Ricardo Gil Otaiza // El complot contra Bolívar
La estupefacción nuestra frente a la profanación de la tumba de Simón Bolívar, no es suficiente para denotar un estado emocional y espiritual. Es una mezcla de asombro, rabia e impotencia ante un poder omnímodo, que se ha arrogado ser el dueño de lo humano y lo divino, de lo telúrico y lo metafísico. Ninguna supuesta investigación científica puede justificar la exhumación de los restos del Padre de la Patria, menos aún cuando la hipótesis que se teje desde las altas esferas del Gobierno está soportada por el odio y la retaliación, y podría ser la chispa que encienda una confrontación en el preciso instante en que se pretenda declarar que efectivamente el grande hombre no murió de tuberculosis, sino que una mano enemiga colocó arsénico para conducirlo al sepulcro; o peor aún: que los restos que veneramos durante 168 años no se corresponden por línea genética con los de Simón Bolívar. Conjeturar sobre la muerte del héroe, poniéndose en tela de juicio la honorabilidad de quienes certificaron lo que de un tiempo a esta parte se ha dado como verdad histórica, amén de una gigantesca osadía, es el reflejo —entre otras cuestiones— del estado de descomposición en que se encuentra la moral de quienes nos gobiernan.
Utilizar en este preciso momento la figura de Bolívar como un trapo rojo para echarle tierra al sinnúmero de problemas que nos aquejan como colectivo, amén de deshonroso para la figura del héroe, que no merece tamaña descortesía, es un acto inhumano, perverso y macabro. Mostrar a un país horrorizado los despojos de su más grande figura histórica, es propiciar alevosamente el rompimiento del mito a través de la sustitución del arquetipo por el poder mismo, con fines inconfesables. Como en el personaje de Andersen, de hoy en adelante en el país cualquiera podría gritar con asombro que el Rey está desnudo, y frente a tal desamparo se yergue —como ha de esperarse— la figura del todopoderoso presidente Chávez, al que le ha sido encomendada por los designios de fuerzas supraterrenas la tarea de concluir la epopeya libertadora, y así cerrar el proceso truncado por la prematura muerte del héroe trágico. Perdón, por el asesinato o magnicidio cometido contra Bolívar, seguramente ideado y ejecutado por los neogranadinos, ayer patentizados a través de la figura maldita de Francisco de Paula Santander, y hoy liderados por el perverso Álvaro Uribe y por el impredecible Juan Manuel Santos, presidente saliente y entrante de la actual república de Colombia. O tal vez nos equivoquemos, y salga a relucir de nuevo de todo este embrollo la figura del general José Antonio Páez, enemigo jurado de Bolívar, propiciador de la separación de Venezuela de la Gran Colombia.
Alguien tendrá la culpa luego de los resultados de la exhumación del cadáver de Bolívar, depositado primero en la Catedral de Caracas en 1842 por órdenes de José Antonio Páez, y luego en el Panteón Nacional desde 1876 por órdenes de Antonio Guzmán Blanco. Nos imaginamos los discursos rimbombantes, las frases hechas, las vestiduras rasgadas, las lágrimas a punto de caer, la mano derecha en el punto central del corazón, las gloriosas notas del Himno patrio, la última proclama del héroe en San Pedro Alejandrino, las mentiras del doctor Alejandro Próspero Reverend (quien diagnosticó un fulminante estado de tuberculosis pulmonar), las del héroe de las Queseras del Medio, las del doctor José María Vargas, las de Antonio Guzmán Blanco. Las mentiras de todos los historiadores y presidentes de Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador, Perú y Bolivia desde hace casi dos centurias.
La verdad histórica de los hechos (así como el auténtico rostro de Bolívar) la vendremos a conocer muy pronto gracias a la investigación científica ordenada por el gobierno de Venezuela, el revelador de esta gran farsa (o complot) continental contra la memoria del Libertador.
Utilizar en este preciso momento la figura de Bolívar como un trapo rojo para echarle tierra al sinnúmero de problemas que nos aquejan como colectivo, amén de deshonroso para la figura del héroe, que no merece tamaña descortesía, es un acto inhumano, perverso y macabro. Mostrar a un país horrorizado los despojos de su más grande figura histórica, es propiciar alevosamente el rompimiento del mito a través de la sustitución del arquetipo por el poder mismo, con fines inconfesables. Como en el personaje de Andersen, de hoy en adelante en el país cualquiera podría gritar con asombro que el Rey está desnudo, y frente a tal desamparo se yergue —como ha de esperarse— la figura del todopoderoso presidente Chávez, al que le ha sido encomendada por los designios de fuerzas supraterrenas la tarea de concluir la epopeya libertadora, y así cerrar el proceso truncado por la prematura muerte del héroe trágico. Perdón, por el asesinato o magnicidio cometido contra Bolívar, seguramente ideado y ejecutado por los neogranadinos, ayer patentizados a través de la figura maldita de Francisco de Paula Santander, y hoy liderados por el perverso Álvaro Uribe y por el impredecible Juan Manuel Santos, presidente saliente y entrante de la actual república de Colombia. O tal vez nos equivoquemos, y salga a relucir de nuevo de todo este embrollo la figura del general José Antonio Páez, enemigo jurado de Bolívar, propiciador de la separación de Venezuela de la Gran Colombia.
Alguien tendrá la culpa luego de los resultados de la exhumación del cadáver de Bolívar, depositado primero en la Catedral de Caracas en 1842 por órdenes de José Antonio Páez, y luego en el Panteón Nacional desde 1876 por órdenes de Antonio Guzmán Blanco. Nos imaginamos los discursos rimbombantes, las frases hechas, las vestiduras rasgadas, las lágrimas a punto de caer, la mano derecha en el punto central del corazón, las gloriosas notas del Himno patrio, la última proclama del héroe en San Pedro Alejandrino, las mentiras del doctor Alejandro Próspero Reverend (quien diagnosticó un fulminante estado de tuberculosis pulmonar), las del héroe de las Queseras del Medio, las del doctor José María Vargas, las de Antonio Guzmán Blanco. Las mentiras de todos los historiadores y presidentes de Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador, Perú y Bolivia desde hace casi dos centurias.
La verdad histórica de los hechos (así como el auténtico rostro de Bolívar) la vendremos a conocer muy pronto gracias a la investigación científica ordenada por el gobierno de Venezuela, el revelador de esta gran farsa (o complot) continental contra la memoria del Libertador.
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