Estación de máscaras,
de Arturo Uslar Pietri
de Arturo Uslar Pietri
Por Eduardo Casanova
20/06/2005
1. El tiempo perdido.
Estación de máscaras es la continuación de Un retrato en la geografía. Debería haber formado parte de una trilogía (que también pudo ser una tetralogía) que Arturo Uslar Pietri llamó con un título tomado de Juan de Mena (Laberinto de fortuna) y que se quedó en sólo dos tomos, debido a que, por una parte, Uslar Pietri inició la aventura de escribir Laberinto de fortuna con una finalidad política que se frustró en 1964 y, por la otra, a que Uslar Pietri se sintió mal ante el silencio o el rechazo de la crítica venezolana y, así como Enrique Bernardo Núñez ante el absurdo silencio con que fueron recibidas sus novelas Cubagua y La galera de Tiberio, decidió no volver a escribir ficción, Uslar tomó la determinación de no componer una novela más en el resto de sus días. Por fortuna, no mucho después recapacitó y nos obsequió el resto de su obra novelística, en especial Una visita en el tiempo, que recibió el Premio Rómulo Gallegos en 1991 (ocasión en la que formé parte del jurado que lo decidió).
En Estación de máscaras, a diferencia de la primera del ciclo, el autor utiliza con mucho dominio varias de las técnicas que poco después usarán Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes et al, y que caracterizarán en buena las novelas del mal llamado Boom de la narrativa latinoamericana. Así, Uslar Pietri juega con el tiempo, aplica técnicas cinematográficas como el Flash back y convierte al lector en parte muy bien integrada del proceso de comprensión del material que tiene frente a sí. El comienzo de la acción (y uso deliberadamente el término cinematográfico) corresponde al momento en que Álvaro Collado, el protagonista de Un retrato…, inicia a bordo de un trasatlántico su viaje de regreso a Venezuela (p. 9). Los referentes temporales que aporta el autor nos hacen entender que deben haber pasado unos diez años desde que Collado salió de La Guaira huyendo de la posibilidad de ir a prisión por haber estado entre los que dispararon cuando la policía intentó tomar la Universidad Central de Venezuela (y que debe entenderse como la manifestación del 14 de febrero de 1937), acción en la que murieron un estudiante (que en la vida real fue Eutimio Rivas) y un policía, Lázaro Agotángel, que bien puede haber caído a causa de un disparo hecho por Álvaro.
2. El lenguaje.
Quien haya leído previamente Un retrato en la geografía, descubrirá, desde el primer renglón de Estación de máscaras, que hay un deliberado cambio de estilo. Ya no es el lejano al "arte literario" ni el estupendo barroco con que abría la primera novela: Ese mugido profundo y tembloroso que hace vibrar los cristales de las copas y las maderas de las sillas, sordo, poderoso, bronco, no es el del dragón del tiempo que agoniza, es el de la sirena del barco que ha desatracado y comienza a deslizarse río abajo, hacia el océano (p. 9). Allí, además de una excelente prosa, hay acción, hay desplazamiento, hay concreción. El lector siente las vibraciones del cristal y la madera, y siente el movimiento de la enorme masa del trasatlántico que se desliza, río abajo, hacia el mar abierto. El lenguaje utilizado por Uslar Pietri está muy lejos del estilo barojiano, a su vez lejano al "arte literario", que domina casi todo el espacio de Un retrato… Por el contrario, Uslar Pietri se interna de lleno en el "arte literario", hasta en los diálogos, de los cuales puede haber abusado deliberadamente en la novela anterior, pero en Estación… son manejados con técnicas cinematográficas muy bien aplicadas. En las páginas siguientes, mediante varios recursos literarios, se recrea lo ocurrido a lo largo de los diez años en los que Álvaro estuvo autoexilado. El siguiente capítulo (p. 13) le presenta al lector al otro protagonista de la obra: Lázaro Agotángel, el hijo del policía muerto. También con recursos de esa novelística que después conquistaría los mercados internacionales, Uslar Pietri desarrolla lo que fue la vida del hijo del policía desde que la familia Collado se encargó de su educación y hasta lo empleó, a pedido del que creía haber matado al padre. Es interesante ver que la "redención" del joven que hasta quedar huérfano había vivido un una zona marginal de Caracas, en uno de esos barrios miserables, cuyos habitantes eran, en general, campesinos ineducados que habían migrado a la ciudad, y que vivía una vida lindante con la delincuencia y sin muchas posibilidades de desarrollarse, no produce un trabajador sano ni un hombre de bien, no logra que el personaje se convierta en una persona realmente útil a la sociedad, como habría podido esperarse de acuerdo con las tesis positivistas que aún imperaban en los años de las décadas de 1950 y 1960, sino que produce un ser astuto, trepador, oportunista, a quien le interesa por encima del todo el poder adquirido a toda costa, sin cortapisas morales, como veremos después. En los capítulos siguientes Uslar Pietri va saltando en el tiempo, hasta concentrarse en lo que va a ocurrir en la novela, en una seguidilla interesantísima de hechos en informaciones (pp. 60 y siguientes) que centran la atención del lector en la acción, en el argumento, en la trama.
Es importante señalar que la crítica literaria del momento no le reconoció esos méritos, que son evidentes, a Uslar Pietri. Poco después se derretiría ante los libros del Boom, sin aceptar que el uso de la narrativa no lineal y muchos otros elementos los había usado Uslar Pietri con especial éxito en la primera mitad de la década de 1960, lo cual debería haber sido más que suficiente para que su éxito no fuera "relativo", como señaló el crítico venezolano Domingo Miliani años después. Y muchos años después, en 1985, en un foro en la Biblioteca de la Universidad Nacional Autónoma de México, sostuve la tesis de que desde 1928 Venezuela no ha tenido una verdadera crítica literaria (con muy notables excepciones), y eso perjudicó notablemente a los novelistas venezolanos, puesto que, visto desde afuera, parecía que el país no tuviera ningún movimiento novelístico importante, y tres "críticos literarios" venezolanos, que estaban presentes, rechazaron fuertemente mis planteamientos, pero otro crítico, auténtico crítico literario, no precisamente venezolano, sino uruguayo y ubicado en el ranking muy por encima de aquellos tres, se paró a apoyarme y terminó diciendo que si los venezolanos no defendíamos a nuestros autores, nadie lo iba a hacer por nosotros: Emir Rodríguez Monegal. Y eso fue lo que pasó con esta gran novela de Uslar Pietri: debido a la indiferencia y hasta a la hostilidad de la poco sólida crítica literaria venezolana, que tenía muy pocas excepciones, fue en su momento un esfuerzo perdido.
