martes, octubre 07, 2008

Dos textos de Heberto Padilla






EL DISCURSO DEL MÉTODO



Si después que termina el bombardeo,


andando sobre la hierba que puede crecer lo mismo


entre las ruinas


que en el sombrero de tu Obispo,


eres capaz (lo imaginar que no estás viendo


lo que se va a plantar irremediablemente delante de tus ojos,


o que no estás oyendo


lo que tendrás que oír durante mucho tiempo todavía;


o (lo que es peor)


piensas que será suficiente la astucia o el buen juicio


para evitar que un día, al entrar en tu casa,


sólo encuentres un sillón destruido, con un montón


de libros rotos,


yo le aconsejo que corras enseguida,


que busques un pasaporte,


alguna contraseña,


un hijo enclenque, cualquier cosa


que puedan justificarte ante una policía por el momento torpe


(porque ahora está formada


de campesinos y peones)


y que te largues de una vez y palo siempre.


Huye por la escalera del jardín


(que no te vea nadie).


No cojas nada.
No servirán de nada
ni un abrigo, ni un guante, ni un apellido,


ni un lingote de oro, ni un título borroso.




No pierdas tiempo
enterrando joyas en las paredes
(las van a descubrir de cualquier modo).
No te pongas a guardar escrituras en los sótanos
(las localizarán después los milicianos).
Ten desconfianza de la mejor criada.


No le entregues las llaves al chofer, no le confíes


la perra al jardinero.


No te ilusiones con las noticias de onda corta.




Párate ante el espejo más alto de la sala, tranquilamente,
y contempla tu vida,


y contémplate ahora como eres


porque ésta será la última vez.
Ya están quitando las barricadas de los parques.


Ya los asaltadores del poder están subiendo a la tribuna.


Ya el perro, el jardinero, el chofer, la criada
están allí aplaudiendo.












PARA ACONSEJAR A UNA DAMA



¿Y si empezara por aceptar algunos hechos


como ha aceptado —es un ejemplo— a ese negro becado


que mea desafiante en su jardín?






Ah, mi señora: por más que baje las cortinas; por más


que oculte la cara solterona; por más que llene


de perras y de gatas esa recalcitrante soledad; por más


que corte los hilos del teléfono


que resuena espantoso en la casa vacía;


por más que sueñe y rabie


no podrá usted borrar la realidad.




Atrévase.


Abra las ventanas de par en par. Quítese el maquillaje


y la bata de dormir y quédese en cueros


como vino usted al mundo.


Echese ahí, gata de la penumbra, recelosa, a esperar.


Aúlle con todos los pulmones.


La cerca es corta; es fácil de saltar,


y en los albergues duermen los estudiantes.


Despiértelos.


Quémese en el proceso, gata o alción; no importa.


Meta a un becado en la cama.


Que sus muslos ilustren la lucha de contrarios.


Que su lengua sea más hábil que toda la dialéctica.


Salga usted vencedora de esta lucha de clases.
Heberto Padilla






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