociedad Patriótica presentó al Congreso un memorial elaborado por Miguel Peña en el que razonó acerca de la aviesa política de España, el avance de nuestra causa, la influencia de Caracas y del 19 de abril, el respaldo del pueblo a la independencia resaltando que: "Ocho mil habitantes que la desean... es la sanción más sagrada y solemne...".
En esa circunstancia, el soberano Congreso solicitó la opinión del Poder Ejecutivo el cual prontamente se pronunció a favor de la inmediata independencia.
Amaneció el 5 de julio. En la sesión, Juan Bermúdez, por Cumaná, y Felipe Fermín Paúl, por San Sebastián, se interrogaron acerca de si las provincias y el estado de ilustración y civilidad de la gente sería el apropiado para la independencia y, al mismo tiempo, Antonio Nicolás Briceño propuso una votación secreta. El presbítero Maya volvió a exponer su oposición a la declaratoria. En respuesta a todo ello, Fernando Peñalver reconoció con precursor sentido institucional y democrático que: "debe respetarse la pluralidad del Congreso", pero creyó: "fútiles los peligros que se nos presentan... Siempre habrá inconvenientes, y es bien sabido que para ser libre un pueblo, basta que quiera serlo". Por su parte, el presbítero José Vicente Unda realizó una decisiva intervención afirmando que: "no estoy imbuido en los privilegios y antiguallas que se quieren oponer contra la justicia de nuestra resolución..., Guanare, a quien represento, no se tenga por obstáculo para la Independencia".
El apoyo fue decidido por parte de Manuel Palacio a nombre de Mijagual, al igual que por Roscio, quien solo observó aspectos relacionados con la población del país, asuntos que Miranda y Cabrera descartaron al demostrar la independencia adquirida por Estados con menores habitantes o con mayores territorios.
Rodríguez Domínguez entonces anunció que la Nueva Granada reconocería a Venezuela, y tanto Bermúdez como Castro, antes reticentes, se mostraron decididos.
Juan Rodríguez del Toro, por Valencia, puso de manifiesto la unanimidad de sentimientos y advirtió que a la independencia: "nadie la confundirá con la licencia y el libertinaje, porque si las monarquías se sostienen y apoyan en los vicios y la corrupción..., las republicas fundan su existencia en las virtudes de los ciudadanos".
Finalmente, varios diputados aclararon al congresista Méndez el alcance del juramento de fidelidad al Rey y cómo por encima del mismo, existía la determinación ya irreversible de defender los derechos de la patria.
La libertad infundió su espíritu y se multiplicó en la voz de todos los presentes, la independencia fue el dictado sublime de la patria.
La pléyade del ilustre Congreso de 1811 -civiles en buena parte-, nos dio a la República, la forjó entre los ideales, la erigió soberana, independiente y libre, la concibió democrática e interpretó con rectitud el clamor de la historia. La primigenia representación del pueblo lealmente ejercida para lo que fuere mejor a su destino, nos ofreció el ejemplo primero de virtudes políticas y de libertad parlamentaria, el primer gesto de respeto y de altivez humana: debatió todas las opiniones, manifestó con lucimiento su autonomía como cuerpo social, y se antepuso sobre los riesgos y las vacilaciones de siglos de costumbres y de dominación, impetrando la sabiduría de los tiempos para dar ese paso final que elevó a Venezuela y que señalaba premonitoriamente a la Confederación Americana.
Y desde ese lejano día de creación republicana la conciencia de la patria nos señala su repulsa a todo despotismo, a toda tiranía, a cualquier sujeción que desconozca su honor y su virtud. Aspiraron un país reconocido y respetado por los hombres de otras latitudes, donde sus ciudadanos fuesen civilizados y ejemplares, libres e iguales. Venezuela grande, Venezuela ilustre, Venezuela digna, tal y como la advirtió ese 4 de julio, en los albores mismos de la declaratoria singular el patriota Miguel Peña, quien nos aleccionaba: "Venezuela detesta los déspotas... Seamos independientes... elevemos la patria al rango que ella exige...".
