jueves, julio 29, 2010

Regular no es destruir




RAFAEL DE MENDIZÁBAL la lidia

Regular no es destruir

RAFAEL DE MENDIZÁBAL 29/07/2010

El toro, fiero animal, mítico y mágico de la Europa mediterránea, ha formado parte de la cultura ancestral de los pobladores de la península ibérica, cuya forma recuerda la de su piel desollada. El transcurso del tiempo, sin embargo, ha transmutado el rito en espectáculo, humanizando lo que en principio fue religioso. Ahora bien, como cualquiera otra actividad humana tiene sus entusiastas y sus detractores, radicales porque despierta significados ocultos en el subconsciente colectivo y levanta pasiones, irracionales por definición, sean en su pro o en su contra. El Parlamento suprimió las corridas en Cataluña, como ya sucediera en nuestro archipiélago canario aunque con otras connotaciones. A tal efecto, se permitió a algunos de los representantes del pueblo una ilusoria libertad de voto que a nadie puede engañar, pues se trata de un truco del Partido Socialista para no comprometer en esta lidia parlamentaria su cercano futuro electoral. Esa libertad otorgada les viene de la propia Constitución (y sus desarrollos estatutarios) donde se proscribe el "mandato imperativo" al uso, que en la realidad impone la "disciplina de partido". No parece dudoso que las comunidades autónomas han asumido la competencia para regular los espectáculos públicos que en ellas hayan de celebrarse, pero regular supone implícitamente conservar lo que se regula, no destruirlo. Solo así se respeta la libertad, aun cuando toda regulación conlleve limitación. Para comprender cuanto digo invito al lector a que imagine otros espectáculos, el cine, el teatro, los conciertos, el circo o cualesquiera manifestaciones deportivas, y muy especialmente el boxeo.
Nadie entendería hoy (ayer y anteayer, sí) que una ley de quien fuere competente prohibiera las representaciones escénicas en bloque y ni siquiera en aspectos sectoriales como la zarzuela, la ópera, la revista o cualquier otro tipo de función, ni que eliminara los rings de la lucha libre o hiciera desaparecer las carpas bajo cuyas lonas exponen la vida tantos artistas y se juega con animales enjaulados cuya sumisión se consigue con un proceso educativo muy duro y a veces cruel.
Desde esta perspectiva, suprimir el objeto de lo que ha de ser regulado por el legislador autonómico, catalán en este caso, atenta contra la libertad personal que la Constitución proclama desde el primero de sus artículos y que luego garantiza como derecho fundamental, un derecho esencial pero poliédrico, "uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos", como explica don Quijote a Sancho. En consecuencia, la competencia por razón de la materia no puede amparar tamaño desafuero. En la vida real no valen las abstracciones, ni los conceptos son unidimensionales sino complejos, con muchas facetas. En la tauromaquia hay espectáculo con sangre, sufrimiento y muerte pero también arte, el arte de Cúchares, valor, ritmo y gracia, belleza en suma y reconocimiento de la dignidad del toro de lidia, producto ecológico y muestra de la biodiversidad. Al toro le conviene también tal que al hombre la calificación de Heidegger como "ser para morir". Y en fin, hay un público. Sin él las corridas como espectáculo no podrían existir. La gente es un elemento esencial. Ese público no es una masa sin rostro, un gentío vociferante a veces y otras en silencio, un silencio estremecido cuando la lidia se sublima en belleza o ronda la muerte. Es una suma de personas cuyo denominador común es la afición, el gusto por la fiesta y su deseo de estar allí, respetable como el distanciamiento, la indiferencia o la aversión de quienes se quedan fuera del coso. En nombre de esa división de opiniones, de esa bendita heterogeneidad social y cultural, sentimental también, base del pluralismo político, tengamos la fiesta en paz y respetemos la libertad de ir y de marchar, de estar y de quedarse, sin imposiciones ni trágalas que manchan y degradan la convivencia democrática.
La democracia es un conjunto de valores, más que una forma de gobierno. Lo dijo Woodrow Wilson, presidente de EE UU y hombre de nobles ideales, a principios del siglo XX. La convivencia auténticamente democrática exige el reconocimiento del otro, ese tan distinto de mí, no como enemigo y ni siquiera como rival por el poder, sino como compañero, como alguien necesario para andar el camino y que mi vida tenga sentido pleno. Dejemos, pues, a quienes defienden o atacan la fiesta de los toros en su debate sin fin pero sin acudir al remedio fácil de prohibir lo que nos disgusta como individuos o como grupo. Eso se ha llamado desde antiguo censura y exhala un inconfundible tufo totalitario.
Rafael de Mendizábal Allende es magistrado emérito del Tribunal Constitucional y académico numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.


  

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