L’amante
(poema cinematográfico pensado para ocho milímetros que ya filmaron otros)
Su meñique.
Su meñique sobre ella que aún huele a lolly pop de uva.
Se acerca como una bestia compasiva con su presa
acaso al principio,
porque al embestir somete su mano como lo que es,
pues,
como un salvaje
y la sostiene.
Ella mira por la ventana,
se concentra en los transeúntes,
en sus sandalias,
sus paraguas rojos,
sus bolsas cargadas de hortalizas.
No responde a la invitación de cinco dedos,
no sabe cómo,
aunque si hay algo irremediablemente claro
y vivo,
sobre ese asiento trasero,
es su cuerpo endureciéndose
e inclinándose al otro.
El carro se sacude sobre el camino de piedra.
Se detiene después de la curva.
Ella, tierna, se baja.
Al tiempo piensa en la mirada de sable
que la invadió en el trasbordador
y ve en su mano
la vena de su infancia,
rota.
Sale corriendo.
Corre sin detenerse.
Va por una calle angosta
acelerada,
cubierta en sudor,
sin poder disimular la curiosidad
detrás del vestido que tejió su madre
en lino ordinario
para que sus tetillas develaran el secreto.
Se tropieza con los caminantes
con los niños que salen del colegio
con los vendedores que arrastran sus carretas
tan semejantes
a ella que empuja ese pedazo de algo
incontrolable, nuevo,
eso que llaman,
algunos (creo),
virgen.
Llega a la habitación blanca,
vacía, casi.
La puerta se abre
Entra.
Las cortinas se baten violentamente.
Él aparece con un atuendo impecable,
contenido en su traje amarillo,
es un pájaro triste.
Sus músculos.
Sus brazos en primer plano.
Sus brazos tan definidos como tomates secos.
Su cuello como las horas difíciles.
Y es húmeda.
Su lengua es húmeda
y la envuelve como un aguacero.
Sus papilas saborean sus costillas y sus muslos.
Ella se encarama. La carga.
Es su niña.
Su niña ahora sí desvestida,
muñeca de glúteos descubiertos y blanquísimos.
Él susurra en su idioma fluido.
Sin traducción.
No importa ese ruido,
en la cama
toda lengua es animal muerto.
Ella se pinta la boca por primera vez para besar su espalda,
para dejar pista de su ruina
porque al descender
al abismo furioso de su pelvis
no tendrá puta idea
de cómo volver.
Estallan sobre el piso como figurillas de cristal Swarovski.
Afuera,
también;
una lluvia terrible.
Natasha Tiniacos
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