La demora se justificaba en virtud de trascendentes definiciones políticas: el resultado de la guerra en la Península contra Napoleón; las posturas de Inglaterra entonces aliada de España con respecto a la independencia del mundo americano; el aspirado reconocimiento de Venezuela por parte de Estados Unidos; la inexistencia de un ejército y de armas republicanas; el no pronunciamiento a favor de la causa patriota por parte de Maracaibo, Coro y Guayana, entre otras.
Se necesitaba convencer y explanar las argumentaciones que justificasen la causa de Venezuela y el rompimiento con España. Fernando Peñalver apreciaba que se había producido entonces: "la disolución de los pactos entre el Pueblo Español y el Monarca", como consecuencia de la renuncia de Fernando VII y en virtud de ello, nada ya ataba a América. De la misma manera Miranda sostenía que: "los pueblos de América debieron haber entrado en posesión de los derechos" y además que: "Nada tiene que ver el desorden de España con la necesidad de nuestra reforma".
Juan Antonio Rodríguez Domínguez, presidente del Congreso, el 3 de julio, indicó que ya era: "el momento de tratar sobre la Independencia absoluta". José Luis Cabrera, representante de Guanarito, expresó que de hecho ya éramos libres, lo que fue respaldado por Mariano de la Cova, diputado por Cumaná, quien, sin embargo, recomendó la necesidad de divulgar nuestras razones y solicitar el reconocimiento diplomático de Inglaterra y de Estados Unidos a nuestro país.
Igualmente, Martín Tovar Ponte afirmó que cuantas veces el asunto había sido considerado la resolución por la independencia era general, precisando que se había comisionado a uno de los diputados para elaborar: "el proyecto de una Constitución democrática", señalamiento extraordinario que evidencia el sentido que desde entonces debía alcanzar nuestra vida política y la actuación futura de nuestros gobernantes.
Al mismo tiempo, Francisco Hernández, diputado por San Carlos, advirtió los efectos de la ignorancia de quienes pensaban: "que los reyes vienen de Dios", pero destacó la necesidad de desvanecer esa creencia señalando que: "Ilústrese a los pueblos en sus derechos".
José María Ramírez, en representación de Aragua de Barcelona, invitó a dar el significativo paso, y José Angel Álamo, por Barquisimeto, aportó el valioso concepto de que constituidos como representantes de los pueblos estaban autorizados: "para todo lo favorable a nuestros constituyentes" y que: "Nada puede serlo tanto como la Independencia".
Miranda, en nombre de El Pao, exigió con ardor la declaración inmediata, a lo que negativamente respondió el presbítero Juan Vicente Maya, por La Grita, excitando las protestas de los constituyentes y de las barras, entre ellas los miembros de la Sociedad Patriótica, dirigidos por Bolívar, Vicente Salias y otros. Las respuestas de Miranda, de Roscio y demás diputados que rechazaron la postura de Maya fue, sin embargo, el reconocimiento del derecho a la libertad parlamentaria, ejemplo admirable de virtud republicana, lección afirmativa para nuestra historia.
Ante la propuesta de que se resolviese previamente la formación o no de una Confederación, Francisco Javier Yanes, a nombre de Araure, intervino de manera destacada expresando que aquella determinación: "debe preceder a la declaratoria de Independencia... cuando son éstas (la libertad, la soberanía y la independencia) las primeras cualidades de que deben estar adornadas las partes..." e igualmente que ningún tratado con algún otro país: "jamás puede obstar a nuestra deliberación". Celebraron sus afortunadas expresiones Francisco Policarpo Ortiz, representante por Barcelona y José Gabriel de Alcalá, por Cumaná.
Juan Germán Roscio, diputado por Calabozo, manifestó su aprobación pero evidenció sus dudas por la no presencia de las otras tres provincias venezolanas que entonces estaban en manos de los realistas. Yanes y Miranda desvanecieron tales inquietudes.
El día 4, Juan José Maya por San Felipe, pidió un diferimiento de las discusiones sobre la Independencia, a lo cual le respondió Cabrera que: "empezada ya la controversia, no debe interrumpirse".