Estación de máscaras es la continuación de Un retrato en la geografía. Debería haber formado parte de una trilogía (que también pudo ser una tetralogía) que Arturo Uslar Pietri llamó con un título tomado de Juan de Mena (Laberinto de fortuna) y que se quedó en sólo dos tomos, debido a que, por una parte, Uslar Pietri inició la aventura de escribir Laberinto de fortuna con una finalidad política que se frustró en 1964 y, por la otra, a que Uslar Pietri se sintió mal ante el silencio o el rechazo de la crítica venezolana y, así como Enrique Bernardo Núñez ante el absurdo silencio con que fueron recibidas sus novelas Cubagua y La galera de Tiberio, decidió no volver a escribir ficción, Uslar tomó la determinación de no componer una novela más en el resto de sus días. Por fortuna, no mucho después recapacitó y nos obsequió el resto de su obra novelística, en especial Una visita en el tiempo, que recibió el Premio Rómulo Gallegos en 1991 (ocasión en la que formé parte del jurado que lo decidió).
En Estación de máscaras, a diferencia de la primera del ciclo, el autor utiliza con mucho dominio varias de las técnicas que poco después usarán Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes et al, y que caracterizarán en buena las novelas del mal llamado Boom de la narrativa latinoamericana. Así, Uslar Pietri juega con el tiempo, aplica técnicas cinematográficas como el Flash back y convierte al lector en parte muy bien integrada del proceso de comprensión del material que tiene frente a sí. El comienzo de la acción (y uso deliberadamente el término cinematográfico) corresponde al momento en que Álvaro Collado, el protagonista de Un retrato…, inicia a bordo de un trasatlántico su viaje de regreso a Venezuela (p. 9). Los referentes temporales que aporta el autor nos hacen entender que deben haber pasado unos diez años desde que Collado salió de La Guaira huyendo de la posibilidad de ir a prisión por haber estado entre los que dispararon cuando la policía intentó tomar la Universidad Central de Venezuela (y que debe entenderse como la manifestación del 14 de febrero de 1937), acción en la que murieron un estudiante (que en la vida real fue Eutimio Rivas) y un policía, Lázaro Agotángel, que bien puede haber caído a causa de un disparo hecho por Álvaro.
2. El lenguaje.
Quien haya leído previamente Un retrato en la geografía, descubrirá, desde el primer renglón de Estación de máscaras, que hay un deliberado cambio de estilo. Ya no es el lejano al "arte literario" ni el estupendo barroco con que abría la primera novela: Ese mugido profundo y tembloroso que hace vibrar los cristales de las copas y las maderas de las sillas, sordo, poderoso, bronco, no es el del dragón del tiempo que agoniza, es el de la sirena del barco que ha desatracado y comienza a deslizarse río abajo, hacia el océano (p. 9). Allí, además de una excelente prosa, hay acción, hay desplazamiento, hay concreción. El lector siente las vibraciones del cristal y la madera, y siente el movimiento de la enorme masa del trasatlántico que se desliza, río abajo, hacia el mar abierto. El lenguaje utilizado por Uslar Pietri está muy lejos del estilo barojiano, a su vez lejano al "arte literario", que domina casi todo el espacio de Un retrato… Por el contrario, Uslar Pietri se interna de lleno en el "arte literario", hasta en los diálogos, de los cuales puede haber abusado deliberadamente en la novela anterior, pero en Estación… son manejados con técnicas cinematográficas muy bien aplicadas. En las páginas siguientes, mediante varios recursos literarios, se recrea lo ocurrido a lo largo de los diez años en los que Álvaro estuvo autoexilado. El siguiente capítulo (p. 13) le presenta al lector al otro protagonista de la obra: Lázaro Agotángel, el hijo del policía muerto. También con recursos de esa novelística que después conquistaría los mercados internacionales, Uslar Pietri desarrolla lo que fue la vida del hijo del policía desde que la familia Collado se encargó de su educación y hasta lo empleó, a pedido del que creía haber matado al padre. Es interesante ver que la "redención" del joven que hasta quedar huérfano había vivido un una zona marginal de Caracas, en uno de esos barrios miserables, cuyos habitantes eran, en general, campesinos ineducados que habían migrado a la ciudad, y que vivía una vida lindante con la delincuencia y sin muchas posibilidades de desarrollarse, no produce un trabajador sano ni un hombre de bien, no logra que el personaje se convierta en una persona realmente útil a la sociedad, como habría podido esperarse de acuerdo con las tesis positivistas que aún imperaban en los años de las décadas de 1950 y 1960, sino que produce un ser astuto, trepador, oportunista, a quien le interesa por encima del todo el poder adquirido a toda costa, sin cortapisas morales, como veremos después. En los capítulos siguientes Uslar Pietri va saltando en el tiempo, hasta concentrarse en lo que va a ocurrir en la novela, en una seguidilla interesantísima de hechos en informaciones (pp. 60 y siguientes) que centran la atención del lector en la acción, en el argumento, en la trama.
Es importante señalar que la crítica literaria del momento no le reconoció esos méritos, que son evidentes, a Uslar Pietri. Poco después se derretiría ante los libros del Boom, sin aceptar que el uso de la narrativa no lineal y muchos otros elementos los había usado Uslar Pietri con especial éxito en la primera mitad de la década de 1960, lo cual debería haber sido más que suficiente para que su éxito no fuera "relativo", como señaló el crítico venezolano Domingo Miliani años después. Y muchos años después, en 1985, en un foro en la Biblioteca de la Universidad Nacional Autónoma de México, sostuve la tesis de que desde 1928 Venezuela no ha tenido una verdadera crítica literaria (con muy notables excepciones), y eso perjudicó notablemente a los novelistas venezolanos, puesto que, visto desde afuera, parecía que el país no tuviera ningún movimiento novelístico importante, y tres "críticos literarios" venezolanos, que estaban presentes, rechazaron fuertemente mis planteamientos, pero otro crítico, auténtico crítico literario, no precisamente venezolano, sino uruguayo y ubicado en el ranking muy por encima de aquellos tres, se paró a apoyarme y terminó diciendo que si los venezolanos no defendíamos a nuestros autores, nadie lo iba a hacer por nosotros: Emir Rodríguez Monegal. Y eso fue lo que pasó con esta gran novela de Uslar Pietri: debido a la indiferencia y hasta a la hostilidad de la poco sólida crítica literaria venezolana, que tenía muy pocas excepciones, fue en su momento un esfuerzo perdido.
3.Los protagonistas.
