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Caracas, 25 de Abril de 2004 12:56:18 p.m.
“Los relojes de nuestros gobernantes no marcan el siglo en que vivimos”
El poeta citado en la película 21 gramos acusa a la dirigencia política de actuar según los hábitos caudillescos del siglo XIX y considera que el primer deber de un país que quiera exaltar lo nacional es cuidar el lenguaje. También guarda especial preocupación por las intenciones totalitarias que se esconden detrás del fomento a una obligatoria militancia política.
ERNESTO CAMPO
ecampo@el-nacional.com
Reconocido por su verbo conciso y denso, Montejo se cuenta entre el grupo de intelectuales venezolanos con sobrados méritos para que su voz se oiga más alto en el debate público. No se equivocó Elisa Lerner cuando aseguró que un automóvil valía más que un intelectual, aun en un país habitado por la palabra de buenos poetas. Sin embargo, una cita de su obra, en una cinta de Hollywood, arrancó los aplausos de miles de cinéfilos del mundo entero y, al menos ese tímido homenaje, lo sacó de un estadio muy cercano al olvido.
Porque, aparte de hablar de amor, componer melodías míticas, apostar sus líneas por la tradición y, como anotara Guillermo Sucre, dibujar el silencio, el poeta de raíces valencianas tiene mucho que decir como humilde ciudadano.
Usted ha dicho que pertenecemos más a nuestra época que a nuestro país ¿Cómo se construye entonces la identidad?-Esa afirmación, que después he repetido, según la cual “el hombre pertenece más a su tiempo que a su país”, es del poeta W. B. Yeats. Se trata de una observación penetrante, como todas las suyas, que resalta la condición temporal del hombre por encima de los elementos geográficos y espaciales. Ocurre que con un hombre de nuestro tiempo tenemos en común más cosas que con alguien de otro siglo, aunque sea de nuestro mismo país. Debo decir que ya no repito literalmente la frase de Yeats. Ahora digo simplemente que uno pertenece más bien a su destino, es decir, a su propio naufragio. En cuanto a la identidad, me parece interesante lo que a propósito de este tema observó Gombrowicz en su Diario escrito en Argentina. Al gran narrador polaco le aburrían las infinitas discusiones que a propósito de la identidad se prolongaban en los cafés, una y otra vez, hasta altas horas de la madrugada. Gombrowicz no les encontraba sentido a esas interminables disquisiciones, y se limitaba a anotar: “¿Quieres saber quién eres, cómo eres? Pues actúa; así podrás ver que lo que hagas y el modo como lo hagas van a definirte”.
¿Adónde nos lleva el afán gubernamental de imponer su idea de nacionalismo? ¿Ese deseo gubernamental de convertir a todos en militantes políticos no conspira contra el humilde deseo de las personas de vivir, soñar y amar en paz?
-Existe ahora, sin duda, una manipulación del sentimiento nacionalista, como existió también en tiempos de Pérez Jiménez. No hay duda de que en los actuales momentos esa tendencia sintoniza una reacción más o menos mundial, que se ha consolidado después de la extinción del llamado mundo bipolar, es decir, al término de la guerra fría. La exaltación del nacionalismo se erige en contra de la tendencia mundializadora que propone la uniformidad de las conductas sociales y políticas. El problema presenta muchos matices, sin embargo. Nunca está mal defender lo propio; el asunto es cómo hacerlo. Si divulgamos piezas de nuestra música como, por ejemplo, el Joropo de Moleiro, los valses de Lauro, le estamos ofreciendo al mundo obras musicales en que nosotros nos reconocemos y en que otros pueblos pueden también reconocerse. En cambio, el nacionalismo primario, con propósitos de manipulación política, a nada conduce. Empecemos por el uso del lenguaje: si vamos a exaltar lo nuestro, lo primero es poner el mayor cuidado en el lenguaje. Rafael Cadenas viene llamando la atención desde hace décadas sobre este asunto. El intencionado mal uso del idioma, el empleo deliberado de expresiones chabacanas dichas desde los medios de mayor difusión, supone un menosprecio de la lengua, así como de la memoria de quienes han hablado esta lengua entre nosotros a lo largo de cinco siglos. Tal vez en el empleo del léxico y la entonación se concreta uno de los rasgos más sensibles de la identidad de un pueblo, de allí la necesidad de prestar la mayor atención al lenguaje. Me pregunto sin ironía si en el lenguaje de nuestros actuales gobernantes la gente se reconoce.
¿Qué hay de obligar a la sociedad a la militancia política?
-En cuanto a la intención de convertirnos a todos en militantes políticos, no estaría mal si ello respondiera a un deseo de despertar la responsabilidad del ciudadano, del hombre que participa y se sabe respetado. Lamentablemente, lo que se comprueba es una intención totalitaria, al estilo de las formas controladoras del pasado siglo, pese a que todo ello históricamente ya quedó atrás. Reparemos en que nuestros gobernantes suelen exhibir relojes finos y costosos, tal vez obsequios de sus acólitos que los saben sensibles a tales joyas. Digo esto porque son relojes que dan el mes, el año, la hora, el minuto, el segundo, pero que, al parecer, no marcan el siglo en que vivimos. De otro modo se enterarían de que el siglo XIX, con el yo vociferante de sus caudillos y la polvareda de sus caballos, se encuentra ya muy lejos de estos tiempos.
