lunes, junio 21, 2010

Mitología de la ciudad y el mar



MITOLOGÍA DE LA CIUDAD Y EL MAR


I


Caballos ardientes de nostalgia, caballos puros de mi tristeza


Sobre las bahías iluminadas. Tu hocico resoplante sobre los


flancos de mimosas escolta frescas campánulas. He penetrado


En átrios culpables. En el umbral de tu casa me llamaron los


malvados, subí las escalas leprosas del muro.






Paz para las campiñas sembradas de animales preciosos.


Paz para mis antepasados de ojos dulces asidos al cuenco


de astros desarraigados.


Paz ilusoria, dispersa el fuego de las espinas, las


Guirnaldas del extravío mental.






Tiempo inhóspito: soy tu enemigo tenaz, tu rival sin


brillo, tu bajorrelieve en la alta noche


consumida de claridad.






Afuera he visto el rostro derribado de la multitud. Ella


distinguió mi lámpara en la penumbra de su sueño.


Yo le entregué el perfume de mi lujuria y las crines odorantes


De una ronda de oboes que danzan bajo la lluvia.






II




Esa noche me despedí de los malvados. Supremo adiós a la


inocencia, a la culpa, al desencanto. Esa noche llegué


a la casa de una mujer extranjera. Su cuerpo tuvo para mí


el sabor de los amargos esplendores.






III




Paso a la desconocida anegada con la sábana azul de la


Lejanía. La mujer penetra en las casas adornadas de palmeras


centelleantes, baja las escaleras de fuego de la tierra,


desciende a los infiernos en la boca del hombre. Yo le


ofrendo la sórdida furia del insecto y un anillo de angustia


que circunda estas manos lentas.






Paso a la desconocida: sus pies son cometas frenéticos,


sus manos son helechos sagrados, su música, la música


silenciosa de los desiertos.






Universos sepultados bajo el pórtico de las carabelas


sedientas,


eclipses tranquilos de los meridianos solares, océanos


pétreos con la blancura de las nieves eternas, escuchadme:






Yo maldigo yo sangro en el árbol del bien y del mal


en la muerte t en la noche


Yo arrastro mis cadenas como lobas en playas del hastío


Yo hundo en mi pecho evasivos follajes de tiniebla


La palabra última de los estrangulados


La palabra que asesina el alba negra






Cómplice mío


(islas flotantes en la cabellera meliflua de los corales).






Alto muy alto sobre la altura- ¿Escuchas


la flauta roída de los países imaginarios?






Entonces la mujer que dormía a mi lado palpó las bóvedas


de su corazón


Y apagó los resplandores invisibles en el fuego de


mi frente.


Y los trabajadores se ocultaron en las riendas del poniente,


Y galoparon hasta mi sangre.






Alto muy alto sobre la altura


Se escuchó, por última vez, el nuevo amor.






IV




Más allá del límite impreciso de nuestra existencia, mi


carne deriva hacia las olas, acuchillada con espasmos


invencibles.


¿Quién dijo la carne, el enigma, la ilusión de la carne?


Calmad el desastre de las fieras


Ven a la ciudad de los cascabeles y el trueno


Apaga la lámpara del remordimiento, penetra en los techos


nevados del arcoiris, húndete en una comarca de azules


enredaderas.


Despliega mis veleros fugaces cuando en el orbe helado


Estalle la blanca tempestad.






Ciudad de inenarrable tristeza:


Perezco en tus navíos fatigados, en tus fatales emboscadas.


Tus mujeres indulgentes me tienden una red de tigres ávidos.


Cubro tu espalda desnuda con mi fluente vestido de arpas


subterráneas.


Mientras busco mi origen en las piedras derretidas, en las


Cenizas de los animales muertos.


Mientras bebo tu presencia


como un grito de grandes aves negras


entre las hojas melancólicas.






Pasa la verja de esta habitación de tulipanes, huye en


medio del escándalo fluvial.






Astros esparcidos a la redonda


Deseos obturados, planetas perdidos


Escombros de los esqueletos, cráneos suaves.






Llegas en el grito de los equinoccios, en el zócalo de los


ciervos perseguidos,


en la flauta furiosa de los remolcadores.


Llegas tú, con una copa de almendras suprimes el


relámpago.


El ancla de este sueño abre mis ojos a la vida.




Juan Sánchez Peláez



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