Desde el primer capítulo, el autor parece haber decidido que esta segunda novela de Laberinto de fortuna va a tener dos protagonistas; Álvaro Collado y Lázaro Agotángel, pero a la larga el verdadero protagonista seguirá siendo Álvaro Collado. Como dije en mi trabajo sobre Un retrato en la geografía, el modelo que Uslar Pietri usó para dibujar su Álvaro Collado fue Eduardo Casanova, yo. Pero no era un modelo nada sencillo. En aquellos días, entre 1958 y 1962, cuando se escribió Un retrato…, yo formé parte de un grupo de jóvenes intelectuales, componedores del mundo, en donde estaban María Antonia Frías (la joven pianista, hija de Carlos Eduardo Frías, el mejor amigo de Uslar Pietri, y de la escritora Antonia Palacios; María Antonia murió no mucho tiempo después a causa de una diabetes), María Elena Coronil (hija de los eminentes médicos Fernando Rubén Coronil y Lya Imber), Beatriz Gerbasi (hija del gran poeta Vicente Gerbasi), Alonso Palacios (hijo de Inocente Palacios, importante dirigente de la izquierda venezolana en tiempos de Gómez y de López Contreras), Antonio Padrón Toro (hijo del novelista Julián Padrón), Martín Toro (hijo del médico y humanista Elías Toro) y varios etcéteras notables. Quizás yo era casi el único que no era hijo de algún intelectual o de algún político o científico, y de hecho era casi el único que no tenía relación alguna con el "Sindicato de la Inteligencia", que era como se llamaba al amorfo grupo de intelectuales formado por Miguel Otero Silva, Isaac J. Pardo, Mariano Picón Salas, Alejo Carpentier, Inocente Palacios, Josefina Juliac, María Teresa Castillo, Elías Toro, Augusto Márquez Cañizález y otros etcéteras notabilísimos, y que a veces incluía a Arturo Uslar Pietri y Carlos Eduardo Frías. Nuestro grupo de jóvenes intelectuales se sentía "ala juvenil" de ese "Sindicato", y hasta editó un periódico llamado "Hontanar", que es donde nacen los ríos. Pero el Eduardo Casanova, modelo para dibujar a Álvaro Collado, también frecuentaba un grupo de jóvenes frívolos, que se reunían simplemente a hablar tonterías y a bailar en "picoteos", en fiestas de adolescentes sin complicaciones. Y también era parte de un tercer grupo que estaba a medio camino entre los otros dos, y que fue el origen de los "Araguatos" del partido socialcristiano Copei, y de la "Izquierda Cristiana" de los años 60. Además era amigo muy cercano de Arturo Uslar Braun, y como tal conversó muchísimas veces con Arturo Uslar Pietri, especialmente acerca de literatura y libros. Y de política. También, con Arturito, Reinaldo Figueredo y Federico Márquez, formó una pequeña pandilla que hizo más de una travesura en las noches caraqueñas, o estudió equitación, o estudió música. De modo que, obviamente, el modelo que escogió Uslar Pietri era complicadísimo y muy difícil de dibujar. Para colmo, en los últimos días de la dictadura de Pérez Jiménez, el modelo se integró a un grupo que realizó actividades muy cercanas a la guerrilla urbana y al terrorismo -lucha armada- que impresionaron mucho a Uslar Pietri, y que debe haber sido lo que lo llevó a colocar en manos de Álvaro Collado el revólver que puede haber matado al agente Lázaro Acotángel. Pero hay que acotar algo: entre 1962 y 1964, es decir, durante el lapso en que Uslar Pietri escribió Estación… el modelo cambió radicalmente y se centró en sí mismo, se casó con Natalia López Arocha, hija de unos antiguos amigos de Arturo e Isabel Uslar, pero que no tenía relación alguna con ninguno de los grupos en los que se había movido el modelo hasta entonces, y el modelo, además, tuvo sus dos primeros hijos y, en 1964, asumió un autoexilio que lo llevó a vivir cuatro años en Argentina y tres en Dinamarca, y quizás ese cambio radical sea la causa de que el Álvaro Collado de Estación... se aleje bastante del modelo, aunque también hay en la segunda novela un elemento nuevo: que Uslar Pietri empieza a ubicar en Álvaro Collado muchos elementos de sí mismo, dudas, ideas, pensamientos, casi todos ellos muy prudentes y con poca relación con la personalidad que le había atribuido a Álvaro Collado, con lo cual el personaje Álvaro pierde muchos de sus atributos y no pocas características.
Y ¿quién es Lázaro Agotángel? En Un retrato en la geografía, en el capítulo en que Álvaro está refugiado en la biblioteca de un anciano nominalista, al tratar de definir por su nombre a Lázaro, se desconcierta porque el apellido del personaje debe ser la deformación de Agatángel, que se relaciona con el mensajero, de modo que el nombre Lázaro, que fue el resurrecto, y la condición de mensajero, de portador del mensaje, hacen del hijo del policía muerto algo así como el resucitado (es el padre, policía, habitante de barrio marginal, que tiene una segunda oportunidad), portador del mensaje de un país nuevo, del país dominado por el petróleo, o por los efectos negativos del petróleo. Y es a ese complicado personaje a quien Álvaro Collado quiere redimir, quiere sacar de la oscuridad. Pero algo ha fallado y Lázaro, que fracasa como estudiante de la escuela de artes y oficios y como mensajero del bufete del cuñado de Álvaro, se convierte en un personaje nada recomendable, que tiene algo de la picaresca española y es capaz de cualquier tropelía, hombre a quien sólo le interesa el éxito material y, sobre todo, el poder, lo que nos dice que el país petrolero va muy mal, que los valores morales han desaparecido. Pues bien, el modelo de Lázaro Agotángel no es otro que Pedro Estrada, el todopoderoso amo de la Seguridad Nacional, a quien Uslar Pietri conoció cuando era algo así como mensajero de un banco, personaje subalterno y servil, y que supo trepar hasta llegar a ser uno de los amos del país en la triste década de 1950. Pero no es sólo Estrada, sino que hay en él otros sujetos, adulantes de los militares, despreciadores de la democracia, oportunistas, lo cual le da a la novela una especial vigencia por el tipo de gente que "se montó en el coroto" en Venezuela a partir de 1998.
Los otros personajes, salvo Sibila, la hija de Zulka Reyes, e Igor Pérez, en hijo de Oromundo Pérez, que aparecen por vez primera en esta novela, son los mismos de la otra novela, diez años mayores, pero más o menos con las mismas características.