Intelectualidad y coyuntura
¿Es momento para que hablen los poetas y los intelectuales? ¿Serán escuchados? (Elisa Lerner escribió hace exactamente 44 años en “Una alocución presidencial” que ”aquí un carro importado tiene más valor que un escritor”).
-Creo que los poetas e intelectuales no han permanecido callados ante la actual crisis. De un modo u otro, sus opiniones a través de artículos, entrevistas, foros, pronunciamientos conjuntos, etc, se han manifestado. Ha nacido una excelente revista, “El Puente”, dirigida por Yolanda Pantin e Igor Barreto, que divulga, entre otras cosas, serias reflexiones sobre esta hora de nuestro país. Ahora bien, las opiniones de los intelectuales, que ahora en cierta forma han vuelto a ser tomadas en cuenta, fueron olvidadas durante mucho tiempo. Tal vez ello constituya, junto a otras causas, uno de los gérmenes de la actual crisis. Viene muy a propósito el nombre de Elisa Lerner, pues ella desde hace tiempo ha denunciado el olvido del intelectual en nuestros medios. En la prensa venezolana de la década de los cuarenta y cincuenta, el intelectual cumplía su función orientadora. Los hombres de mi edad leímos a los grandes escritores del país y del continente en las páginas cotidianas de nuestros diarios. En algún momento ello dejó de ser así. Un buen día, pensadores eminentes como Isaac J. Pardo, por ejemplo, supieron que su columna periodística ya no saldría más. En reemplazo de los intelectuales, escribió una vez Antonio López Ortega, fueron llamados los gerentes. En fin, rozamos aquí un tema que deberá ser analizado una vez que se supere la actual crisis. Por ahora todos debemos apoyar a nuestra prensa ante los incesantes ataques de que es objeto con el propósito de acallarla.
¿Cuál es el perfil del intelectual venezolano? ¿Tiene algún parecido con lo que representaron Úslar, Liscano, Cabrujas? ¿Cuál tipo de intelectuales necesita el país?
-No me atrevería a indicar un perfil determinado del intelectual venezolano. Cualesquiera sean sus rasgos, deben acompañarlo la lucidez y la responsabilidad. Cuando el joven Picón Salas llega de Mérida, en pleno gomecismo, antes de partir a Chile, invoca la necesidad de la lucidez para afrontar aquellos días. Por lo demás, creo que la función de los medios no puede ser otra que la de servir de espejos verídicos, donde la sociedad pueda mirarse cabalmente en lo que ha sido, en lo que es y en lo que puede llegar a ser. Lo que importa es que la visión que se obtenga del espejo sea nítida y honesta. Creo que Úslar y Liscano, como Cabrujas, pero también Juan Nuño, Salvador Garmendia, y muchos otros dejaron constancia de sus aportes y esfuerzos. Se echa de menos, sin embargo, a los viejos directores de los diarios. Pienso en Antonio Arraiz, por ejemplo, capaz de convocar a un conjunto de intelectuales y artistas que respaldaron un noble proyecto periodístico.
Por otra parte, ¿qué opina sobre lo que está sucediendo en el sector cultural venezolano?
-Tanto en su gestión como en su forma resulta lamentable la acción cultural del actual gobierno. Desde un principio, a poco de iniciarse el presente período, los despidos de directores de instituciones hechos en forma tan hiriente y descomedida marcaron una pauta de estilo y procedimientos que no ha cesado de recrudecer. Gente muy calificada, que ha costado mucho formar, viene siendo reemplazada por adeptos. No deseo abundar, pues todo ello ha sido denunciado puntualmente.
Después de los acontecimientos violentos de hace unas semanas, ¿considera que queda oportunidad para la palabra, para conversar y pactar o se ha abierto el camino para una resolución cruenta de las diferencias entre ambos bandos?
-En los acontecimientos de fines de febrero se produjo un punto de inflexión de las acciones del gobierno. La represión y brutalidad marcaron el inicio de una nueva conducta del régimen, que no sé hacia dónde conduce. Ya los politólogos y sociólogos nos ayudarán a aguzar la percepción de todo esto. Por mi parte, deseo destacar algo que resulta inédito en nuestra expresión política. Me refiero a la participación multitudinaria de la mujer, de todas las edades, en las actuales luchas por la democracia y los derechos ciudadanos. Es un fenómeno nuevo. Durante la época de las guerrillas, en la década de los sesenta, la mujer no se involucró de este modo. Participaron algunas estudiantes, profesoras y militantes, pero la representación múltiple y corajuda de hoy, que por igual comprende a una señora de sesenta años como a una muchacha de dieciocho, es nueva y debe llamarnos a meditar.
¿Por qué ha salido la mujer de modo tan decidido y resuelto? ¿Qué la llama a acudir incansablemente a marchas y acciones de resistencia?
