"Un retrato en la geografía", una de las novelas preteridas de Arturo Uslar Pietri
Por Eduardo Casanova
15/05/2005
1. La mala suerte literaria de Arturo Uslar Pietri.
Arturo Uslar Pietri fue un hombre sortario en casi todo. Pero uno de las ramas en la que no tuvo buena suerte fue en la literatura, que era una de las que más le interesaba en la vida. A fines de julio de 1991, cuando fui parte del jurado que de dio a su última novela, La visita en el tiempo, el Premio Rómulo Gallegos, quedé francamente estupefacto cuando Arturo, al día siguiente de que se le participara la decisión, almorzando en la más estricta intimidad, me dijo que era esa la primera vez que se le reconocía en Venezuela como escritor. Ciertamente, para los venezolanos, Uslar era un político o un hombre de televisión, y a casi nadie le interesaba su trabajo literario. Las lanzas coloradas, una de las novelas más hermosas que se han escrito en Venezuela, fue prácticamente ignorada por la crítica y por el público cuando apareció en 1931. Fue, junto con Cubagua, de Enrique Bernardo Núñez, parte del triste proceso de desaparición de la crítica literaria venezolana que se inició en 1928 ó 1929 y que ha continuado hasta nuestros días. Se haría importante, y no en Venezuela sino en los demás países de habla hispana (y muchos en los que se hablan otros idiomas) cuando, debido a una serie de hechos que nada tenían que ver con la literatura, fue publicada en Argentina por la Editorial Losada y, por ello, conocida y ampliamente apreciada fuera de Venezuela. En efecto, Uslar Pietri se había sentido despreciado, dejado de lado, como escritor, y se había dedicado a la política, con lo que llegó a ser uno de los personajes más notables de la naciente democracia venezolana, ministro de varias carteras en los gobiernos de López Contreras (1935-1941) y Medina Angarita (1941-1945) y hasta posible candidato a la Presidencia en 1945. Pero el cuartelazo que tumbó a Medina Angarita aventó a Uslar Pietri al exilio, a Nueva York, en donde se ganó el afecto y la amistad de don Federico de Onís, el gran investigador y crítico literario salmantino, que también estaba exilado pero por otra realidad, y que de inmediato apreció la calidad de la obra literaria de su joven compañero de infortunio. Onís lo puso en contacto con Gonzalo Pedro Losada, otro exilado español que vivía en Buenos Aires y ya había organizado una de las más importantes editoriales de este lado de la Mar Océana. Así renació, y de hecho, nació, Las lanzas coloradas. Después vendrían El camino de El Dorado y varias obras más, editadas por Losada, entre ellas Un retrato en la geografía y Estación de máscaras (Editorial Losada, S.A., Buenos Aires, República Argentina, 1962, 1964), que deberían haber formado parte de una trilogía (que puede haber sido en intención una tetralogía), a no ser porque la trilogía o tetralogía se quedó en bilogía, porque Uslar sólo escribió dos de las tres o cuatro que tenía pensadas. Y ello también debido a lo que, sin duda, puede ser considerado parte de la mala suerte literaria de Arturo, que, por fortuna para mí, se rompió cuando el jurado, del que formé parte, decidió darle el Premio Rómulo Gallegos a fines de julio de 1991.