3. La película.
Con Estación de máscaras Arturo Uslar Pietri logra plenamente lo que ya era el desideratum de Gabriel García Márquez: hacer una novela 100% cinematográfica, escribir una novela que a la vez sea una película. Los diálogos son eficientes y muy cinematográficos, las descripciones bien podrían ser acotaciones de un guión, hay primeros y segundos planos claramente definidos, hay juegos de iluminación, hay paneos, hay todo lo que caracteriza una muy buena película. Y la trama, el argumento de la película, se lleva a la pantalla con notable validez.
a trama, el argumento de la película (la novela) no es nada complicado: Álvaro Collado, después de diez años de autoexilio, en los que se dedicó a estudiar, regresa al Venezuela, que después de los gobiernos de Eleazar López Contreras (1935-1941) y de Isaías Medina Angarita (1941-1945), cayó en el trienio de Acción Democrática (cuya mención Uslar evita cuidadosamente), producto del un golpe de estado. En el tiempo en que regresa Collado hay un claro ambiente golpista (p. 82), el ejército se prepara a tomar el poder, y uno de los personajes más notorios de ese ejército es un retaco oficial, de apellido Maldonado (que es Marcos Pérez Jiménez) a quien Álvaro vio fugazmente en un burdel muchos años atrás. Álvaro se encuentra por fin con Lázaro Agotángel, el hijo del policía muerto que se convirtió involuntariamente en protegido de Álvaro y su familia, pero no en un hombre de bien, sino en hombre de confianza y testaferro del militar Maldonado, y en un simple trepador de la peor especie, capaz de cualquier crueldad y, sobre todo, capaz de participar en cualquiera de los actos de corrupción que realizan los altos militares, él como testaferro de Abel Maldonado, y que caracterizará los diez años de dictadura militar que padeció Venezuela entre 1948 y 1958. También se reencontrará Lázaro con Zulka Reyes, Zulka de Milvo, que en cierta forma representa a Venezuela en Un retrato…, pero que ahora tiene junto a sí a una joven bellísima, su hija Sibila, que es la Venezuela posible de que tanto habló Uslar en sus ensayos y en sus discursos. Zulka (Venezuela) está más madura, menos atractiva, pero su hija, la Venezuela posible, con quien previamente Álvaro mantuvo un diálogo excelente (p. 89), tiene aún más atractivos para Álvaro (para la juventud venezolana, que es el objetivo de Uslar Pietri en estas novelas).
Álvaro es presionado por su cuñado Verrón, por su hermano mayor y por varios amigos para que participe en los posibles negocios del Comandante Maldonado, en los que su contraparte, Lázaro Agotángel, es pieza fundamental. Yo te tengo que presentar al Comandante -le dice Agotángel a Collado-. Te va a gustar. Es un jefe. Y sabe apreciar a los hombres (p. 99). Álvaro prefiere no responder. Allí está claramente señalado uno de los peores defectos de la Venezuela de entonces (y de 1998 en adelante): el Jefe. El caudillo, el militarote. Algo que debería haber desaparecido con la imposición del sistema democrático, pero que subsistió y reapareció con toda su fuerza en 1998. Uslar Pietri, en 1964, lo predijo. A renglón seguido reaparece en la pantalla el escritor Luis Sormujo, el de la "u" de Uslar, y se hace evidente que Uslar Pietri ya no se identifica en absoluto con él: Tenía más asomante la quijada y mostraba, casi dolorosamente la esclerótica de los ojos por entre los párpados descolgados de perro viejo. (…) Cambiaba de librea política sin gran esfuerzo. Estaba ahora de embajador en un país del sur (p. 102). Y, sin embargo, pone en su boca expresiones que revelan la opinión del autor sobre el país del que tuvo que exilarse en 1945; habla de "aguas de cloaca que han inundado este país", al que califica de "piara de váquiros hambrientos que se entredevoran a falta de mejor ocupación", etcétera. Pero en esa escena, lo más revelador es lo que dice Sormujo, el de la "u", cuando Álvaro le habla de su obra (de Sormujo) literaria: La miran con respeto, chico, pero no la leen. Y si la entienden le cogen miedo a uno, y es peor. A mí siempre han procurado tenerme lejos. Mientras más lejos mejor. Cuando Venezuela acredite una Embajada en el Polo Sur, allí me mandarán a mí (p. 103). ¿Se requiere explicar lo que está dicho en esas líneas? Tampoco hay que explicar las estupendas escenas de película, de muy buen film de autor, que siguen al encuentro entre Álvaro y Sormujo. Revelan a un Uslar Pietri buen observador y excelente narrador, que presenta, mediante paneos y tomas de distancia la realidad del país: los jugadores de dominó (entre quienes está el hombre fuerte, el Comandante Maldonado), las señoras elegantes que hablan naderías, los personajes caricaturescos que forman una Corte de los Milagros. Y entrelazados en esa corte están Lázaro y Álvaro, que cuando el otro le pregunta si juega, le responde que muy poco, pero podría haberle contestado, en palabras del narrador, (en las que es muy importante una de las tesis de Sormujo, el de la "u"), que no había hecho otra cosa. Todo había sido azar en su vida, como en la de Lázaro. Las dos habían sido determinadas por un mutuo azar. O decirle, con la teoría de Sormujo, que allí todos jugaban, sin saberlo, y que toda la historia del país era una larga partida avarienta. Un envite. Los soldados de Alfinger jugaban a las tabas. Pero Lázaro no sabría lo que eran las tabas, ni quién fue Micer Ambrosio. Cada huesecillo tenía cuatro caras. Era todo lo que se necesitaba para el azar. Y cada cara un nombre. Hoyo, tripa, carne. De eso sí debía saber Lázaro. Y culo. Podría soltarlo delante de Zulka (p. 109). Y a renglón seguido se produce el segundo encuentro entre Álvaro y Sibila, la hija de Zulka, que está entre adolescentes pero sin dudarlo se enfrasca en una estupenda conversación con el que, sin duda, le causa un especial interés.
Luego, el lector-espectador verá pasar ante sus ojos una serie de escenas cargadas de interés, en las que Uslar Pietri reproduce un ambiente que no conoció, puesto que estaba exilado en New York, pero que muchos parientes y amigos le reconstruyeron cuando regresó a Venezuela, en la primera mitad de la década de 1950. Es el ambiente previo al golpe de estado de 1948, en el que el Comandante Maldonado (Pérez Jiménez) es rodeado de adulantes y logreros, entre quienes el primero es Lázaro Agotángel. El protagonista, Álvaro Collado, en quien Uslar Pietri ha colocado ahora buena parte de su propia realidad, se deslinda radicalmente de Agotángel: Ésta es la revolución de Lázaro -declara con furia-, de lo que él es, de lo que él representa. Una gentuza sin ideas, sin principios, que quiere ponerle "la mano al coroto", como dicen ellos. La verdad de lo que hay allí es Lázaro y sus apetitos y sus impulsos. Yo no voy a servirle a Lázaro (p. 123). Una declaración de principios que bien habría podido hacer en 1999 o en el 2005, en lo cual el escritor Arturo Uslar Pietri cumplió plenamente con el papel que deben tener los escritores: el de conciencia de su sociedad. Unos renglones después, Uslar Pietri hace explícito el papel que le atribuye a Zulka de Milvo, Zulka Reyes, cuando pone en labios de Álvaro, que dialoga con Zulka, estas palabras: En una época llegué a pensar que mi país tenía tu rostro (p. 126). Después Álvaro querrá escaparse de lo que va a tener que vivir y se refugia en el estudio de un pintor, Rafael Lamas (Héctor Poleo), en el que no se habla de política (p. 134). Luego llegará, inevitable, el golpe de estado (p. 136). El Comandante Maldonado no preside al Junta de Gobierno, y eso mitiga un poco la euforia del grupo de adulantes que lo rodea, y es allí cuando se inicia el verdadero carnaval, la verdadera estación de máscaras, representada por los contratos y los negocios que se anuncian en la celebración del golpe, en la que brindan alegremente por el "hombre fuerte", el Comandante Abel Maldonado (p. 140).
