lunes, febrero 21, 2011

Haditha


Haditha



(19 de noviembre de 2005)






Cuatro infantes de marina estadounidenses enfrentan

cargos de asesinato por muerte de civiles

en Haditha, Irak, en 2005,

mientras otros cuatro encaran acusaciones

de menor magnitud,

anunciaron fiscales militares

(…)

Abogados defensores de los infantes de marina

dijeron que éstos no actuaron fuera de las

reglas vigentes en los conflictos bélicos.



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Lo primero no fue la sorpresa


ni el grito arácnido trepando la garganta


sino el silencio


mirándose


conteniendo la respiración










luego






la explosión






no vista






aún ajena






pero sacudiendo su cuerpo de animal de rojo






y temblando aquí en los huesos de la tierra









Hubo estupor entre nosotros






estupor del mundo detenido


contemplando su sangre escapársele


entre las manos








y nadie apartaba la vista de ese instante


nadie dejaba al tiempo de mover su boca


hasta que los primeros disparos








entonces huimos a nuestras casas


en las que callamos


para escondernos en el aire espeso


en nuestro miedo puerta cerrada


y temblorosa








empezaron a oírse las maderas


dejándose quebrar


como trueno que se derrumba


y más disparos


más dientes de perro bautizando la tarde


más eco hirviendo en las paredes


y ya era otro el silencio


un silencio víscera y sequía


un silencio de tumba resignada






que amparaba al que intentó huir


y a las balas que sacudieron su cuerpo


y la rompieron las ventanas del alma


con un clamor de vidrios erizados







a la mano ya fósil


brotando del suelo


como un escarabajo que canta


su victoria inútil sobre la arena








No era ésa la fecha que imaginábamos


para el juicio


ni ésas las culpas




y nuestros ejecutores no eran ángeles


de alas tejidas con desierto y horizonte


ni demonios de la seda


sino hombres turbios


en cuyos brazos cabalgan


las yeguas de la noche






sombras


venidas a robar


la nieve a los ojos de los muertos


y ninguno de nosotros conocía el oráculo mudo


que prefiguraba ese día


que nos empañó el cielo en la mirada






pero era muy tarde:


ya era nunca








y los pasos rompieron cada refugio


hasta andar con el mío


con mi carne grave


anciana


genuflexa en una esquina


marcada con sus pecados presentes


y olvidados






No sabía que mi última palabra


sería mi sangre


dispersa en la pared






emborronando los gestos del azar








los pasos perdidos de la vida






© Adalbert Salas


En: La arena, el vidrio: Ascenso en tres movimientos


Editorial Equinoccio – USB (2008)

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