La Sociedad Patriótica presentó al Congreso un memorial elaborado por Miguel Peña en el que razonó acerca de la aviesa política de España, el avance de nuestra causa, la influencia de Caracas y del 19 de abril, el respaldo del pueblo a la independencia resaltando que: "Ocho mil habitantes que la desean... es la sanción más sagrada y solemne...".
En esa circunstancia, el soberano Congreso solicitó la opinión del Poder Ejecutivo el cual prontamente se pronunció a favor de la inmediata independencia.
Amaneció el 5 de julio. En la sesión, Juan Bermúdez, por Cumaná, y Felipe Fermín Paúl, por San Sebastián, se interrogaron acerca de si las provincias y el estado de ilustración y civilidad de la gente sería el apropiado para la independencia y, al mismo tiempo, Antonio Nicolás Briceño propuso una votación secreta. El presbítero Maya volvió a exponer su oposición a la declaratoria. En respuesta a todo ello, Fernando Peñalver reconoció con precursor sentido institucional y democrático que: "debe respetarse la pluralidad del Congreso", pero creyó: "fútiles los peligros que se nos presentan... Siempre habrá inconvenientes, y es bien sabido que para ser libre un pueblo, basta que quiera serlo". Por su parte, el presbítero José Vicente Unda realizó una decisiva intervención afirmando que: "no estoy imbuido en los privilegios y antiguallas que se quieren oponer contra la justicia de nuestra resolución..., Guanare, a quien represento, no se tenga por obstáculo para la Independencia".
El apoyo fue decidido por parte de Manuel Palacio a nombre de Mijagual, al igual que por Roscio, quien solo observó aspectos relacionados con la población del país, asuntos que Miranda y Cabrera descartaron al demostrar la independencia adquirida por Estados con menores habitantes o con mayores territorios.
Rodríguez Domínguez entonces anunció que la Nueva Granada reconocería a Venezuela, y tanto Bermúdez como Castro, antes reticentes, se mostraron decididos.
Juan Rodríguez del Toro, por Valencia, puso de manifiesto la unanimidad de sentimientos y advirtió que a la independencia: "nadie la confundirá con la licencia y el libertinaje, porque si las monarquías se sostienen y apoyan en los vicios y la corrupción..., las republicas fundan su existencia en las virtudes de los ciudadanos".
Finalmente, varios diputados aclararon al congresista Méndez el alcance del juramento de fidelidad al Rey y cómo por encima del mismo, existía la determinación ya irreversible de defender los derechos de la patria.
La libertad infundió su espíritu y se multiplicó en la voz de todos los presentes, la independencia fue el dictado sublime de la patria.
La pléyade del ilustre Congreso de 1811 -civiles en buena parte-, nos dio a la República, la forjó entre los ideales, la erigió soberana, independiente y libre, la concibió democrática e interpretó con rectitud el clamor de la historia. La primigenia representación del pueblo lealmente ejercida para lo que fuere mejor a su destino, nos ofreció el ejemplo primero de virtudes políticas y de libertad parlamentaria, el primer gesto de respeto y de altivez humana: debatió todas las opiniones, manifestó con lucimiento su autonomía como cuerpo social, y se antepuso sobre los riesgos y las vacilaciones de siglos de costumbres y de dominación, impetrando la sabiduría de los tiempos para dar ese paso final que elevó a Venezuela y que señalaba premonitoriamente a la Confederación Americana.
Y desde ese lejano día de creación republicana la conciencia de la patria nos señala su repulsa a todo despotismo, a toda tiranía, a cualquier sujeción que desconozca su honor y su virtud. Aspiraron un país reconocido y respetado por los hombres de otras latitudes, donde sus ciudadanos fuesen civilizados y ejemplares, libres e iguales. Venezuela grande, Venezuela ilustre, Venezuela digna, tal y como la advirtió ese 4 de julio, en los albores mismos de la declaratoria singular el patriota Miguel Peña, quien nos aleccionaba: "Venezuela detesta los déspotas... Seamos independientes... elevemos la patria al rango que ella exige...".
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