Hay que recordar que la intención de Uslar Pietri al escribir estas novelas no era estricta o puramente literaria. Quería enviar un mensaje claro a la juventud venezolana, que debía sentirse representada inicialmente en Álvaro Collado y después en Sibila Milvo. Por eso ese deslinde tan radical con Lázaro Agotángel, que representa la barbarie, el caudillismo, lo primitivo venezolano, que entonces Uslar Pietri encarnaba en los adecos y los militares que tumbaron a Medina Angarita y en los militares que tumbaron a los adecos. Eso hace muy importante la trama amorosa que empieza a armarse del capítulo 25 (p. 143 y siguientes) en adelante. Porque Sibila, que es la Venezuela joven, es codiciada por Igor Pérez, hijo de Oromundo, otro trepador primitivo, que representa la vieja política. Álvaro visita la casa de Zulka y Sibila, y conversa con Zulka mientras Sibila recibe a Igor en el porche. Zulka llama a su hija para que salude a Álvaro, y la descripción que hace Uslar Pietri no puede ser más expresiva ni más cinematográfica: Zulka los llamó para que vinieran a saludar a Álvaro. Entró con Sibila un hálito de salvaje pureza. Al mirar parecía iluminar con los ojos. Igor con su cara de gato, con sus orejas puntiagudas y separadas, sonreía sin hablar. La ancha quijada era la misma de su padre (p. 143).Desde el primer capítulo, el autor parece haber decidido que esta segunda novela de Laberinto de fortuna va a tener dos protagonistas; Álvaro Collado y Lázaro Agotángel, pero a la larga el verdadero protagonista seguirá siendo Álvaro Collado. Como dije en mi trabajo sobre Un retrato en la geografía, el modelo que Uslar Pietri usó para dibujar su Álvaro Collado fue Eduardo Casanova, yo. Pero no era un modelo nada sencillo. En aquellos días, entre 1958 y 1962, cuando se escribió Un retrato…, yo formé parte de un grupo de jóvenes intelectuales, componedores del mundo, en donde estaban María Antonia Frías (la joven pianista, hija de Carlos Eduardo Frías, el mejor amigo de Uslar Pietri, y de la escritora Antonia Palacios; María Antonia murió no mucho tiempo después a causa de una diabetes), María Elena Coronil (hija de los eminentes médicos Fernando Rubén Coronil y Lya Imber), Beatriz Gerbasi (hija del gran poeta Vicente Gerbasi), Alonso Palacios (hijo de Inocente Palacios, importante dirigente de la izquierda venezolana en tiempos de Gómez y de López Contreras), Antonio Padrón Toro (hijo del novelista Julián Padrón), Martín Toro (hijo del médico y humanista Elías Toro) y varios etcéteras notables. Quizás yo era casi el único que no era hijo de algún intelectual o de algún político o científico, y de hecho era casi el único que no tenía relación alguna con el "Sindicato de la Inteligencia", que era como se llamaba al amorfo grupo de intelectuales formado por Miguel Otero Silva, Isaac J. Pardo, Mariano Picón Salas, Alejo Carpentier, Inocente Palacios, Josefina Juliac, María Teresa Castillo, Elías Toro, Augusto Márquez Cañizález y otros etcéteras notabilísimos, y que a veces incluía a Arturo Uslar Pietri y Carlos Eduardo Frías. Nuestro grupo de jóvenes intelectuales se sentía "ala juvenil" de ese "Sindicato", y hasta editó un periódico llamado "Hontanar", que es donde nacen los ríos. Pero el Eduardo Casanova, modelo para dibujar a Álvaro Collado, también frecuentaba un grupo de jóvenes frívolos, que se reunían simplemente a hablar tonterías y a bailar en "picoteos", en fiestas de adolescentes sin complicaciones. Y también era parte de un tercer grupo que estaba a medio camino entre los otros dos, y que fue el origen de los "Araguatos" del partido socialcristiano Copei, y de la "Izquierda Cristiana" de los años 60. Además era amigo muy cercano de Arturo Uslar Braun, y como tal conversó muchísimas veces con Arturo Uslar Pietri, especialmente acerca de literatura y libros. Y de política. También, con Arturito, Reinaldo Figueredo y Federico Márquez, formó una pequeña pandilla que hizo más de una travesura en las noches caraqueñas, o estudió equitación, o estudió música. De modo que, obviamente, el modelo que escogió Uslar Pietri era complicadísimo y muy difícil de dibujar. Para colmo, en los últimos días de la dictadura de Pérez Jiménez, el modelo se integró a un grupo que realizó actividades muy cercanas a la guerrilla urbana y al terrorismo -lucha armada- que impresionaron mucho a Uslar Pietri, y que debe haber sido lo que lo llevó a colocar en manos de Álvaro Collado el revólver que puede haber matado al agente Lázaro Acotángel. Pero hay que acotar algo: entre 1962 y 1964, es decir, durante el lapso en que Uslar Pietri escribió Estación… el modelo cambió radicalmente y se centró en sí mismo, se casó con Natalia López Arocha, hija de unos antiguos amigos de Arturo e Isabel Uslar, pero que no tenía relación alguna con ninguno de los grupos en los que se había movido el modelo hasta entonces, y el modelo, además, tuvo sus dos primeros hijos y, en 1964, asumió un autoexilio que lo llevó a vivir cuatro años en Argentina y tres en Dinamarca, y quizás ese cambio radical sea la causa de que el Álvaro Collado de Estación... se aleje bastante del modelo, aunque también hay en la segunda novela un elemento nuevo: que Uslar Pietri empieza a ubicar en Álvaro Collado muchos elementos de sí mismo, dudas, ideas, pensamientos, casi todos ellos muy prudentes y con poca relación con la personalidad que le había atribuido a Álvaro Collado, con lo cual el personaje Álvaro pierde muchos de sus atributos y no pocas características.