2. El momento equivocado.
La crítica literaria casi desapareció en Venezuela en torno a 1928, y la poca que existía en la década de 1960, con muy pocas excepciones, no fue justa con Uslar Pietri. Quizás porque lo consideraban más un político que un escritor. O lo creían un escritor retirado para dedicarse a la política, en la que la inmensa mayoría de los críticos se identificaba con la izquierda radical, por lo que Uslar Pietri, de tendencias más bien moderadas, no podía ser del todo bien visto. Aunque en cierto modo, Arturo Uslar Pietri casi llegó a ser una excepción, debido a que era enemigo del más terrible de los enemigos de la extrema izquierda: Rómulo Betancourt. Como escritor lo favorecía el haber iniciado su carrera literaria antes de la quiebra total de la crítica, con lo cual arrastraba un cierto prestigio que adquirió con la publicación de sus primeros cuentos. Pero no eran muchas las mercedes que se otorgaban: apenas se le toleraba, se aceptaba que era una de las grandes estrellas del cuento, pero como novelista era poco lo que se le concedía. Orlando Araujo, uno de los sumos sacerdotes de aquella religión que era la crítica literaria venezolana en esa década (y que ha seguido siéndolo en mayor o menor grado, a pesar de cierta apertura política) descalificó de un olímpico plumazo la segunda novela de Uslar, El camino de El Dorado, y tampoco fue nada positivo con respecto a Un retrato en la geografía. Quizás el único que reconoció en la nueva novela de Uslar Pietri un valor importante, fue Guillermo Meneses, que no pertenecía en absoluto a la secta de los críticos literarios del momento ni tenía relación alguna con la izquierda; al contrario, por haber prestado sus servicios como diplomático durante la dictadura, no era del todo bien visto. Sin duda, aquellos fueron tiempos de exclusiones sectarias, y una de ellas fue la de Uslar como escritor, exclusión que no fue total, pero sí importante. Debido al deslinde de los que formaron Acción Democrática, que por haber pasado al otro lado del río se convirtieron en los peores enemigos para los comunistas, la izquierda olímpica estaba dispuesta a aceptar a Uslar Pietri como político, pero no del todo como escritor. Como político compartía con ellos el rechazo absoluto hacia Betancourt y sus seguidores, lo cual se hizo especialmente agudo cuando la izquierda se decidió por el camino de la lucha armada, tiempo que coincidió con la publicación de las dos novelas urbanas contemporáneas de Uslar Pietri, las que debían formar parte de la trilogía o tetralogía El laberinto de fortuna. De manera que Un retrato en la geografía, publicada por la Editorial Losada en 1962, no podía haber salido en peor momento. Los muy poco tolerantes sacerdotes literarios la condenaron a un terrible silencio, o la recibieron con cierto desdén paternalista. Domingo Miliani, investigador y crítico muy talentoso, pero otro de los obispos de aquella secta, en un texto escrito para una enciclopedia y publicado posteriormente como parte de un libro (Tríptico literario, Fundación de Promoción Cultural de Venezuela, Caracas, Venezuela, 1985), la mira con lastimoso menosprecio: Por los años sesenta -dice-, Uslar Pietri persistió en la novela con dos obras que iban a formar parte de un ciclo de tres. El título común es El laberinto de fortuna. Las dos obras integrantes hasta ahora, son Un retrato en la geografía (1962) y Estación de máscaras (1964). El éxito fue nuevamente relativo. No se atreve a calificarla, pero habla de éxito relativo sin decir una sola palabra de las novelas, ni para bien ni para mal. Y esa fue la tónica dominante del estrecho mundo de la crítica literaria venezolana ante la aparición de las dos novelas de temas contemporáneos de Uslar Pietri, las que debían ser las dos primeras de las tres o cuatro que formarían El laberinto de fortuna, que se quedaron en dos porque su autor de cansó de recibir como respuesta el silencio, sin darse cuenta de que ese silencio no era contra él, sino contra todos los escritores de Venezuela.
3. Pórtico barroco.
Las primeras páginas (Capítulo I, pp. 9-16) de la novela Un retrato en la geografía constituyen uno de los fragmentos más característicos y mejor logrados de la narrativa barroca latinoamericana, cuyos representantes más conspicuos son dos novelistas que fueron amigos íntimos de Uslar Pietri: Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier. El capítulo de Uslar está a la misma altura que cualquier fragmento de El señor Presidente o El reino de este mundo, a título de ejemplos, o de lo que años después logrará el propio Uslar Pietri en La visita en el tiempo, que en cierta forma es un inmenso poema en prosa. Y mucho de poema en prosa tiene ese primer párrafo de Un retrato…, esa obertura que anuncia una gran sinfonía: La noche es más vasta y más poblada. Empieza a la hora de la gallina cuando comienzan a ponerse oscuras las matas en los corrales y dura, continua y espesa, hasta la hora de los primeros pájaros. Una noche de la tierra, de los árboles y de los animales, que todo lo une, lo borra y lo aleja.
