sábado, noviembre 01, 2008

Cuando quiero llorar no lloro, de Miguel Otero Silva: bifurcaciones de una rebeldía (extracto)






Cuando quiero llorar no lloro, de Miguel Otero Silva: bifurcaciones de una rebeldía


Por Jacqueline Goldberg


El escritor en su castillo


Miguel Otero Silva zurcía mentalmente cada detalle de su trabajo literario. Sólo cuando la investigación había concluido y la historia constituía en su memoria una suerte de cartografía hilvanada con suma precisión, comenzaba el enfrentamiento con la página en blanco. María Teresa Castillo cuenta que su marido se saturaba de todo cuanto iba a plantear y sólo luego se retiraba en silencio, prohibiendo cualquier interrupción: «Se encerraba y no tenía contacto con la familia ni con el periódico. Nadie sabía dónde estaba. Se iba de la casa. Llamaba para informarse de algunas cosas pero se convertía en un misterio. Algunas veces se iba a un hotel aquí en Caracas cuyas señas jamás reveló».


Según recuerda vagamente María Teresa Castillo, Cuando quiero llorar no lloro, debió ser escrita en un aislamiento que duró unos cuatro meses en la Villa Guillichini, un castillo medieval -que al decir del Premio Nobel Gabriel García Márquez en su crónica Cuento de horror para la Nochevieja- había comprado el escritor venezolano en Arezzo, un recodo idílico de la campiña toscana, desde cuya terraza se apreciaba una visión amplia de la bella ciudad. García Márquez recuerda aquel palacio como un caserón inmenso, sombrío, de varios pisos y 82 habitaciones que habían padecido toda clase de mudanzas por parte de sus anteriores dueños, incluyendo las de Ludovico, un fantasma que amenazaba las plácidas noches estivales. El asustadizo escritor colombiano acotaba en su exquisito texto : «Miguel Otero Silva, que además de buen escritor es un anfitrión espléndido y un comedor riguroso, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar».
En medio de aquella plenitud mediterránea estallaban con rigor los aullidos de la lejana rebeldía venezolana: la del propio escritor consagrado a la transgresión y la de esos sótanos angustiosos que se bifurcan en la novela. Los parajes toscanos dieron a Miguel Otero Silva la distancia necesaria para reinventar el país que le dolía y consolidar un texto titulado desde los magníficos desenfados de la poesía.



Cuando quiero llorar no lloro es una metáfora compleja que se desliza mucho más allá de la cruda historia infantil y adolescente de los tres Victorino. Los propios fantasmas del escritor no estuvieron ajenos al certero título. Miguel Otero Silva lloró muy pocas veces en su vida. María Teresa Castillo no duda en derramar ella misma las lágrimas extraviadas y dejar galopar la nostalgia: «Lo vi llorar tan pocas veces que ya ni recuerdo. Eso si, lo vi derramar lágrimas sentidas cuando murió mi madre, eso no se me podrá olvidar jamás, pues me sorprendió mucho. El lloraba poco, pero nunca sin quererlo».


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