Y ¿quién es Lázaro Agotángel? En Un retrato en la geografía, en el capítulo en que Álvaro está refugiado en la biblioteca de un anciano nominalista, al tratar de definir por su nombre a Lázaro, se desconcierta porque el apellido del personaje debe ser la deformación de Agatángel, que se relaciona con el mensajero, de modo que el nombre Lázaro, que fue el resurrecto, y la condición de mensajero, de portador del mensaje, hacen del hijo del policía muerto algo así como el resucitado (es el padre, policía, habitante de barrio marginal, que tiene una segunda oportunidad), portador del mensaje de un país nuevo, del país dominado por el petróleo, o por los efectos negativos del petróleo. Y es a ese complicado personaje a quien Álvaro Collado quiere redimir, quiere sacar de la oscuridad. Pero algo ha fallado y Lázaro, que fracasa como estudiante de la escuela de artes y oficios y como mensajero del bufete del cuñado de Álvaro, se convierte en un personaje nada recomendable, que tiene algo de la picaresca española y es capaz de cualquier tropelía, hombre a quien sólo le interesa el éxito material y, sobre todo, el poder, lo que nos dice que el país petrolero va muy mal, que los valores morales han desaparecido. Pues bien, el modelo de Lázaro Agotángel no es otro que Pedro Estrada, el todopoderoso amo de la Seguridad Nacional, a quien Uslar Pietri conoció cuando era algo así como mensajero de un banco, personaje subalterno y servil, y que supo trepar hasta llegar a ser uno de los amos del país en la triste década de 1950. Pero no es sólo Estrada, sino que hay en él otros sujetos, adulantes de los militares, despreciadores de la democracia, oportunistas, lo cual le da a la novela una especial vigencia por el tipo de gente que "se montó en el coroto" en Venezuela a partir de 1998.
Los otros personajes, salvo Sibila, la hija de Zulka Reyes, e Igor Pérez, en hijo de Oromundo Pérez, que aparecen por vez primera en esta novela, son los mismos de la otra novela, diez años mayores, pero más o menos con las mismas características.
3. La película.
Con Estación de máscaras Arturo Uslar Pietri logra plenamente lo que ya era el desideratum de Gabriel García Márquez: hacer una novela 100% cinematográfica, escribir una novela que a la vez sea una película. Los diálogos son eficientes y muy cinematográficos, las descripciones bien podrían ser acotaciones de un guión, hay primeros y segundos planos claramente definidos, hay juegos de iluminación, hay paneos, hay todo lo que caracteriza una muy buena película. Y la trama, el argumento de la película, se lleva a la pantalla con notable validez.
a trama, el argumento de la película (la novela) no es nada complicado: Álvaro Collado, después de diez años de autoexilio, en los que se dedicó a estudiar, regresa al Venezuela, que después de los gobiernos de Eleazar López Contreras (1935-1941) y de Isaías Medina Angarita (1941-1945), cayó en el trienio de Acción Democrática (cuya mención Uslar evita cuidadosamente), producto del un golpe de estado. En el tiempo en que regresa Collado hay un claro ambiente golpista (p. 82), el ejército se prepara a tomar el poder, y uno de los personajes más notorios de ese ejército es un retaco oficial, de apellido Maldonado (que es Marcos Pérez Jiménez) a quien Álvaro vio fugazmente en un burdel muchos años atrás. Álvaro se encuentra por fin con Lázaro Agotángel, el hijo del policía muerto que se convirtió involuntariamente en protegido de Álvaro y su familia, pero no en un hombre de bien, sino en hombre de confianza y testaferro del militar Maldonado, y en un simple trepador de la peor especie, capaz de cualquier crueldad y, sobre todo, capaz de participar en cualquiera de los actos de corrupción que realizan los altos militares, él como testaferro de Abel Maldonado, y que caracterizará los diez años de dictadura militar que padeció Venezuela entre 1948 y 1958. También se reencontrará Lázaro con Zulka Reyes, Zulka de Milvo, que en cierta forma representa a Venezuela en Un retrato…, pero que ahora tiene junto a sí a una joven bellísima, su hija Sibila, que es la Venezuela posible de que tanto habló Uslar en sus ensayos y en sus discursos. Zulka (Venezuela) está más madura, menos atractiva, pero su hija, la Venezuela posible, con quien previamente Álvaro mantuvo un diálogo excelente (p. 89), tiene aún más atractivos para Álvaro (para la juventud venezolana, que es el objetivo de Uslar Pietri en estas novelas).
Álvaro es presionado por su cuñado Verrón, por su hermano mayor y por varios amigos para que participe en los posibles negocios del Comandante Maldonado, en los que su contraparte, Lázaro Agotángel, es pieza fundamental. Yo te tengo que presentar al Comandante -le dice Agotángel a Collado-. Te va a gustar. Es un jefe. Y sabe apreciar a los hombres (p. 99). Álvaro prefiere no responder. Allí está claramente señalado uno de los peores defectos de la Venezuela de entonces (y de 1998 en adelante): el Jefe. El caudillo, el militarote. Algo que debería haber desaparecido con la imposición del sistema democrático, pero que subsistió y reapareció con toda su fuerza en 1998. Uslar Pietri, en 1964, lo predijo. A renglón seguido reaparece en la pantalla el escritor Luis Sormujo, el de la "u" de Uslar, y se hace evidente que Uslar Pietri ya no se identifica en absoluto con él: Tenía más asomante la quijada y mostraba, casi dolorosamente la esclerótica de los ojos por entre los párpados descolgados de perro viejo. (…) Cambiaba de librea política sin gran esfuerzo. Estaba ahora de embajador en un país del sur (p. 102). Y, sin embargo, pone en su boca expresiones que revelan la opinión del autor sobre el país del que tuvo que exilarse en 1945; habla de "aguas de cloaca que han inundado este país", al que califica de "piara de váquiros hambrientos que se entredevoran a falta de mejor ocupación", etcétera. Pero en esa escena, lo más revelador es lo que dice Sormujo, el de la "u", cuando Álvaro le habla de su obra (de Sormujo) literaria: La miran con respeto, chico, pero no la leen. Y si la entienden le cogen miedo a uno, y es peor. A mí siempre han procurado tenerme lejos. Mientras más lejos mejor. Cuando Venezuela acredite una Embajada en el Polo Sur, allí me mandarán a mí (p. 103). ¿Se requiere explicar lo que está dicho en esas líneas? Tampoco hay que explicar las estupendas escenas de película, de muy buen film de autor, que siguen al encuentro entre Álvaro y Sormujo. Revelan a un Uslar Pietri buen observador y excelente narrador, que presenta, mediante paneos y tomas de distancia la realidad del país: los jugadores de dominó (entre quienes está el hombre fuerte, el Comandante Maldonado), las señoras elegantes que hablan naderías, los personajes caricaturescos que forman una Corte de los Milagros. Y entrelazados en esa corte están Lázaro y Álvaro, que cuando el otro le pregunta si juega, le responde que muy poco, pero podría haberle contestado, en palabras del narrador, (en las que es muy importante una de las tesis de Sormujo, el de la "u"), que no había hecho otra cosa. Todo había sido azar en su vida, como en la de Lázaro. Las dos habían sido determinadas por un mutuo azar. O decirle, con la teoría de Sormujo, que allí todos jugaban, sin saberlo, y que toda la historia del país era una larga partida avarienta. Un envite. Los soldados de Alfinger jugaban a las tabas. Pero Lázaro no sabría lo que eran las tabas, ni quién fue Micer Ambrosio. Cada huesecillo tenía cuatro caras. Era todo lo que se necesitaba para el azar. Y cada cara un nombre. Hoyo, tripa, carne. De eso sí debía saber Lázaro. Y culo. Podría soltarlo delante de Zulka (p. 109). Y a renglón seguido se produce el segundo encuentro entre Álvaro y Sibila, la hija de Zulka, que está entre adolescentes pero sin dudarlo se enfrasca en una estupenda conversación con el que, sin duda, le causa un especial interés.