En ese primer párrafo todas las imágenes se refieren al aire libre, a lo exterior, cuando la acción en realidad corresponde a un espacio muy cerrado, que no es otro que un calabozo en donde sobrevive como prisionero el General Diego Collado, en donde el General Diego Collado ha estado preso, encerrado, durante quince años, sin poder ver gallinas ni pájaros ni árboles. El personaje ha estado todo ese tiempo, pues, en la noche "que todo lo une, lo borra y lo aleja", y de eso debe darse cuenta el lector al internarse en el drama del preso, que ha perdido allí casi toda su vida, que no ha visto crecer a sus hijos ni envejecer a su mujer. Que cuenta los minutos y las horas y los días como parte de una terrible tortura, que en el texto está dada por medio del lenguaje denso y, en especial, por el insomnio áspero que padece el General Collado en su calabozo. Y de repente, desaparece el ambiente de noche. El General está libre y vuelve a su casa. Pero el tono narrativo sigue siendo barroco. Sigue habiendo un aire de reflexión, que se mantiene por el resto del capítulo (pp. 16-30), o, mejor dicho, que se va diluyendo a medida que van apareciendo los distintos personajes del entorno del General, su esposa, Celmira, envejecida y gorda, sus hijos, Rubén, Álvaro y Marta, su yerno, Saúl Verrón, y su viejo amigo, en General Landa, que no había ido a la cárcel en donde su amigo lo recordaba siempre, en especial para comparar la situación diferente de ambos. Y es a Landa a quien aprovecha Uslar para anunciar que el protagonista de la novela va a ser Álvaro Collado, el mozo rebelde y un tanto soberbio que "trata de explicarle" a Landa la verdadera situación por la que atraviesa el país a raíz de la muerte del General Juan Vicente Gómez (pp. 25 y 26), instantes antes de que los ruidos de la calle les hicieran saber que el populacho está saqueando una casa vecina, es decir, que las pasiones empezaban a desatarse. Y por medio de un retorno al leguaje de la literatura barroca, Uslar cierra el capítulo con un ambiente parecido al que lo abrió: Se despertó bruscamente. Se pasó la mano temblorosa por la frente llena de sudor. Todo estaba quieto, lejano y presente en la sombra. Reconoció la habitación, recordó la casa, supo dónde estaba ahora, y volvió a tenderse en busca del sueño.
4. La otra novela.
Al iniciarse el segundo capítulo (p.31) se producen dos cambios esenciales: el lector se da cuenta de que la novela no va a girar en torno al General Collado (para quien sirvió de modelo el padre de Fidel Rotondaro, que vivió un drama similar al del General de ficción), y ello comporta un muy importante cambio de estilo. Ya no es la prosa barroca, sino un estilo utilitario, cercano al de Pío Baroja (182-1956), que había muerto uno o dos años antes de que Uslar emprendiera la composición de Un retrato…, un estilo deliberadamente lejano al "arte literario", y que quizás haya servido de excusa a la excluyente crítica literaria de entonces para calificar de éxito (…) nuevamente relativo el resultado de esa composición. A partir del Capítulo II, en efecto, la prosa de Uslar se hace directa, con largos fragmentos de diálogos y descripciones cercanas a lo cinematográfico, buscando sin duda que todos los lectores, aun los no acostumbrados a leer buena literatura, entendieran claramente lo que allí se narra. Y lo que se narra es lo que bien ha podido suceder en esos días de transición, cuando Venezuela dejaba atrás la dictadura de veintisiete años del General Juan Vicente Gómez y entraba en el período democrático en el que presidieron la república los Generales Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita, período en el que uno de los protagonistas de la política venezolana fue Arturo Uslar Pietri. En ese sentido, Un retrato… tiene elementos de novela autobiográfica, en la que el autor se desdobla en varios personajes y narra muchas cosas que ha vivido o que habría podido vivir, aunque el verdadero protagonista no es el autor, sino un joven rebelde, soñador, que tiene mucho de lo que el autor hubiera