-A salvo de mejores explicaciones, creo que la mujer ha reaccionado porque ha visto en la actualidad el modo grave como se quebrantan las formas, y ella ha sido siempre la transmisora de las formas en nuestra cultura. El hombre tradicionalmente se ha largado a hacer la guerra o bien por otros motivos, y queda la mujer. Tanto la mujer de poca instrucción como la graduada, siempre ha sido la mujer la que enseña en la casa las formas de habla, de sentimiento, formas de pensamiento, formas sociales, religiosas, psicológicas. Por humilde que pueda ser, siempre desea que su hijo hable del mejor modo, que se comporte correctamente, y se desvive en la custodia de estas formas heredadas. Ahora bien, cuando observa que desde la altura del máximo gobierno se llevan por delante las formas, cuando nada importa porque todo puede decirse y hacerse como sea, la mujer sale en defensa de las formas que siempre ha custodiado, y así lo hacen tanto la mujer humilde como la instruida, todas por igual.
Poesía y cine
¿La poesía sirve como testimonio? ¿Es necesario volver a ella para reconocernos en el pasado y pensar el futuro?
-”Me consta que la poesía es indispensable, pero no sé por qué”, escribió Jean Cocteau. Son precisamente las épocas de crisis las que muestran la necesidad de la poesía en la vida del hombre y de las sociedades. Tanto en las crisis personales, debidas a acontecimientos individuales, como en las catástrofes históricas, el hombre recurre a la palabra poética. Durante el estalisnismo, por ejemplo, la voz de Ana Ajtmátova, de Boris Pasternak, de Ossip Mandelshtam y Marina Tsvietáieva, junto a varios otros, confortaron al pueblo ruso. No por azar, frente al pequeño apartamento de la Ajtmátova aparecían de tanto en tanto al amanecer ramos de flores, cuando no dulces y panecillos puestos allí por manos anónimas. Es el testimonio del alma de un pueblo.
El poeta checo Vladimir Holan, durante la misma época, se encerró en su casa, en un islote frente a Praga, donde no recibía a casi nadie y trabajaba sólo de noche. Pero de algún modo, cuando la lámpara de la casa de Holan estaba encendida, muchos sentían que el alma checa también estaba encendida. Por lo demás, fue el mismo Holan quien escribió que “a un poeta no se le perdona nada, ni siquiera la muerte”.
¿Ha recibido cartas de lectores extranjeros que vieron la película 21 gramos y han sentido curiosidad de conocer su poesía?
-Una noche, hace ya más de dos años, recibí un correo electrónico del novelista mexicano Guillermo Arriaga, en el cual me participaba su proyecto fílmico. Le respondí agradecido, y creí entonces, no sé por qué, que se trataba de una película de formato parecido a las universitarias. Después, con la repercusión que esta película ha tenido en México y toda Latinoamérica, en Estados Unidos, y un poco por doquier, he pensado en lo que me tenía guardado aquel correo de Arriaga. Un gesto generoso y fraternal de su parte, que lleva la poesía -en este caso unos versos míos, pero que bien pueden ser de muchos otros- adonde debe estar: como compañera de todas las horas de la vida. Ahora, para responder a su pregunta, ciertamente, he recibido correos de diversos países y de gentes que no me conocen y quieren saber más de los versos que allí aparecen. En Valencia, la ciudad de mis ancestros, digamos mi ciudad pre-natal, han tomado la mención de mis versos allí como algo que cariñosamente es de todos los que me conocen, y ello me colma de satisfacción. Arriaga ha resaltado en su película y, sobre todo, en el excelente monólogo final, el peso que pierde un cuerpo al fallecer, es decir, lo que se ha llamado el peso del alma. Viene a ser éste el peso de la terredad de un hombre, o sea aquello que es íngrimamente suyo, lo que no tiene que devolver a la tierra, puesto que todo lo demás es prestado y aquí debe quedarse: el peso, en fin, del tiempo que vivimos en la tierra. Son sólo 21 gramos. Eso me lo hizo ver este film escrito por Arriaga que ha dirigido González Iñárritu.
¿Quién es Eugenio Montejo?
Nació en Caracas en octubre de 1938. Cursó estudios de Derecho en la Universidad de Carabobo, y de Sociología del Arte en La Sorbona, en los cursos dictados por Jean Cassou. Se adscribe a la generación literaria de 1958.
Aunque mayormente es recordado en la administración pública como Consejero para asuntos culturales de la embajada de Venezuela en Portugal, también se desempeñó como Director Literario de Monte Ávila Editores.
Entre sus libros de poesía figuran Élegos (1967), Muerte y memoria (1972), Algunas palabras (1977), Terredad (1978), Trópico absoluto (1982), Alfabeto del mundo (1986), Adiós al siglo XX (1997), Partitura de cigarra ( 1999) y Papiros Amorosos (2002); los últimos tres editados también en España.
Es autor también de dos colecciones de ensayos: La ventana oblicua (1974) y El taller blanco (1983); así como de un curioso volumen de escritura heteronímica: El cuaderno de Blas Coll (1981).
lunes, junio 16, 2008
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