Luego, el lector-espectador verá pasar ante sus ojos una serie de escenas cargadas de interés, en las que Uslar Pietri reproduce un ambiente que no conoció, puesto que estaba exilado en New York, pero que muchos parientes y amigos le reconstruyeron cuando regresó a Venezuela, en la primera mitad de la década de 1950. Es el ambiente previo al golpe de estado de 1948, en el que el Comandante Maldonado (Pérez Jiménez) es rodeado de adulantes y logreros, entre quienes el primero es Lázaro Agotángel. El protagonista, Álvaro Collado, en quien Uslar Pietri ha colocado ahora buena parte de su propia realidad, se deslinda radicalmente de Agotángel: Ésta es la revolución de Lázaro -declara con furia-, de lo que él es, de lo que él representa. Una gentuza sin ideas, sin principios, que quiere ponerle "la mano al coroto", como dicen ellos. La verdad de lo que hay allí es Lázaro y sus apetitos y sus impulsos. Yo no voy a servirle a Lázaro (p. 123). Una declaración de principios que bien habría podido hacer en 1999 o en el 2005, en lo cual el escritor Arturo Uslar Pietri cumplió plenamente con el papel que deben tener los escritores: el de conciencia de su sociedad. Unos renglones después, Uslar Pietri hace explícito el papel que le atribuye a Zulka de Milvo, Zulka Reyes, cuando pone en labios de Álvaro, que dialoga con Zulka, estas palabras: En una época llegué a pensar que mi país tenía tu rostro (p. 126). Después Álvaro querrá escaparse de lo que va a tener que vivir y se refugia en el estudio de un pintor, Rafael Lamas (Héctor Poleo), en el que no se habla de política (p. 134). Luego llegará, inevitable, el golpe de estado (p. 136). El Comandante Maldonado no preside al Junta de Gobierno, y eso mitiga un poco la euforia del grupo de adulantes que lo rodea, y es allí cuando se inicia el verdadero carnaval, la verdadera estación de máscaras, representada por los contratos y los negocios que se anuncian en la celebración del golpe, en la que brindan alegremente por el "hombre fuerte", el Comandante Abel Maldonado (p. 140).
A partir de ese instante, la acción empieza a cerrarse en torno a la pareja que van a formar Álvaro Collado, la juventud venezolana que ha madurado, y Sibila Milvo, la Venezuela posible, la Venezuela renovada, optimista, la Venezuela que debe ser. Desde luego que hay varias tramas secundarias que se desarrollan paralelamente, pero el interés del lector-espectador se centra en el progreso de la novela de amor, que no novela rosa, que el autor-director empieza a ofrecer (realizar) a partir de ese encuentro y los sucesivos. Quizás el momento culminante del inicio de esa relación se produce durante una discusión entre Sibila e Igor, en la que Sibila manifiesta (tácitamente) que cree en el diablo, lo cual es rechazado por Igor que busca algún apoyo en Álvaro, sólo para descubrir que Álvaro también cree en el diablo (p. 140), lo que da pie a que poco después, en diálogo entre Álvaro y Sibila, Sibila declare que no le gustan ni Lázaro Agotángel ni Igor Pérez (la Venezuela joven declara que no le gustan ni la Venezuela primitiva, caudillista ni la gente que sigue a los caudillos primitivos), y Álvaro (la juventud que ha madurado) se atreva a preguntarle:
-Ahora me pica la curiosidad de saber algo. ¿Y yo? ¿Me pones en la misma categoría de Lázaro y de Igor?
Sibila hizo un gesto de sincero asombro. Iba a protestar con vehemencia pero algo pareció detenerla. Se serenó, bajó el tono de voz y le dijo como si le revelara un secreto:
-No. Tú eres distinto. Tú crees en el diablo (p. 151)
"Corten, se imprime", habrá dicho el director. La escena salió perfecta. Cupido hizo muy bien su trabajo. La suerte está echada.