querido ser de haber vivido como en la realidad vivió ese tiempo: como ministro del régimen y personaje que no podía participar en los muchos diálogos que desarrolla en la obra. Porque el principal defecto de la novela, desde un punto de vista estrictamente literario, es un cierto exceso de diálogos en los que se tocan temas trascendentes, en los que se quiere definir el país, su presente y su porvenir, y en los que muchos personajes desarrollan sus propio puntos de vista, que en la mayoría de los casos son el punto de vista de Arturo Uslar Pietri. Desde el mismo inicio de la otra novela, la realista, la barojiana, Uslar presenta una gran cantidad de personajes que pueden desconcertar a un lector desprevenido. Usa, además, apellidos exóticos, inventados, que en muchos casos tienen claras intenciones. Salvo Collado y Landa, que bien pueden ser apellidos reales, y Reyes, Torres y otros, que de hecho son apellidos, todos son extraños: Verrón, que puede estar relacionado con "verraco", Sormujo, cuya sonora "u" puede relacionarse con Uslar, para mostrarnos el escritor que Arturo quería ser, el escritor que no quiere ser ministro, Milvo, que tiene algo de pájaro, Centalla, que asoma la idea de tormenta (y es en realidad Jóvito Villalba), Galeotti, que sugiere algo relacionado con los presos o con los esclavos obligados a remar, Uroz, que tiene algo de río, Alcudia, que aunque es un toponímico sugiere algo de inquina, Vilano, que no necesita explicación, Basso, que sugiere a alguien bajo, no por su estatura sino por su moral, Albúrez, que quizás tenga que ver con suerte o con acaso, Morueco, que va por los lados del misterio, Armenta, que se relaciona con tormenta o con armarse, y el más extraño de todos, Agotángel, que hacia el final de la novela se convierte en uno de los más importantes, aun sin haber intervenido realmente en la acción. Y no es algo banal: Uslar le da especial importancia a los nombres, y lo demuestra cuando Álvaro Collado, ya inmerso en la peor dificultad, debe refugiarse en la casa de unos amigos de su familia y allí se encuentra a un extraño personaje, un erudito en nombres que le hace saber que el suyo, Álvaro, significa hombre prudente, y le dice además: Todo esto de los nombres no es cosa tan sencilla como parece y ha habido gran descuido y ligereza en la manera de tratarla. Es por los nombres por lo que las gentes nos confundimos y nos extraviamos, etcétera (p. 272). Siguiendo esa línea de pensamiento, Uslar le puso un nombre que para él significaba algo a cada personaje; Álvaro Collado, es el que debería ser prudente y representa un paso, una comunicación, entre dos o más espacios, y esos espacios son los tiempos, el de Uslar, el de la acción y el del momento en que escribe. Por otra parte, cada personaje de la novela corresponde a un modelo de la vida real, a alguien a quien el autor ha conocido. Por ejemplo, el pintor Efrén, que no es otro que Manuel Cabré, en cuyo estudio en Catia solían reunirse Uslar y muchos de sus amigos, que pasaron a ser personajes de la novela. Dada la cantidad y lo repentino de sus apariciones, no es fácil, al comienzo, discernir cuáles son los caracteres principales, pues prácticamente todos aparecen como importantes en una primera visión. Poco a poco el panorama se va despejando y Álvaro Collado, el joven insumiso y a veces hasta impertinente, se va separando de los otros hasta convertirse en el protagonista, lo cual queda firmemente establecido en su diálogo con el escritor Sormujo a bordo de un automóvil (pp. 97-103), en el que además Uslar, consciente o inconscientemente, le da al lector su visión real de Venezuela, puesta en boca del escritor Sormujo, el de la "u" de Uslar. Allí se define ya claramente la personalidad de Álvaro, el joven que quiere y no quiere ser novelista, que quiere y no quiere ser revolucionario, que está confundido frente a una realidad capaz de confundir a cualquiera, menos al escritor de la "u" que al final declara que en Venezuela "no hay con quien hablar". Algo que Uslar debía sentir en carne propia.