En las páginas 154 y siguientes hay una "escena" que para mí tiene especial importancia, no sólo por su calidad literaria (cinematográfica), sino por una razón muy especial (aunque hay otra que explicaré después). La razón muy especial es que, independientemente de la infidencia de Arturito Uslar (Braun), me prueba más allá de toda duda que si fui yo, Eduardo Casanova (Sucre) el modelo que utilizó Arturo Uslar Pietri para darle vida a su personaje Álvaro Collado, pues el final de la "escena", la parte que podríamos calificar de erótica, muy bien narrada por Uslar Pietri, es algo que me ocurrió a mí a mediados de 1958 y que le conté a Arturo Uslar (Pietri), entre horrorizado y divertido inmediatamente después de que ocurriera. El buen novelista que era Arturo Uslar (Pietri) debe haber anotado lo que el joven de 18 años que había seleccionado como modelo para el personaje Álvaro Collado le contó y, con mucha gracia lo incluyó al final de la escena, que, como dije antes, tiene mucha importancia para mí y para cualquier lector, en la que Álvaro Collado se reúne con tres pintores, Narváez, Cabré y Poleo, Luis Sormujo, el de la "u", Centalla, que es Jóvito Villalba, un poeta vanguardista que hace palimpsestos y que no tengo la más leve idea de quién pueda ser, y una mujer, Isotta Gavio, que si sé perfectamente quién es, pero, por supuesto, no debo identificar públicamente por eso que para los españoles y descendientes de españoles es tan importante y que llaman caballerosidad, y, entre otras cosas, hablan de una novela que estaría escribiendo Álvaro Collado, que es Eduardo Casanova, pero en quien el autor de Un retrato… coloca, como ha venido haciéndolo a lo largo de la obra, características de sí mismo. No hay que olvidar que la historia que le narré era la de un muchacho de 18 años, pero la que el novelista pone en su libro le sucede a un hombre de unos 32, edad que Uslar Pietri tenía en 1938, cuando probablemente pensara en escribir un libro como el que Álvaro Collado quiere escribir, y que describe así: Ya no somos el país rural de hacendados y peones, de guerrilleros y leguleyos que sigue apareciendo en nuestras novelas. Nos hemos convertido en otra cosa y hay que reflejar eso en los libros. La noción mágica de la realidad que el petróleo ha despertado en nosotros. Tal vez una especie de epopeya primitiva. La Odisea del venezolano que no puede regresar a su vida ordinaria perdido entre los dioses y los fantasmas malvados. Todo ese delirio que nos posee. Ser ricos sin trabajo, ni ahorro. Alcanzar todo sin esfuerzo, los inmigrantes, los especuladores, los intermediarios, los traficantes de influencias, los peladeros que se convierten en urbanizaciones, la sensación de poderse topar en cualquier desván con una lámpara de Aladino. Eso hay que buscar algún modo de decirlo. Y de inmediato el joven Collado sugiere que esa novela podría llamarse "El laberinto" o "El Minotauro". Es Uslar Pietri, que ahora se identifica con el personaje - no con el modelo - Álvaro Collado, y lo pone a decir lo que él quiere decir, a explicar el por qué de escribir Un retrato en la geografía y Estación de máscaras: El laberinto de fortuna.
Volviendo a la trama, al guión, Álvaro Collado tendrá dificultades por haber asistido a una reunión subversiva, con Centalla, por lo que es llevado a la tenebrosa Seguridad Nacional, de donde lo saca el poderoso Agotángel. El incidente servirá para que se establezca, ahora sí, definitivamente, la relación amorosa entre Álvaro y Sibila. Sibila y Álvaro.
Y para no hacer demasiado largo este trabajo, y especialmente para no quitarle a los posibles lectores el debido suspense, digamos que el resto de la historia, que contiene momentos intensos e importantísimos, debe ser leído por quienes esto lean, y que sólo voy a destacar el Happy end que para su film quiso el autor–productor–director, y que con toda seguridad el lector–espectador va a disfrutar enormemente, pues está excelentemente logrado. Al final de esa última escena del film, el autor–productor–director, absolutamente satisfecho con lo que los dos actores (Álvaro y Sibila), el camarógrafo, el sonidista, los iluminadores, los maquilladores y todos los que tenían alguna función en el set, hicieron, dijo en voz alta, fuerte e inteligible: ¡Corten!… ¡Se imprime!... Y todos estallaron en una sonora ovación, seguros de que habían logrado una obra maestra, una verdadera obra maestra que merecía el aplauso general de la crítica y del público, así como todos los premios posibles en todos los festivales posibles. Pero, por desgracia para el autor–productor–director, para la novelística venezolana y para Venezuela en general, no fue así…
5. Conclusión.
Estación de máscaras, tal como Un retrato en la geografía, fue maltratada por la crítica literaria de la década de 1960, que en cierta forma impidió que el público lector la apreciara en su justo valor. Venezuela se convirtió en ese tiempo en el mercado ideal para el mal llamado Boom de la narrativa latinoamericana, movimiento enteramente comercial creado por la notable agente literaria catalana Carmen Balcells con el interesado apoyo del poeta y editor Calos Barral y el entusiasmo de tres críticos: los uruguayos Emir Rodríguez Monegal y Ángel Rama (que se radicó en Venezuela) y el peruano José Miguel Oviedo. Los autores seleccionados para aquella aventura mercantil fueron cuatro: el peruano Mario Vargas Llosa, que mantenía en París un programa de radio y actuó como reclutador, como scout, el argentino Julio Cortázar, el colombiano Gabriel García Márquez y el mexicano Carlos Fuentes (todos vivían entonces en París) y posteriormente se agregó como socio menor el chileno José Donoso. Muy injustamente se decretó que el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (que tuvo el consuelo de ganar el Premio Nobél de literatura) y el cubano Alejo Carpentier quedarían afuera, y al venezolano Arturo Uslar Pietri se le descalificó de entrada. La crítica venezolana, quizás por alguna de las realidades denunciadas por Uslar Pietri en Estación…, en vez de defender a los escritores venezolanos actuó con evidente servilismo y se dedicó a elogiar a los del Boom y a ignorar radicalmente a los venezolanos, en especial a Arturo Uslar Pietri, que había ofrecido en esos días esas dos excelentes novelas. Casi por un accidente, y en parte gracias al trabajo tesonero de quien era su esposa entonces (Mary Ferrero), Adriano González León estaría a punto de entrar en lo que alguien llamó el avioncito con cuatro asientos fijos y uno plegable que era el Boom, cuando su muy buena novela, País portátil, ganó el Premio Biblioteca Breve de Seix-Barral, el mismo premio con el que Vargas Llosa inauguró el Boom. Pero el intento no llegó a mayores, quizás por falta de solidaridad de la crítica venezolana, pues González León merecía estar en el avión. Se dijo entonces que los 4,5 novelistas del Boom eran "escritores comprometidos", de extrema izquierda, y que Europa no aceptaría a ningún escritor latinoamericano que no lo fuera, con lo cual Arturo Uslar Pietri quedaba automáticamente excluido de cualquier posibilidad. No sé si eso era cierto, pero lo innegable es que, en la práctica hubo un veto que impidió que Estación de máscaras tuviera el éxito que merecía, pues su calidad es perfectamente equivalente a cualquiera de las novelas del Boom que aparecieron en aquellos mismos años.
Arturo Uslar Pietri ya no puede disfrutar del éxito que se le mezquinó en 1964, pero la literatura venezolana -la narrativa venezolana- debe ser resarcida, debe ser compensada por el daño que se le causó al negársele el éxito a una obra tan importante, tan bien lograda, como Estación de máscaras. Es hora, pues, de revalorarla, de analizarla de nuevo y colocarla en la posición que se merece, no sólo en Venezuela, sino en todo el mundo hispanoparlante, y en el mundo entero.
http://www.eduardocasanova.com/html/od55.html
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