5. La novela petrolera.
Mucho se ha dicho -y con ello se prueba la inexistencia de la crítica literaria en Venezuela- que aún no se ha escrito la novela petrolera venezolana. Obras como Oficina Nº 1 de Miguel Otero Silva y Un retrato en la geografía son claramente petroleras. En el caso de Un retrato…, aun cuando la trama no se desarrolle en un campo petrolero, el país que se pinta está dominado por el petróleo, como lo ha estado Venezuela desde 1928 ó 1929. Uno de los temas centrales de la obra es la concesión petrolera que por un tecnicismo legal puede resultar un negocio enorme en el cual intervienen el mayor de los Collado, Basso y otros de los personajes secundarios. Pero no hay que irse a segundos planos, la condición petrolera de la novela está expresada claramente en uno de los muchos diálogos, cuando Saúl Verrón, que tiene algo de villano, le pregunta al escritor de la "u", Luis Sormujo: ¿Es malo hablar de petróleo, Luis Sormujo, intelectual?, a lo cual el intelectual (que es el personaje que Uslar querría haber sido) le contesta: No, Saúl. Cómo va a ser malo. Si todo es petróleo, todo esto es petróleo, todos nosotros somos petróleo. Esa orquesta tan chillona toca con petróleo, aquella mujer, vestida con esa seda blanca demasiado brillante que parece un forro de urna mortuoria, es petróleo. Este whisky es petróleo. Y hasta estas palabras que estamos hablando son petróleo. (p. 47). Y luego continúa con una propuesta concreta: Si por arte de magia alguien quitara bruscamente, en este momento, el petróleo de la vida venezolana, sería como si quitaran el esqueleto de una persona, o el sistema nervioso. Desaparecería de repente la orquesta, y la mujer con vestido de forro de urna. Y yo con mi whisky, y Jerry con sus musiúes, y tú con tus leyes, Saúl. Y nos encontraríamos en un conuco de plátano y maíz, junto a un rancho en pierna, oyendo cacarear a unas gallinas flacas que pican gusanos en la tierra. (p. 48) Obsérvese que esta última descripción de la Venezuela real, a la que no le ha llegado en absoluto la riqueza petrolera, la hace un intelectual cuyo nombre hace pensar en el propio Uslar, en un cabaret, tomando whisky con unos amigos, entre quienes hay un "musiú" petrolero (Jerry), es decir, en una situación en la que Uslar, ministro muy importante del régimen y luego auténtico notable del país, no podía estar, por lo que, como novelista, se pone a sí mismo en un entorno imposible, en un acto de absoluta libertad literaria. Y esta idea se refuerza cuando el propio Sormujo, el de la "u", remata con una propuesta eminentemente literaria: Se podría escribir una novela surrealista sobre el petróleo en Venezuela. En la que de repente las gentes se dan cuenta de que están vestidas de petróleo, de que comen petróleo, de que hablan petróleo y a la niña que toca piano se le empegostan los dedos y hay una gran náusea en el país porque de repente todo el mundo descubre que todo huele a ese olorcito medio podrido y pegajoso del petróleo crudo, y que todo está negro rojizo, pegajoso, derretido y maloliente. Sería una especie de mito de Midas. No que todo lo que toca se le vuelve oro, sino que todas las cosas que lo rodean de pronto se le vuelven petróleo (Íbidem). Y Verrón agrega a la tesis de Sormujo algo importante: que sin el petróleo Venezuela sería una especie de Guayana Francesa: El petróleo es lo que importa y hay que aprovecharlo. Hasta ahora los venezolanos no hemos cogido sino las migajas del banquete (Íbidem), lo cual es puesto por el autor en boca de un personaje más o menos villano, un abogado con mala fama que parece dispuesto a todo para lograr un negocio jugoso. Son las mismas tesis que en ensayos, artículos de prensa y discursos, Uslar defenderá a lo largo de toda su vida. Y que en el año 2005 están más vigentes que nunca. Es el novelista, el escritor como conciencia de su país, de un país que no quiere tener conciencia, lo cual, quizás, también puede servir para explicar el "éxito relativo" de Un retrato en la geografía.
6. El tema político.
Desde luego, el tema petrolero aflora -como los menes- a lo largo de toda la obra, pero el tema político es también preponderante. Sin embargo, Uslar recalca la confusión existente en aquellos días, cuando mezcla una reunión política muy importante, en el estudio del pintor Efrén, con una simple reunión social en la que se baila una música ruidosa y se manifiesta la superficialidad de por lo menos la mitad de los asistentes (pp. 104 y siguientes). Esa parece ser, según el novelista, la tónica que impera en la sociedad del momento: hay mujeres y hombres revolucionarios o reaccionarios, que no dejan de pensar en bailes y cabarets o en estrenar ropa a la moda. Y en todos ellos parece haber una constante: la importancia de un hombre se mide en función de la posibilidad o imposibilidad de que llegue a ser ministro. En esa misma reunión uno de los asistentes (Centalla-Villalba) emplaza a Álvaro Collado, que ya se ha definido como protagonista, a que se defina en materia de política, y Álvaro, un tanto desconcertado, se define como "demócrata", aunque agrega: También soy un hombre de izquierda. Eso le da pie a Centalla para establecer que Lenín desconfiaba de los intelectuales, y plantear, en consecuencia, que los intelectuales no deben participar en política. Allí vemos que Uslar reaccionaba contra la desconfianza de la izquierda hacia el Uslar Político, que se reflejaba en la no aceptación del Uslar escritor, que es contra lo que en realidad protestaba Uslar en la novela.
7. Álvaro Collado, el protagonista.
¿Quién es Álvaro Collado? El protagonista verdadero de Un retrato en la geografía es, casi en abstracto, el joven venezolano. Pero en un juego anacrónico, no es el joven venezolano de 1936 ó 1937, sino el joven venezolano de 1958, 1959 ó 1960, del tiempo en el que Uslar escribe la novela. En ese sentido hay que entender que Un retrato en la geografía está escrita especialmente para la juventud venezolana del momento, y por eso hay en su estructura tantas concesiones, diseñadas para que los jóvenes del tiempo revuelto en el que Uslar se prepara a ser candidato a la Presidencia lean la novela y entiendan su mensaje. Es eso lo que llevó a Orlando Araujo, en su crítica demoledora a decir: cuando el relato se hace moroso o extensamente dialogante, sucede un descoyuntamiento, un andar sin ganas, una pérdida lineal de garra en el lenguaje, en fin, una caída. Es una opinión cerrada que no toma en cuenta la intención real, intención que queda clara al analizar al protagonista, al joven Álvaro Collado, al que se define a sí mismo como "demócrata" y "hombre de izquierdas", pero que no parece definirse a favor de ninguno de los dos mundos que viven en la novela: el frívolo y el político. El que está enamorado, por su cuenta, de la hermosa Zulka Reyes, esposa de Juan Milvo, ricachón más que discreto que vive en la zona más rica de la ciudad. Y el que en un burdel se topa con el teniente Maldonado (p. 118), cuyo nombre apunta hacia algo muy negativo, no sólo para Álvaro, sino para el país.
Pero sobre Álvaro Collado yo podría decir muchas cosas, no como escritor ni como crítico literario, sino como persona, como ser humano. Porque Álvaro Collado soy yo. Por una infidencia de Arturo Uslar Braun, que era en esos tiempos uno de mis más cercanos amigos y no se limitó a decírmelo, sino que me mostró la ficha hecha por su padre, sé que el modelo que escogió Arturo Uslar Pietri para "ver" a Álvaro Collado, fue Eduardo Casanova (y también sé quiénes eran otros "modelos" de personajes), es decir, un joven de dieciocho o diecinueve años que frecuentaba su casa, que más de una vez dijo alguna impertinencia en su presencia, que alternaba en aquellos días reuniones con jóvenes intelectuales que se creían salvadores, no sólo de la patria, sino del mundo, y fiestecitas con muchachos que no pensaban sino en bailar, hacer deportes y conquistar jovencitas. Y que más de una vez mantuvo con él conversaciones en las que se habló del pasado, el presente y el porvenir del país. Una de ellas en el automóvil de Uslar, el de "u", a través del Country Club y de otras urbanizaciones de Caracas. Por supuesto que ni esa conversación está reflejada como fue y que casi todo lo que le atribuye el autor al personaje es inventado, no tiene relación real con el modelo. Pero por lo menos sirve para tener la certeza de que el novelista está dirigiendo, enfilando, la batería de sus palabras hacia los jóvenes del momento en que escribe, y así como pone en boca de Luis Sormujo muchas cosas que él querría haber dicho, coloca a Álvaro en situaciones que nos indican su visión de la juventud. Pero no de la juventud de 1936, sino de los jóvenes de 1958 ó 1959 ó 1960, que fue el tiempo en el que casi todos los días, en Caracas o en Tanaguarena, se sentaba una o dos horas al día a teclear en su máquina de escribir, rodeado de papeles, a veces tomando casi al azar libros de su enorme biblioteca (si estaba en Caracas), mientras avanzaba lentamente en la escritura de Un retrato en la geografía.
8. Conclusión.
Uslar desarrolla a lo largo de muchas situaciones y muchos diálogos la personalidad de Álvaro, un joven confundido, audaz, que finalmente no se atreve a ubicarse del todo. Y que termina comprometido en una situación que se le hace intolerable y lo obliga a buscar una solución en el exilio: los estudiantes, liderados por Centalla (Jóvito Villalba) se enfrentan a la policía, y Álvaro dispara contra un agente, que cae muerto). También desarrolla varias tramas secundarias, como un negocio petrolero que va a enriquecer a varios de los personajes secundarios de la novela, o un duelo a tiros, a la vieja usanza, entre el cuñado de Collado y un oscuro personaje de tiempos del gomecismo. La Guerra Civil española se asoma como una sombra en el telón de fondo que agrupa a los personajes en dos bandos irreconciliables. La huelga petrolera también se hace presente, tal como muchos de los hechos políticos del tiempo de López Contreras. Pero el protagonista, lejos de dejarse envolver por los acontecimientos, se aleja de ellos debido a su desengaño amoroso. Y es justamente ese desengaño lo que le permite a Uslar, por medio de la mano de Álvaro, escribir un extraño poema dedicado a Venezuela (pp. 231-232):
Encontré tu retrato en un manual de Geografía,
Me mirabas con lagos azules, me reías con costas ardientes,
Me abrazabas en el regazo neblinoso de las cordilleras
Y eras una llanura tendida en mi espera.
Poema que leerá poco después a Sormujo, el de la "u", que le hace ver que se trata de un poema de amor, pero de amor a una mujer de carne y hueso; es decir, descubre la verdad. Allí, en una densa página, Uslar desentraña el misterio: Zulka es Venezuela. Zulka, "la mujer de Milvo, la amante de Tocorón, la cambiante y deseable mujer que no lograba (Álvaro, es decir, la juventud venezolana) sacarse de la cabeza". Y reglones después lo aclara aún más: Estaba en busca de una mujer y en busca de un país. En todo caso, de un ser cambiante, variable, inapresable, fascinador y temible, todo a la vez. Lleno de pasado y de presente, de esperanzas y de prejuicios, de belleza y de pecado (p. 235). La opinión del autor, que se había expresado en las palabras de Sormujo, ahora se expresa en sus propias palabras aplicadas al protagonista, a Álvaro Collado, a la juventud venezolana, pero, como vimos, no es la juventud de su momento (que correspondería a 1928, cuando Uslar no quiso participar en los acontecimientos que marcaron su generación), ni la del momento que está narrando en la novela, sino la del tiempo en que la escribe. Es un hábil juego de anacronismos que Uslar resalta cuando habla de la guerra en tiempos del General Collado y declara: La de Álvaro no era sino otra guerra de otro tiempo. Y es justamente el más grave de todos los anacronismos lo que le cambia del todo la vida al joven Collado, cuando en el asalto policial a la Universidad Central de Venezuela, en el que resultó muerto Eutimio Rivas (p. 267), Álvaro acciona un revólver y (posiblemente) mata a un policía, que es el llamado Lázaro Agotángel, cuyo nombre no logra descifrar el viejo nominalista en la casa en donde Álvaro se refugia hasta que sale exilado gracias a la influencia del viejo General, su abuelo, y a la tolerancia del General Landa, el amigo de su abuelo, que se ha convertido en Gobernador. De nuevo podemos entender el anacronismo: es la guerrilla urbana de los sesenta la que enfrenta a los bárbaros que mataron a Eutimio Rivas e hirieron a varios otros, y es, por desgracia, el joven soñador, el joven indeciso, Álvaro Collado, el que está convencido de que mató a un policía. La novela concluye en donde va a empezar la segunda de Laberinto de fortuna, Estación de máscaras. La juventud (Álvaro) debe huir de la realidad. Se esconde en el extranjero por haber matado a un policía (lo cual se vio con frecuencia en los años 60), pero hay en las últimas palabras de la obra una nota de esperanza, cuando el autor remata con "el ansia de resurrección que es el hombre". Es posible que ese juego de anacronismos sea lo que llevó a Guillermo Meneses a afirmar que De acuerdo con «Un retrato en la geografía» se llegaría a la conclusión que no son tan diferentes los hombres y que determinados acontecimientos producen pareja calidad humana. Los acontecimientos venezolanos presentados por Uslar Pietri no han contribuido, al parecer, a formar excepcionales seres; la materia presentada es sucia y baja. Tal vez se tenga como base esencial de este libro de Uslar la contradicción entre sanas intenciones y resultados mezquinos, entre limpios ideales y torcidas empresas. Por lo menos con Guillermo Meneses, el más joven de los que integraron la Generación del 28, y un novelista absolutamente preterido en vida, pero revalorizado hasta por más de una secta de la crítica literaria, después de muerto, Uslar consiguió hacerse entender.
Y es hora de que se haga entender con todos los lectores de Venezuela y el mundo: hay que hacer una urgente revisión y una justa revaloración de Un retrato en la geografía, una de las mejores novelas venezolanas del siglo XX.